La reciente visita a Nueva York de una delegación nuestra encabezada por el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha vuelto a recordarnos que —por encima de las aguas, de las distancias geográficas o de las mentales acrecentadas por la arrogancia imperial, por la obcecación del pez grande que siempre ha querido comerse al chico— hay simpatías capaces de levantarse tanto o más alto que las torres de una ciudad imponente.
La agenda de la estancia del mandatario por tierra norteña incluyó momentos tan emotivos como la noche del pasado 26 de septiembre en la Iglesia Riverside, recinto donde Cuba y otras motivaciones solidarias acogieron la confluencia de hermanos, como la que se produjo entre el mandatario cubano y el presidente bolivariano Nicolás Maduro. Fue esa una oportunidad especial, cuando cientos de voces pidieron al unísono el cese del bloqueo contra Cuba.
Alguien pudiera pensar que la simpatía por Cuba se da fácil en espacios de humildad y espiritualidad como la Iglesia Riverside, que también contó años atrás con la histórica presencia de Fidel. Cuba, sin embargo, fue acogida en diversos espacios neoyorquinos. Y a veces era ella, en la ciudad, la anfitriona desde la sede de su misión permanente ante Naciones Unidas.
Precisamente fue en ese recinto patrio donde Díaz-Canel se encontró una tarde con miembros del Consejo Nacional de Iglesias de Estados Unidos y su presidente Jim Winkler. Allí estaba la reverenda Joan Brown Campbell, a quien el pueblo cubano recuerda con gratitud por su lucha para el rescate del niño Elián González, y quien, al ser abordada por periodistas cubanos acreditados en Nueva York, confesó estar impresionada por el encuentro con el Jefe de Estado: «Me tocó el corazón; tiene un sentido de responsabilidad con su pueblo», dijo.
«Para los que hemos trabajado por mucho tiempo en este asunto de Cuba y Estados Unidos; nos ha impresionado que él considere importante la continuación del trabajo común. Nuestro país es el obstáculo, no el de ustedes. La convicción nuestra —destacó Brown Campbell— es que hay que terminar con el bloqueo para que las relaciones de nuestros pueblos puedan llegar al punto a donde parecían haber estado hace poco tiempo».
Muy temprano, el 28 de septiembre, Díaz-Canel conversó con altos directivos de la Cámara de Comercio de Estados Unidos y de la industria de viajes del país norteño. En el hotel Marriott Marquis hubo un ambiente distendido y de entendimiento. El mandatario hizo referencia a «circunstancias que han ocurrido en los últimos tiempos y que han provocado un retroceso» en las relaciones entre ambos países; «pero nosotros, dijo, seguimos insistiendo y manteniendo nuestra voluntad para continuar el diálogo sobre la base del respeto».
Cuando haya concluido esta estancia en Estados Unidos —afirmó el Presidente— habremos conocido a muchos amigos de Cuba como ustedes, a muchas personas con inteligencia, con un enorme caudal sentimental y emocional hacia el fortalecimiento de las relaciones, y con una gran disposición para seguir apostando a esa causa. Eso, a nosotros nos reconforta mucho, porque comprendemos que quienes se oponen a esa relación son una minoría.
Nueva York ha sido el escenario de un acercamiento histórico. En ella se dieron valiosos encuentros, abrazos y muestras de cariño entre dos naciones. En esa ciudad, Cuba —que tanto ha batallado por existir soberana en este mundo— dejó su impronta de bondad, firmeza y transparencia.
El día que desaparezcan todas las restricciones y nuestros visitantes potenciales puedan llegar hasta aquí como lo más natural de la vida, lamentarán que les hayan negado durante tanto tiempo la mirada de este pueblo, la alegría de gente tan seria, el coraje de seres tan tiernos, la generosidad de criaturas tan abiertas.
Se darán de bruces con cuánto les conocemos y respetamos allí donde han brillado con acciones de buena voluntad. Verán cuánto nos gustan sus buenos escritores, y su buen cine, y la buena música que hacen (especialmente el jazz, cuya sonoridad pudimos recordar melancólicos y adoloridos en aquellos días tristes y terribles de las aguas sobre Nueva Orleáns).
El día que las cosas cambien, seremos un punto diferente en sus itinerarios de peregrinos que ya se han bebido al mundo. Seremos la Isla nueva, fresca, que puede descubrirse más no conquistarse. Hallarán ellos el sitio ideal para el recalo de soñadores y cazadores de fe, justo ahora que la civilización parece haber perdido las ilusiones y las coordenadas donde el hombre pueda encontrarse con sus semejantes.