A pesar del diccionario digitalizado de la Real Academia Española, mi amigo el Pequeño Larousse se mantiene aún en servicio y me tiende su mano de papel cuando lo preciso. ¿Quién le gana en autoridad en materia de definiciones? Su erudición semántica detenta el encanto de la sencillez. Veamos. Acera: Espacio alto de la calzada, generalmente asfaltado o enlosado, hecho en los laterales de una calle para la circulación de los peatones.
El concepto es tan exacto que no necesita una letra adicional. «Más claro, ni el agua», diría un cubano de pura cepa. Y lleva toda la razón: la acera fue concebida solo para ofrecerle garantías viales al caminante. Ahhh, pero no hay peor entendedor que quien no quiere entender. Los hechos lo denuncian a viva voz.
Hoy apenas se puede caminar por algunas aceras. El desorden, la aglomeración y el multioficio amenazan con sepultar en el caos su utilidad primaria. Tan serio es, que ya muchos prefieren asumir el riesgo potencial de circular por la calle antes que aventurar sus apremios por estas vías otrora seguras y expeditas.
Los devotos de las excusas enarbolan argumentos de toda laya: «ya no cabemos en el centro histórico», «los habitantes se han triplicado», «las “shopping” dispararon la población flotante»... Quienes ven las cosas en su justa medida esgrimen también los suyos: «ahora hay más indisciplina social», «deben aplicarse los reglamentos», «algunas calles claman por ser cerradas al tránsito vehicular»... Y así.
En las aceras de la ciudad uno se da de narices lo mismo con un equipo amplificador del último reguetón que con un «mercader» en pleno cambalache. Uno y otro devienen barreras arquitectónicas y humanas difíciles de franquear. El ir y venir colectivo se descarrila ante tales obstáculos. Aunque aparentemente se trata de un asunto de poca monta, lo cierto es que irrita.
Las bicicletas tienen también su incidencia en este accidentado entuerto. En su pretensión de ponerlas a salvo de los rateros de circunstancia, sus dueños suelen colocarlas en las aceras, con el lógico contratiempo para los caminantes. Entiendo la preocupación de aquellos por la suerte de sus vehículos. Pero, ¿no sería menos engorroso recurrir a los parqueos convencionales? Yo creo que sí.
Las modalidades obstructivas exhiben otros matices. Los merodeadores de las zonas de tiendas recaudadoras de divisas, por ejemplo, manifiestan especial predilección por tomar asiento en los bordes de las aceras. Tal conducta muestra una notoria incidencia. En semejantes condiciones, caminar puede constituir toda una odisea.
En fin, transitar por las aceras de las ciudades no entraña siempre un ejercicio de fácil ejecución. Si no es capaz de evadir con una finta oportuna sus ubicuos y heterogéneos valladares, el transeúnte puede dar más de un tropezón durante su trayecto. ¿Sería difícil allanarles el camino y restituirles su legítima encomienda?
Vuelvo a mi entrañable, enorme Pequeño Larousse, y a su proverbial sencillez para fijar conceptos. Dice en la entrada correspondiente a «acera» que es un espacio «hecho en los laterales de una calle para la circulación de los peatones». Sería excelente tenerlo en cuenta.