Así, como el título, resuena el estribillo de un pegajoso chachachá de la orquesta Aragón. Cualquier cubano sabe cómo sigue: «Y paga lo que debes». Tal vez por aquello de «las cuentas claras y el chocolate espeso».
Allá bien al norte, cerca de donde viven los osos polares, en Islandia, tal vez no sepan bailar chachachá, pero sí se tomaron el chocolate, y ahora desde la Unión Europea les exigen «que paguen lo que deben». Hablamos de que un banco islandés, el Landsbanki, quebrado en octubre de 2008, dejó colgados de la brocha a unos 400 000 ahorristas británicos y holandeses que tenían depositados unos 5 600 millones de dólares en una filial de aquel, el Icesave.
Este, que ofrecía servicios por Internet y prometía a los holandeses un cinco por ciento de intereses en sus cuentas y un seis por ciento a los británicos, se evaporó como el genio de la lámpara cuando el 7 de octubre colocó un anuncio digital: «No estamos procesando ninguna solicitud de depósito o extracción a través de las cuentas de Internet de Icesave. Pedimos disculpas por cualquier inconveniente que esto pueda causar a nuestros clientes».
Claro que 5 600 millones de dólares retenidos no son «cualquier inconveniente». A los ahorristas nacionales sí les pagaron íntegro su dinero, pero a los de Holanda y Reino Unido, el Gobierno islandés de aquel momento (conservador, obligado a dimitir por la furia popular) les dijo que, si acaso, podrían cobrar solo el 15 por ciento de sus ahorros. («What…?!», brincó más de uno en Londres, y en La Haya exclamaron: «Wat?»)
Ah, pero Islandia —hasta hace muy poco un paraíso de las finanzas y el bienestar, y hoy un foco de incertidumbre— quiere entrar en la Unión Europea, y no le vale enemistarse. Por ello, el Althing (Parlamento) aprobó el 30 de diciembre una ley para pagarles a los gobiernos británico y holandés los millones que estos debieron desembolsar y entregar a los que fueron «desheredados» por Icesave. Pero ¡sorpresa!: días atrás, el presidente Olaffur Grimsson rechazó firmarla, porque el pueblo se opone a que le cobren lo que no dilapidó —¡fueron los dichosos bancos con su especulación!— y exige un referéndum.
Y lo habrá, probablemente en febrero o marzo. Islandia, con una población de 320 000 habitantes —casi la de Centro Habana y San Miguel del Padrón juntos—, ha convocado a sus 243 000 votantes a decidir si paga o no paga. Y parece juego cantado, pues los sondeos arrojan que el 70 por ciento de los consultados se inclina por lo segundo.
Este sábado, el semanario inglés The Economist se preguntaba: «¿Es una ventisca? Peor: es un Presidente ceremonial zarandeando a superpotencias». La metáfora viene porque, como constitucionalmente un mandatario islandés «ni pincha ni corta» —no así la Primera Ministra, que sí desea salir rápido del trago amargo—, causa asombro que Grimsson decida darle largas a un país como Gran Bretaña. Ambas naciones ya tuvieron roces entre los años 1958 y 1976, durante las llamadas «guerras del bacalao», una serie de conflictos por áreas de pesca en el Atlántico Norte.
Si en aquel momento Islandia se salió con la suya e incrementó notablemente sus zonas de captura, ahora parece que no pescará nada bueno. España, país que ejerce la presidencia rotatoria de la UE, lanzó una advertencia por boca de su canciller, Miguel Ángel Moratinos, en el sentido de que países europeos se verían muy afectados si el referéndum veta la ley de pagos, lo que «podría inevitablemente retrasar el proceso de adhesión» islandés al bloque comunitario, algo que se creía sería por vía rápida. Y ni qué decir tengo de lo que están dejando caer desde Londres y La Haya. «Profunda decepción» y «aislamiento económico» son las frases que circulan…
Creo que el anzuelo —el ingreso a la UE— llegará, con el tiempo y un ganchito, a pesar más. ¡Incluso por sobre la voluntad popular! De seguro, quienes no «tomaron chocolate» tendrán que, al final, pagar la cuenta.