Como si no bastara su arrojo durante 14 meses de riesgo y clandestinaje en las calles de Santiago, en los que llegó a ser la mano derecha de Frank y la coordinadora del Movimiento 26 de Julio en Oriente.
Como si no fuera suficiente el título de Heroína que a fuerza de ejemplo, ética y sensibilidad supo ganarse entre las montañas del Segundo Frente Oriental Frank País García, donde aseguró pertrechos, aglutinó a las campesinas y ningún detalle le fue ajeno.
Cuando ya su trayectoria revolucionaria le reservaba un lugar en la historia patria, Vilma Lucila Espín Guillois hizo suyas las palabras de Fidel: «Las mujeres pueden ser útiles en todos los sentidos».
Y aunque ella misma había dicho: «Cuando me plantearon la necesidad de crear una organización femenina nacional me quedé un poco desconcertada… ¡No se me había ocurrido siquiera!», puso toda la ternura y energía que la caracterizaban en ayudar a la mujer cubana en todos las órdenes: a elevar su nivel cultural, insertarse en la sociedad, proteger a sus hijos.
Con los mismos bríos con los que combatió a la dictadura batistiana, le planteó la guerra a la discriminación y puso su existencia en función de que las mujeres, por sus virtudes, ocuparan su lugar en la historia.
En tiempos de naciente Revolución fue la primera en hablar de educación sexual, partos en los hospitales y de crear las condiciones para que las trabajadoras tuvieran una jornada laboral tranquila, sabiendo que sus hijos estaban correctamente atendidos y educados en esos centros de formación integral de la infancia que son los círculos infantiles.
Y para crearlos, lo mismo paleó arena que acudió a la ciencia en busca del tamaño ideal que debían llevar los asienticos de los pequeños, y hasta diseñó la ropa de las asistentes: «Quiero que las mangas sean así, holgadas, que ellas puedan levantar al niño», decía, proyectaba, con maternal entusiasmo.
Hizo y mucho por las desposeídas. Ofreció a las domésticas el camino de prepararse como mecanógrafas, taquígrafas, contadoras. Garantizó la dignidad de un almuerzo humeante y un hogar confortable a los niños sin familia o a aquellos que antes del 1959 se habían visto obligados a trabajar en las calles.
Asumió la tarea de erradicar la prostitución y lo consiguió ofreciendo salud, respeto y un oficio a quienes habían tenido que escoger aquella vida. Realizó los sueños de 13 000 campesinas, que convocadas por la dirección de la Revolución llegaron a la capital para aprender corte y costura y regresaron al lomerío con los ojos henchidos de luz.
Fue tenaz y firme contra todos los que impedían el acceso al trabajo de las mujeres, contra los que les negaban oportunidades. Hizo trizas el mito del sexo débil con su ejemplo, el de una mujer que entre hombres supo ganarse los epítetos de íntegra y capaz.
Llevó a la práctica las ideas de Fidel y las suyas propias, sobre el papel de la mujer en la Revolución y engrandeció a las cubanas en tribunas internacionales al exponer sus empeños en favor del mejoramiento humano.
¡Hizo tanto por las mujeres, por la familia! Dejó una huella indeleble entre quienes supieron de su candidez, pero siguió siendo aquella muchacha sencilla, espiritual y combativa, que como describió un compañero suyo del Segundo Frente, «Jamás se le vio asumir aires de grandeza».
La misma que siendo ya la eterna Presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, la Heroína del Llano y la Sierra, ante un aplauso cerrado a su llegada al Palacio de las Convenciones, preguntó a Yolanda Ferrer, su compañera de muchos años en la dirección de la organización femenina: «¿Quién llegó? ¿Llegó Fidel?».
Y ante la respuesta negativa de su acompañante volvió a inquirir: ¿A quién están aplaudiendo? Y no pudo evitar que el rubor le llegara con la respuesta: «La están aplaudiendo a usted».