Si usted cree que el presidente Donald Trump ordenó ahora que se dieran a conocer 2 800 documentos sobre el asesinato de John F. Kennedy —guardados celosamente en los Archivos Nacionales, para beneficio de la CIA y el FBI—, para que los estadounidenses y el mundo conocieran, por fin, quiénes dispararon el 22 de noviembre de 1963 en Dallas y a quiénes y a qué intereses respondió el magnicidio, déjeme decirle que peca de ingenuo.
En primer lugar, el efecto propagandístico del administrador del imperio ejerciendo su poder queda al descubierto por una sencilla verdad —al menos algo cierto en toda la saga kennedyana—, en 1992 el Congreso ordenó que todos los documentos fueran liberados a más tardar el 26 de octubre de 2017. Así que ahora se está cumpliendo.
Sin embargo, Trump se reservó algunos cientos de documentos considerados «sensibles» para la Agencia Central de Inteligencia y el Buró Federal de Investigaciones, así que por el momento no hay grandes revelaciones. Hay un plazo para que se puedan leer estos: 26 de abril de 2018. Ya veremos entonces.
Hasta hoy, seguimos sin conocer la verdad verdadera y el exmarine Lee Harvey Oswald, además de perder la vida de un disparo en el estómago a la vista de todo el mundo y llevarse con él lo que pudiera saber, sigue cargando con la culpa del asesinato, según la comisión que investigó entonces el caso.
Las teorías siguen alimentándose con cientos de libros, documentales, películas y artículos de prensa, y probablemente en algunos de los papelitos de ahora puedan salir nuevamente Cuba y la extinta Unión Soviética como sospechosos —lo que sería muy conveniente para la neoguerrafría que se desarrolla en Washington.
La mafia coligada con terroristas contrarrevolucionarios de origen cubano se ve a lo claro, pero… ya hubo caso cerrado.
«Estoy muy decepcionado (…). La mayoría de los documentos revelados anoche son documentos que ya hemos visto antes», dijo Philip Shenon, autor de Un hecho cruel e impactante: la historia secreta del asesinato de Kennedy, sobre la publicación de los documentos por los Archivos Nacionales, citado por una cadena televisiva.
«Los documentos realmente importantes, algo así como los documentos supersecretos, no forman parte de la publicación en su mayoría», explicó. «Tendremos que esperar por ellos al menos hasta abril y temo que nunca los veamos», agregó.
David Stockman en antiwar.com titulaba su comentario enjundioso Los documentos de JFK y la verdadera conspira-ción contra la verdad, y expone el poder del llamado Estado Profundo (Deep State) que controla la democracia estadounidense.
Un párrafo de su artículo encierra lo verídico sobre la tragedia de Dallas que se presentó como el asesinato cometido por un hombre solitario que desde el Depósito de Libros de Texas disparó tres tiros en 11 segundos con un viejo rifle italiano y a 265 pies dio en el blanco: el presidente Kennedy.
Un señalamiento bien importante hace Stockman para seguir manteniendo el escepticismo: si la decisión de hace 25 años del Congreso le dio a la CIA y al FBI y al resto de la llamada comunidad de inteligencia y al negocio gubernamental 6 250 días para revisar los documentos y redactar o borrar lo que pudieran, los nuevos seis meses de moratoria otorgados por Trump les permitirán a esos protagonistas enmendar cualquier errata que les quedara en las páginas.
El secreto, las operaciones sucias, las guerras no reconocidas, el ocultamiento de evidencias, la invención de pretextos, por citar algunos métodos, son pan de cada día en Washington y sus inmediaciones.
Como Tomás, yo digo, ver para creer. Seguiremos leyendo historia antigua…