¿Quieres escuchar rock and roll? Clásicos de otras épocas, de Los Beatles y de otras bandas que causaron furor años atrás… ¿Te interesa disfrutarlo a la manera de músicos cubanos? En 17 y 6, Vedado, en La Habana… Ese es el lugar ideal para ello. El Submarino Amarillo te recibe, de lunes a lunes, y créeme, te sentirás a gusto por muchas razones.
En primer lugar, este centro cultural de Artex —que celebró este 9 de marzo su séptimo aniversario— surgió con la intención de ofrecer música de los legendarios Beatles y sus contemporáneos, pero no se sabía a ciencia cierta si la idea funcionaría al cabo de tanto tiempo.
Hubo quien creyó que sería un sitio de esos en los que, lamentablemente, la estética infame predomina, y que más allá de una foto de Los Beatles pegada en una pared y la música grabada, nada más despertaría el interés.
Sin embargo, quienes entraron al lugar siete años atrás se encontraron con un diseño fabuloso, que permanece intacto hasta ahora, con unos pocos cambios necesarios. El equipo creativo conformado por Elizabeth Rojas Monzón, Maikel Sánchez Cal y Rafael Mateu Dorado fue el encargado de soñar en azul y amarillo, de colocar en acrílico fragmentos de canciones en las paredes, de recrear escotillas, quillas, formas tubulares y hacernos creer que nos sumergíamos en un submarino, teniendo en cuenta que además la ubicación del lugar, subterránea, facilitaba la idea.
¿Siete años después está intocable el diseño? Parece mentira, pero el sentido de pertenencia del director general, Carel Yanes, de todos los trabajadores del centro cultural, y del público que se ha convertido en habitual, ha permitido que silla o mesa que se rompa, se arregle inmediatamente; que la limpieza sea impecable (incluso en los baños) y que las reglas de la casa se respeten al dedillo, como debiera ser en cualquier lugar. Nada de pies encaramados o pegados a las paredes, los fumadores afuera, cero desórdenes y bailes obscenos… «El lugar es para pasarla bien, no para desbordar excesos que molesten», precisa Carel Yanes.
El prestigio artístico existe. Las bandas de músicos cubanos que se presentan en su escenario saben que es un lugar para covers, que a su manera o respetando las fórmulas clásicas, se le ofrecen al público. No cualquiera sube a escena y canta Let it be, por citar un ejemplo. Se exige correcta dicción y manejo del inglés, y por supuesto calidad musical. Otros sitios en La Habana existen con otras variantes artísticas, como la peña de La vieja escuela, los domingos a partir de las seis de la tarde en La Casa de la Amistad, en la que se ofrece música propia de las agrupaciones roqueras del país, pero en El Submarino Amarillo esa es la clave.
Guille Vilar, director artístico desde su creación, asegura que todos los días los músicos se someten a pruebas de fuego, porque ciertamente los que asisten al lugar son perfectos conocedores de la música de esos tiempos, y no admitirían pifias de ningún tipo.
Claro que, como en muchos centros culturales, se expenden bebidas y ofertas gastronómicas, pero el plan de ventas no es la razón principal de su existencia. El Director insiste en que no se hacen concesiones para tener mayores ingresos.
«Si quisiéramos vender y ya, se pone una carpa en la calle, ofrecemos cerveza y cigarros o hacemos una discoteca por las noches, con reguetón o música bailable, y tal vez los ingresos se disparen. Pero la calidad artística, ¿dónde queda? ¿Perdemos entonces el sello que ganamos? Todos saben que en La Habana este es el sitio para disfrutar del rock and roll del pasado. Tenemos ingresos, claro, pero no es lo único que tenemos…».
Y no le falta razón. Las bandas que se presentan atraen público; los clientes, asiduos o no, repiten la visita, y se obtienen ganancias, sí, como debe ser en todo centro que también tiene fines comerciales, pero no a cualquier precio.
Y por eso aplaudo esta manera de pensar, y puedo constatar que todo ello es cierto porque vivir a pocos cien metros de este «submarino» me permite comprobarlo. Agradezco entonces que podamos encontrar un sitio en la ciudad que mantenga intacta su identidad cultural luego de siete años, como no ha sucedido con otros centros culturales de Artex, a pesar de que tienen potencial para ello, y con otros pertenecientes a otras empresas. Cuidar es lo que se impone, mantener a flote lo ya ganado.