En momentos tan graves como los actuales, en los que incluso el porvenir de la familia humana aparece comprometido como consecuencia de las diversas crisis y las difíciles coyunturas que la acechan a no tan largo plazo, la idea martiana del equilibrio del mundo, una de las claves de su pensamiento profundo y de largo alcance, debe convertirse —a la vez— en inspiración y enseñanza.
Téngase en cuenta que esta concepción de José Martí, fundada en la integridad de los diversos órdenes de la realidad, expresa al equilibrio como una ley matriz esencial que rige tanto para la naturaleza como para el espíritu, el arte, la ciencia, la economía, las relaciones sociales e incluso la política, y que solo es posible alcanzar esta síntesis a escala social con una cultura volcada hacia la acción.
Martí la llevó al terreno de la educación y la política práctica y solidaria.
Aquel hombre excepcional que hoy inspira con mayor fuerza aun a los revolucionarios cubanos y a los de vastas regiones de América y del mundo, enriqueció y elevó a planos universales superiores con sentido de continuidad el patrimonio cultural de la humanidad y, en el caso de Cuba, fue continuador de Varela y Luz, asumiendo en sus formas más puras las tradiciones éticas de raíz cristiana y la modernidad europea sin ponerlas en antagonismo.
Un rasgo característico de la idea martiana en su sentido más general es que buscó siempre superar el «divide y vencerás» de la vieja tradición reaccionaria, y sustituirlo por el principio de «unir para vencer». Posiblemente nunca antes ha resultado tan evidente que los problemas afrontados por la humanidad tienen un sentido global y planetario y es tan necesario unir voluntades para encarar su solución.
Fidel lo expresó de manera dramática: «O cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir nuestra especie». Para evitar que todo pueda transformarse en un final apocalíptico, es indispensable la acción política acompañada de los criterios más sabios y justos, hurgando en el infinito laberinto de las cifras y datos económicos y de las concepciones filosóficas y sociales.
Es necesario unir la más amplia gama de fuerzas interesadas en librar esta batalla que no excluye a nadie, solo a los que quieran excluirse por su propia y egoísta voluntad.
Recordemos que, para Martí, la política tiene siempre finos principios éticos y se relaciona con objetivos trascendentes que para ser logrados exitosamente requieren el ejercicio inteligente y definitivo de una doble condición: radical y armoniosa.
Desde una aspiración revolucionaria y para salvar a la humanidad es necesario hacer una política culta y martiana, guiada por la idea de «unir para vencer», orientada por un pensamiento universal que priorice y defienda los intereses de todos los individuos por igual, no solo de los poderes imperialistas, opresores y enriquecidos, que en realidad solo buscan saciar su voracidad material.
Pudiéramos asumir la consigna de «libertad, igualdad y fraternidad» siempre que esta sea para todo el mundo y represente verdaderamente un equilibrio que incluya a las grandes mayorías, aún marginadas y desposeídas, tal como dije a un amigo francés.
«Conquistaremos toda la justicia…», escribió Martí a Juan Gualberto Gómez en carta memorable. La justicia es, por tanto, la esencia del equilibrio del mundo y es, según la tradición filosófica y cultural cubana, el sol del mundo moral que la ética martiana recoge y expresa.
Esa ética martiana que es hoy más necesaria que nunca antes, pues lo que está en juego no es solo un país o una clase social. Está en juego la existencia de la especie humana.