Los números siempre son acusados de fríos, aunque nos pongan la cabeza caliente. Claro que no lo dicen todo, pero es mucho lo que revelan. Sobre todo cuando se les mira bajo la compleja y sensitiva lupa existencial de una nación y de su gente.
Hay uno que tal vez no pudimos digerir bien, mencionado entre los delicados asuntos de las pasadas sesiones parlamentarias. Sin embargo, hay que evaluar cuánto pesa su «sustancia» en el sistema digestivo de la economía nacional, esa cuya reactivación en propiedad sería imposible sin un cambio radical de ese algoritmo.
Resulta que en esos debates conocimos que el sector agrícola, que emplea a más de 960 000 personas —casi el 20 por ciento de la fuerza laboral total del país— aporta, en los actuales momentos, solo el cinco por ciento del producto interno bruto (PBI).
El guarismo muestra a las claras la caída sufrida por el sector agropecuario, que en 2008 —cuatro años atrás— según un revelador análisis del investigador Armando Nova, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, aportaba alrededor del 20 por ciento del PIB del archipiélago.
La forma en que se comporta ese aporte puede develar situaciones más hondas, implicaciones más allá de las meramente estructurales, incluso sociales si se continúa profundizando.
El mismo analista —que coincide en que la población económicamente activa que labora de forma directa en el sector es de cerca del 20 por ciento— añade que si consideramos que el núcleo familiar cubano se compone de cuatro personas como promedio, se puede afirmar que la economía familiar de cerca de cuatro millones de personas depende el desempeño de la actividad agropecuaria.
A sus apreciaciones agrega que como sector demandante se encadena con diversas ramas de la economía del país, e introduce además dinamismo por vía de la demanda. Asimismo —subraya— genera energía renovable y no contaminante y da lugar a importantes ventajas económicas, sociales y territoriales. Además, en el sistema agroindustrial cañero se obtienen múltiples derivados con alto valor agregado.
Como es de suponer, en la medida en que la agricultura no proporcione los resultados esperados, dicho encadenamiento motiva importantes erogaciones (efecto multiplicador no favorable), que la economía debe asumir, para poder suplir las deficiencias de este sector.
Ello es lo que se viene manifestando en los años más recientes, y motiva grandes importaciones de alimentos, una parte significativa de los cuales puede ser producida internamente en condiciones competitivas. Como es conocido, todo ello desemboca en una economía más vulnerable y dependiente.
Las potencialidades de la agroindustria hacia el futuro, cuando dé resultados la reforma estructural en marcha, se demuestran con otro número. La agricultura llegó a aportar en 1991 —aun con las consabidas insuficiencias— el 83 por ciento de los fondos exportables de la nación, según Nova; de los cuales el 77 por ciento correspondía a la agroindustria azucarera. En fecha reciente, según especialistas, ese aporte alcanzaba únicamente entre el 15 y el 17 por ciento.
Como ya apunté en esta columna, nadie desconoce el impacto del llamado período especial en la rama. Tampoco el viraje ocurrido hacia una economía de servicios con sus inusitadas perspectivas. Pero esto lamentablemente se dio en paralelo con cierto grado de subestimación del sector agrícola, cuyas consecuencias purgamos ahora en lo táctico y lo estratégico.
La esfera agropecuaria fue y resultará decisiva para la economía cubana, tanto por su incidencia directa e indirecta en el producto interno bruto, como por los valores que genera la transportación y comercialización de productos agrícolas frescos o procesados.
Vuelvo entonces a la frase del literato norteamericano Wendell Berry, quien decidió regresar al cultivo de la tierra de sus padres y se convirtió en defensor progresista de la virtud y la tradición, símbolo contra el tecnologicismo desenfrenado: «Sin importar qué tan urbana sea nuestra vida, nuestros cuerpos viven de la agricultura; venimos de la tierra y retornaremos a ella, y es así que existimos en la agricultura tanto como existimos en nuestra propia carne».
Su tesis, como ya apunté aquí, podríamos acercarla a las exigencias actuales de Cuba. Nuestro país viene de la tierra y también retornamos a ella, y deberíamos existir en la agricultura tanto como existimos en nuestra propia carne.