En la distancia que acortan redes sociales como Facebook y Twitter sufrimos las devastadoras imágenes que el huracán Matthew dejó en la zona más oriental del país. Las compartimos. Comentamos. Nos solidarizamos. Pero nada se puede comparar con sentir y vivir en carne propia ese fenómeno de la naturaleza.
Lo digo por experiencia propia. Cuando en 2008 Isla de la Juventud sufrió los embates de Gustav —ese huracán categoría 5 en la escala Saffir-Simpson—, quienes estuvimos aquí, aguantando puertas, recogiendo bultos, reportando, escondiéndonos en baños u otros lugares supuestamente seguros, no queremos acordarnos de aquello.
Hoy leo en las redes sociales las historias sobre Matthew y recuerdo que escribir en esas condiciones para ilustrar una realidad tan hostil es una labor intensa y dolorosa, porque afloran también las experiencias personales marcadas por los daños.
Entonces pienso en el colega baracoense que, a pesar de haber perdido parcialmente su casa, sube a Facebook imágenes de la devastación en su pueblo natal. No podemos evitarlo. Quienes llevamos el periodismo en las venas, tenemos la necesidad de contar el drama sufrido por los habitantes de las zonas impactadas.
Ahora que Matthew se ha ido del oriente cubano, escucharemos y leeremos historias de vida que nos parecerán hasta inverosímiles. De algunas nos reiremos; con otras no se pondrán aguantar las lágrimas. También habrá análisis y reflexiones que reflejen cuánto se hace por resarcir los daños materiales y espirituales del pueblo. De cada experiencia habrá que sacar lecciones. Son importantes para que las futuras generaciones creen una cultura de enfrentamiento a fenómenos climáticos en una isla dentro del itinerario casi obligado de huracanes y tormentas tropicales del mar Caribe.
Pero lo más importante será que todos los relatos publicados por la prensa cubana sobre el paso de Matthew, han estado marcados por las emociones de aquellos trágicos momentos. Usted puede sentir que cada letra se escribe desde el corazón y la memoria de sus protagonistas.
Toca afinarse el alma entonces para contar ese otro huracán de solidaridad entre cubanos, de categoría indeterminada (no creo que Saffir- Simpson tenga escala para eso). Pronto regresará la luz, la calma tras la tormenta. La vida, como siempre hacemos en Cuba, seguirá adelante, con una nueva carga de fortaleza para echarnos al bolsillo cualquier desafío. Las historias de mañana lo dirán.