Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

30 de Septiembre

Autor:

Graziella Pogolotti

La calle San Lázaro —muy descuidada, por cierto— parece proponer, en términos simbólicos, una marcha ascendente desde las fronteras de la ciudad vieja, su puerto y sus áreas comerciales, hacia el centro productor del saber que debe presidir su quehacer futuro, abiertos los brazos de la madre nutricia, Alma Máter, coronado el conjunto por el sabor clásico de sus edificaciones, significado de eternidad. Nuestra habitual inconsistencia al dar continuidad al proyecto, descuidó su crecimiento. Más allá del stadium hasta alcanzar la hermosa avenida Salvador Allende que desemboca en el castillo del Príncipe y entronca con la Avenida de los Presidentes que en suave descenso, regresa al mar, obras impuestas por la necesidad y la prisa, en panorama enmarañado, acompañan al caminante que se dirige a la actual facultad de Artes y Letras, terminadas de construir en víspera del golpe del 10 de marzo de 1952.

En efecto, el acontecer de la historia otorgaría un sentido inesperado a la simbólica escalinata universitaria. Por ella, en más de una oportunidad, bajaron los estudiantes de las hornadas revolucionarias de los 30 y los 50 del pasado siglo. Enfrentados a las dictaduras de Machado y Batista, entregaron su sangre generosa. El 30 de septiembre de 1930 cayó Rafael Trejo y su  memoria reverencia a todos los caídos.

Ese cambio de signo tenía sus antecedentes en un proceso desencadenado a partir del  movimiento de reforma universitaria que surgió en Córdoba, Argentina, en 1918. El centenario de aquel acontecimiento no ha convocado a la reflexión necesaria desde la perspectiva de nuestras realidades contemporáneas. Fue una chispa que recorrió la América Latina toda en sucesivas oleadas. Sus raíces e implicaciones rebasaban el llamado a renovar planes de estudios y métodos de enseñanza obsoletos. Revelaban rasgos comunes de la economía y la sociedad del subcontinente, a pesar de la diversidad de sus componentes étnicos y culturales. Procedían del legado del coloniaje, de lo que más tarde habría de definirse como subdesarrollo y dependencia. En medio del abismo que separaba la riqueza concentrada en pocas manos, del desamparo de las mayorías sobreexplotadas, aparecían capas medias frágiles y vulnerables. Antes de que lo limara el conformismo y las influencias seductoras, aquel sector era portador de un potencial revolucionario que, comprometido en la lucha, podía desempeñar un papel protagónico.

Con el aliento de Córdoba, Mella fundó la FEU y la Universidad Popular José Martí.

A tenor de su contexto específico, la educación superior latinoamericana asumía perfil propio. No se limitaba a suministrar profesionales según las demandas del sistema imperante. Se proyectaba como fuerza transformadora de la sociedad. Reprimida por el machadato, la Universidad Popular se dispersó. Pero la aspiración de romper los muros que separaban la docencia de la sociedad siguió latiendo de manera irreversible. La institución incorporó los departamentos de extensión universitaria que, en el caso cubano, intentaron salvar vacíos ante la ausencia de una política cultural en el país. El teatro universitario marcó un hito en el desarrollo de esta manifestación artística entre nosotros. La difusión de cine de arte ofreció una contrapartida al comercialismo que dominaba las salas de exhibición. Por vía editorial, se emprendió el rescate de los fundadores del pensamiento nacional. Entre los estudiantes se mantuvo viva la participación en la esfera pública, complementada con el vínculo solidario con las más legítimas causas emancipadoras. El movimiento iniciado en Córdoba había señalado un giro en el afianzamiento de la conciencia latinoamericanista.

A pesar de los reveses y de la caída prematura de los líderes, algo había cambiado en el modo de ver las cosas. Tras las acciones, se había producido un movimiento en el campo de las ideas  que había ido definiendo conceptos y propósitos a partir de nociones integradoras de los factores que intervienen en la realidad. En Mariátegui y en Mella, por citar apenas dos ejemplos, se produjo una lectura creativa del pensamiento de Marx, articulada al análisis de las circunstancias concretas de los procesos históricos. No sorprende por ello que el cubano retomara también el pensamiento de Martí con lucidez extrema.

Los tiempos han cambiado en forma vertiginosa. Pero determinadas herramientas de análisis permanecen incólumes. Como todo cuerpo vivo, la sociedad requiere diagnóstico permanente. No puede subdividirse en compartimentos estancos, sobre todo cuando la globalización neoliberal sustenta el poder hegemónico de las finanzas en una poderosa maquinaria formadora de mentalidades. La prueba está en el panorama que se ha ido configurando en América Latina con la crisis de la institucionalidad burguesa y la incertidumbre de las masas que no sostienen con su voto a los gobiernos progresistas que las beneficiaron. No podemos prescindir de un enfoque dialéctico que tenga en cuenta el factor económico, el comportamiento de las clases sociales y la conjugación de factores objetivos y subjetivos.

Apuntaladas  en lo real concreto, economía y sociología son inseparables a la hora de formular programas y comprometer la participación activa para sembrar conciencia desde el conocimiento y la práctica.

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