CARACAS, Venezuela.— Aquel cuento de la llamada prensa «neutral», alejada de la política y las ideologías, no podría creerse ni por un segundo en esta nación, donde los grandes medios de comunicación son —no parecen— partidos políticos disfrazados de disparadores de supuestas noticias.
Siempre ha sido así, pero en los últimos días la «imparcialidad» de periódicos, emisoras y televisoras ha llegado a tal grado de parcialidad que el presidente Nicolás Maduro ha dedicado más de diez comentarios en Twitter para referirse a la guerra mediática desatada por la burguesía, a la que ha llamado a derrotar en una batalla sin cuartel.
«Elevemos la lucha por la verdad en las calles, casa por casa, en la radio y TV, en los medios alternativos y en las redes. Con unidad de acción sigamos dándole lecciones de ética a la prensa burguesa, que destila su odio lleno de malas intenciones. (...) La guerra mediática recrudece en todos los aspectos...», escribió en la red social.
Ese llamado no parte de elucubraciones. El censo comunal realizado por la Revolución, la inauguración de obras sociales, la repartición gratuita de unos cinco millones de ejemplares de la Constitución, la arrancada exitosa del curso escolar y hasta la visita de Eduardo Galeano, han sido acontecimientos ignorados o abordados «por un pelito» por los medios masivos.
Incluso, el escritor y periodista uruguayo, figura ilustre de la literatura hispanoamericana, recibió de manos del Jefe de Estado venezolano la Orden Simón Rodríguez y un reconocimiento especial del Fondo Cultural de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA); y, sin embargo, el hecho no apareció desplegado en los titulares, como tenía que ser en una prensa medianamente objetiva.
Eso contrasta con los grandes cintillos o encabezados dedicados a declaraciones de personeros de la oposición o a temas como la inflación, las irregularidades con algunos productos alimenticios en los mercados, la violencia u otros fenómenos que, aunque existen, son excesivamente amplificados, como si el país se estuviese cayendo a pedazos.
No en balde, en un acto celebrado recientemente en Guarenas, en el estado de Miranda, Nicolás Maduro alertó que esos sectores que mueven mucho más que palabras «están buscando crear condiciones para una explosión social, para graves problemas de estabilidad económica. Eso es todos los días».
Solo un tonto olvidaría el papel de esta industria de opiniones en el golpe de Estado de abril de 2002; o en los sucesos del paro petrolero (a finales de ese año) y la subsiguiente guarimba, con que pretendieron sacar nuevamente a Hugo Chávez de su puesto. Así que el libreto no es original de estos tiempos.
Otro hecho prueba esa guerra con tanques: el domingo último el accidente de Maduro, quien cayó de la bicicleta mientras recorría algunas calles de Caracas junto a dirigentes del Gobierno, fue inhumanamente engrandecido, con bombos y platillos, por los medios. Lo peor fue que los supuestos moderadores de estos, probando su total falta de ética, publicaron comentarios agresivos, ofensivos y virulentos de los lectores contra el Presidente, muchos sobrepasados de absurdos.
Y la campaña por «probar» pugnas internas entre las principales figuras del Gobierno no se ha detenido, algo que no sucede —mire usted qué raro— con la recalcitrante derecha. Ni tampoco ha habido tregua en el afán de sembrar dudas respecto al lugar de nacimiento del Jefe de Estado, a quien ahora «acusan» de colombiano.
Pero las fuerzas revolucionarias no pueden esperar menos que eso. Entonces, en lo que aparenta ser una lucha desigual, deben seguir apostando a los medios alternativos, a la persuasión personalizada, a esa lucha casa a casa que enarbola Maduro. Pero especialmente a la acción y a la verdad, armas insustituibles de alcance eterno.