Confieso que estaba tan atiborrado de comentarios y suspicacias acerca del dilema fútbol-béisbol y su arraigo actual en el público cubano que hasta llegué a dudar que esta final de la 51 Serie Nacional, ganada convincentemente por Ciego de Ávila, fuera un boom deportivo como años atrás.
Sí, lo sé, acepto que no tuve por qué hacerlo, pues un ferviente amante de la pelota no debería ni siquiera dudar en la permanencia de la pasión por una disciplina que es identidad para esta Isla.
Pero ha sido tan recurrente el alerta de los «peloterólogos» por todos lados y la queja de los aficionados, así como tan fuerte la escalada futbolística en medios de prensa y elevada la fiebre de fin de semana en cada lugar donde se pueda patear un balón, que a cualquiera se le «mueve el piso».
Mas, en medio de una andanada reciente de clásicos Barcelona-Real Madrid, finales de Champions League, de Copa del Rey, la Liga Española, amistosos internacionales, con la Eurocopa a la vista llegaron los play off de la pelota cubana y, como en el propio rigor deportivo de este deporte, fue una historia diferente.
El bien más añorado por los matanceros se hizo realidad: los Cocodrilos clasificaron por primera vez en la historia reciente para una postemporada y pintaron de rojo el espíritu de toda una provincia. Este fue el primer destello que me hizo recobrar el aliento. ¡Aún la felicidad de un territorio va aparejada con la pelota!
De pronto, algo me dijo que pudiera ser un fenómeno aislado, pues la sed de triunfo saciada embulla al menos fanático. Precisamente por eso me mantuve escéptico, mientras en los barrios, los jóvenes menores de 25 años seguían golpeando como alelados la «blanquinegra».
Entonces vi que en Granma —a pesar de ser una fanaticada muy exigente e implacable con su equipo— la fiebre beisbolera se adueñó de las esquinas, al igual que en Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos y Las Tunas.
En cada uno de estos territorios el fútbol pasó inmediatamente a un segundo plano, y esos que gritan ¡Vizca Barça! sin saber a ciencia cierta dónde está la Ciudad Condal llevaron cornetas, se pintaron la cara y gritaron hasta enmudecer vitoreando a sus peloteros preferidos o delirando por un cuadrangular a la hora buena.
Mis dudas iban desapareciendo a pasos agigantados.
Y fue entonces que llegó la final entre Industriales y Ciego de Ávila, y el ambiente que se vivió en tierras de Tigres y Leones le puso «la tapa al pomo», y dio vida a una confirmación: en Cuba la pelota no se sigue, sino que se vive, se llora, se respira, se metaboliza.
Ahí me llegó la completa tranquilidad y me atreví a ser categórico: nunca el béisbol será relegado en la preferencia deportiva del cubano.
Ahora bien, sí impera hacer mayores aportes —diría revoluciones— en materia de divulgación, espectáculo, calidad deportiva, estrategias de preparación y conceptos competitivos, para mantener lo que hemos logrado hasta ahora. Los tiempos cambian y la dialéctica es imprescindible para afrontar cada momento.
En fin, después de lo vivido en estos play off prometo no volver a dudar.