Recientemente se cumplieron 120 años de la aparición en las páginas de Patria (periódico que José Martí editó y dirigió en la ciudad de Nueva York, desde 1892) de una breve nota relacionada con la publicación en Santiago de Cuba de la Revista Literaria Dominicana por parte de Manuel de J. Peña Reinoso, insigne patriota dominicano-cubano, que en esa ciudad se había radicado.
Tanto el autor como los lectores de la revista, seguramente, estaban muy lejos de suponer que en esta breve nota de Martí él incluiría un importante y definitorio concepto martiano que pasaría a la historia de la humanidad y particularmente a la historia de América, como la interpretación magistral e insustituible de la entrañable y universal idea de Patria, por la que tantos ya habían caído heroicamente.
Recordemos lo que entonces escribió Martí: «Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer; y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es la luz y del Sol no se sale. Patria es eso».
Particularmente al hacer Martí una referencia a la revista citada, apunta que «ya todos la encomian y saludan». Y añade: «A esa literatura se ha de ir: a la que ensancha y revela, a la que saca de la corteza ensangrentada el almendro sano y jugoso, a la que robustece y levanta el corazón de América. Lo demás es podre hervida y dedadas de veneno».
Debo recordar, asimismo, que en el mensaje a la III Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo decíamos que «solo con una visión integradora y de dimensión mundial se podrán enfrentar con éxito los dramáticos retos que hoy tiene ante sí el mundo en su conjunto». Junto al concepto martiano de Patria, que sirve de guía para los esfuerzos a favor de la paz, la soberanía, la justicia social, el desarrollo y el progreso, debemos también «exaltar en los planos de la cultura y de la política ese otro pensamiento suyo expuesto en el visionario ensayo Nuestra América: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».
El Nuevo Mundo americano reúne condiciones excepcionales desde todo punto de vista para mostrar al resto del planeta —dicho sea sin exageraciones ni chovinismos ridículos— los caminos y vías que, respetando la identidad de cada cual, puedan ser aceptables para alcanzar metas comunes en beneficio de los más amplios y desposeídos sectores de la población.
Dentro del hemisferio occidental, es evidente que América Latina y el Caribe cuentan con una tradición patriótica e intelectual que se expresa en sus próceres y pensadores, quienes con su acento utópico —entendido no como algo irreal, sino como posible hacia el futuro— y vocación hacia la integración pueden aportar ideas esenciales y claves filosóficas necesarias en este siglo XXI. Ellas se sintetizan en el pensamiento bolivariano y martiano, en su aplicación y ejercicio creador y eficaz.
Nada podrá lograrse, sin embargo, si no tomamos con espíritu ecuménico lo mejor de todos los pensadores que han exaltado el humanismo y la utopía universal del hombre; frente al materialismo vulgar y ramplón, los valores éticos que el mundo urgentemente necesita.
Al estudiar y difundir el mensaje martiano en todos sus aspectos, tengamos muy en cuenta su visión integral de la cultura y raigal sentido ético, recogido con belleza y claridad en su conocido aserto: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».