Hay días en que lo recuerdo, como también es verdad que nunca pude darle un apretón de manos, ni besarlo, ni encontrarlo al llegar a casa, ni sentir su calor. No ha hecho falta, porque como decía la poeta Anne Sexton, «No importa quién fue mi padre. Lo importante es quién recuerdo yo que fuese».
Bienaventurado quien ha tenido la fortuna de estar junto a ese ser querido durante toda la vida; dichoso el que lo tuvo poco tiempo, pero lo disfrutó con intensidad. Doloroso haber crecido sin ese abrigo protector por circunstancias del destino, aunque esos hijos e hijas también experimentan el placer de compartir el homenaje a los padres en su día.
Cuando este junio el almanaque señala la fecha del tercer domingo, recuerdo a todos esos seres humanos que han demostrado que la paternidad es un regalo divino de la vida que colma las expectativas de cualquier hombre, una satisfacción indescriptible capaz de superar en magnitud otros éxitos personales o profesionales.
Y aunque las distancias nos separen les puedo asegurar que mi padre, en su ausencia, siempre está ahí, en el rostro del tío, del abuelo, del amigo... aplaudiendo cada uno de mis logros y sufriendo los sinsabores que la existencia me imponga; como perenne consejero, ayudando a discernir entre el bien y el mal.
Abiertos también están sus brazos, y sus ojos sensibles se endurecen cuando se necesita una sabia lección. Ahí está el padre como celoso guardián de nuestros pasos, cultivando nuestra inteligencia, mostrando el sendero para encontrar un porvenir hermoso, y enseñándonos a vivir en el reino de la sinceridad.
Y aunque algunos pudieran aparentar ser severos, toscos, insensibles a veces, esa imagen se pierde ante la pureza y dulzura internas. Por ello, en vano la amenaza de las madres cuando dicen: «¡Prepárate cuando venga tu papá!». Él escuchará las quejas con supuesto, y hasta razonable disgusto, pero recordará su infancia y se dirá: «Es tan inquieto como yo cuando tenía su edad; es tan frágil como yo lo fui en mi día; es tan tierno que necesita mi calor; es tan explorador que necesita mi guía».
Por eso el padre siempre está ahí a pesar de las diferencias y del tiempo. Gracias por el oportuno consejo, la plática amiga, el suave regalo, el tierno reproche. Gracias por ser ante todo hombre con corazón, por ser amigo y confidente. Gracias por tu hombro y tus manos firmes, por ese amor en silencio que has dado.