Tantos años de crisis incubaron entre los cubanos una sicología de la urgencia. Entre tantas necesidades por satisfacer, el tiempo parece no alcanzar para levantar la vista. La vida está como decidiéndose en una carrera corta, de velocidad, en la que el horizonte es el ahora.
Esa galopada existencial, que nos incluye a todos —los individuos, las familias, las instituciones—, nos escamoteó, en muchos casos, el sentido de la perspectiva. Es como si hubiésemos estado, como país, en el mismo trance de una fábula del escritor brasileño Paulo Coelho, que ya he recordado en este espacio. Enredados en el tortuoso sendero de la existencia, que alguna vez nos abrimos, resulta difícil avizorar otro horizonte.
Lo curioso es que en medio de ese desgano —alecciona la obra— el viejo y sabio bosque se reía, al ver como los hombres tienen la tendencia a seguir el camino que ya está abierto, sin preguntarse si aquella es la mejor elección.
Y la moraleja viene muy bien para graficarnos las disyuntivas ante las que estamos plantados en este archipiélago, si es que queremos dejar, definitivamente atrás, la forma en que la tiranía de las circunstancias decidió sobre nosotros, nos impuso nuestros sinsentidos, curvas, retrocesos y remontadas, como en la obra del reconocido escritor brasilero. No somos hasta ahora el país que quisimos ser, sino el que las circunstancias nos impusieron.
Tras la caída del modelo de «socialismo real», con sus consecuencias sobre Cuba, estamos frente a dos principales desafíos, que nos obligan a deslindarnos sin remedio de los caminos trillados. Lo primero es dibujar, inclusivamente, nuestra ruta hacia el ideal de ese modelo que los cubanos escogimos para darles sentido a la justicia y la libertad, y que Raúl Castro describió como un camino hacia lo ignoto. Sobre todo, después de asimilado el error, reconocido por Fidel, de creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo.
Y la única manera de reinventar ese camino es proponernos superar esta larga y desgastante etapa de administración de la crisis, para comenzar a gobernar el desarrollo, para lo cual el tiempo no es una variable cualquiera. Recordemos que este proyecto de sanación nacional llega tras numerosos años de resistencias y deterioros, y en consecuencia, debemos movernos en una cuerda mágica de velocidades: ni tan rápido que nos conduzca a un accidente fatal, ni tan lento que nos aleje de la meta. Hay que ser tan prudentes como atrevidos sobre el acelerador.
La sociedad cubana y su proyecto de mejoramiento se debaten entre dos velocidades: una es la forma en que debe caer el pie sobre el acelerador de las decisiones estratégicas, y otra diferente sobre las que pudieran considerarse esencialmente tácticas. Esa sería la forma de darle verdadero sentido, y su justa dimensión, al tiempo político de la actualización del modelo socialista cubano, expresamente declarado: «sin prisas, pero sin pausas».
En esa dualidad de perspectiva nos ubica, precisamente, la próxima discusión de la Conceptualización del Modelo Económico y Social cubano de Desarrollo Socialista y el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030: Propuesta de Visión de la Nación, Ejes y Sectores Estratégicos; proyectos que, aprobados en primera instancia en el 7mo. Congreso del Partido Comunista, serán sometidos a amplio consenso nacional en los próximos meses.
Aunque este tipo de proyecciones parecerían muy alejadas de nuestros perentorios requerimientos actuales, sin ellas nuestra sociedad estaría incapacitada de proponerse proyecciones estratégicas y soluciones a sus más graves y decisivos problemas estructurales. No es nada casual que las economías y sociedades más prósperas del planeta lo hayan logrado gracias a este tipo de planeamientos a futuro.
En la política, como en las disyuntivas cotidianas de la existencia humana, las disposiciones y los actos de peso mayor, casi nadie con un mínimo de sentido común se las tomaría a la ligera; pero si lo anterior es cierto, también lo es que el tema de los tiempos en los diversos ámbitos de la actualización es algo que no debe perderse de vista, porque nuestra sociedad lleva tiempo debatiéndose sobre lo que pudiera llamarse «el problema de las velocidades».
Y este tipo de dicotomías entre las medidas técnicas, los resultados que arrojan y sus tiempos, no han desaparecido, pese al espíritu revolucionador de la actualización.
No olvidemos que, como legó William Shakespeare, tan a destiempo llega el que va demasiado deprisa como el que se retrasa demasiado. Para la medida de un proverbio chino, una pulgada de tiempo es una pulgada de oro.