La «pantalla» llega al evento tal y como se va: mostrándose con pose inocentona y sin contenido valioso que compartir. Porque decir algo necesario o participar activamente no es su función, ni la naturaleza para la que fue concebida. El hombre o la mujer pantalla asiste solo para dar una apariencia, o ser una cara con la que departir sin más resultados que una charla vacía. No se le está permitido funcionar de otro modo.
Este interesante personaje es frecuente en reuniones en las que la intención es conocer información real, recibir explicaciones a preocupantes problemas o pedir cuenta a los verdaderos responsables. Y precisamente los involucrados reales son los que se encargan de tener a mano al típico ser. Ese que asistirá al encuentro, pondrá la cara (como solemos decir) y escuchará todo cuanto «debe transmitir a su jefe, porque él no tiene explicaciones para esa situación». He ahí una de las típicas respuestas que no responden.
Como si hubiese algo más importante que hacer en el momento de dar cuentas por el deber, casi siempre la justificación ante la inasistencia del encargado anda por los caminos de las «reuniones imprevistas», la inminencia de «otras tareas» o una «misión que se le presentó a última hora». Y detrás de estas frases hechas pretenden ocultar la condenable actitud de poner a otro en el lugar propio con tal de ahorrarse la plática con aquellos a los que poco se respeta (pues otra cosa no se da a entender con su falta de compromiso ante la cita prevista).
Vale aclarar que estos sustitutos no aparecen en cualquier lugar, no es cualquiera el que se deja convencer por esta presencia-ausencia. Quienes los detectaron donde no debían estar, y elevaron el grito ante esta primera «curva» (o no requieren elevarlo a nadie debido a su propia altura) consiguen que para el próximo lanzamiento se les envíe una verdadera recta. Es en este momento del juego en el que el jefe de la pantalla no tiene otro remedio que coger la bola y subirse al montículo aunque sea para perder el juego.
Lo que ocurre es que a veces estos mandamases no llegan a entrar al choque. Porque para identificar a quienes van condenados en su lugar, la conversación requiere tener en la otra parte a una persona con conocimientos que le permitan dilucidar fácilmente si hay sustancia o no en un caldo de explicaciones. Solo de este modo se anula la fraudulenta protección de estos fingidores de respuestas.
¿Qué hay detrás de estas pantallas? Mucho más que mal funcionamiento y problemas materiales se encubren con estos lamentables escudos humanos. Con esta «estrategia de trabajo» se intenta evadir responsabilidades de tipo ético que no logran explicarse de ningún modo sin ser puestas a la luz como ejemplos de ineficacia y mala dirección. Y como los incumplidores no pueden soportar una reunión con los perjudicados o las autoridades, es mejor tener a mano un buen títere que acepte su función, aunque no la cumpla.
Más allá de las respuestas sospechosas, resulta evidente cuándo se quiere pasar gato por liebre. Porque solo la ausencia injustificada delata que sería incapaz de mandar a alguien en su lugar un directivo verdaderamente involucrado, con el alma «puesta en el puesto», con los desvelos que dejan las dificultades, con ganas de llegar a un espacio de intercambio donde sacar a la luz sus disfuncionalidades para que otros sean el apoyo que requiere la situación que ya en él no halla solución.
Se trata entonces de detectar a la pantalla, para detrás de esta, llegar a quien lo envía. Y hacerlo responder donde debe y cuanto está obligado a decir por su responsabilidad, o dejarlo sin la posibilidad de escudarse detrás de estos que siguen asistiendo a las reuniones sin tener nada que decir, por puro encargo de un jefe que no merece serlo.