Desde hace meses se respira ambiente de Clásico Mundial de Béisbol, y para los cubanos unos de los temas más debatidos ha sido la conformación definitiva de su equipo nacional.
Mis esperanzas de volver a disfrutar de un primer lugar en importantes certámenes internacionales todavía están en pie. Así es, a pesar de que en la calle escucho que los tiempos cambian y la pelota se nos ha puesto difícil.
No soy comentarista deportivo, y por eso no me atrevo a hablar de números ni de estadísticas beisboleras. Sí deseo hacerlo, sin embargo, desde otra dimensión alusiva a la medicina y a la ética del deporte.
Comenzaré por decir que, como cubano, encuentro consuelo en no cargar con los infortunios que atormentan a ciertos equipos de béisbol como el de República Dominicana.
En los inicios todo apuntaba a que la alineación dominicana sería una de las mejores del certamen. Pero las expectativas empezaron a decaer con la exclusión de «famosas figuras» de las Grandes Ligas norteamericanas, como Esmil Rogers, José Bautista, Johny Cueto, Iván Nova, Melky Cabrera, Bartolo Colón y Albert Pujols.
Causas habrá muchas, pero la sombra del dopaje es la más dañina en esta historia. El deporte norteamericano, ya agraviado en el presente año cuando el famoso ciclista Lance Armstrong admitió el uso de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento, no puede ocultar el nuevo escándalo: una reciente investigación ha develado cómo un laboratorio miamense de medicamentos llamado Biogénesis vendió fármacos dopantes a algunos peloteros activos de las Grandes Ligas.
Lamentablemente, entre los nombres que sobresalen están los dominicanos Melky Cabrera y Bartolo Colón. El caso del último merece una reflexión más particularizada.
En el año 2005, a la edad de 32 años, cuando jugaba con los Angelinos de los Ángeles de Anaheim, Colón ganó el premio Cy Young por ser el mejor pitcher; una de las distinciones más importantes de las Grandes Ligas.
Entonces se le auguraba una vida deportiva plena de méritos y virtudes. Pero luego, tras sufrir frecuentes lesiones y dolores, regresó en el año 2010 a su país natal para someterse a un polémico procedimiento médico desaprobado en Norteamérica: que le inyectaran células madre en el hombro y en el codo del brazo de lanzar.
Pocos meses después del tratamiento, Colón regresó al deporte rentado; dicen que con un «brazo rejuvenecido» capaz de lanzar una pelota a 93 millas por hora (cerca de 150 kilómetros por hora).
El tema ha sido muy polémico. Según la Sociedad Internacional para la Investigación de las Células Madre, la acción médica es irresponsable al no existir estudios rigurosos previos que demuestren la seguridad y efectividad de reparar daños del tejido conectivo (sostenedor de la estructura corporal).
En otras palabras, el ambicioso pitcher puso dinero para someterse a un tratamiento que puede ser más peligroso de lo que realmente él piensa. Entre estos riesgos está el que se multipliquen algunos tipos de tumores o que el tejido regenerado no sea lo suficientemente fuerte o flexible, comparado con el original.
Pero otra historia oscura se suma: Colón fue suspendido el pasado año por el uso de sustancias prohibidas. Entonces su imagen no solo se contamina con un turbio tratamiento sino, también, con el despreciable dopaje.
Este episodio me remite a un pensamiento martiano, como idea oportuna y precisa: «La deshonestidad y el atrevimiento inmoderado, si bien deslumbran con sus primeros arranques y beneficios, no pueden crear una prosperidad segura».
Por eso, a pesar de las dificultades, nuestros peloteros glorifican el deporte, sin trampas y con cabal lealtad a su patria. Ellos saben, martianamente, que la principal fortuna nace de una fuente inagotable: el respeto del pueblo.