Si algo más hacía falta para confirmar en qué consistía la denunciada maniobra dilatoria de los golpistas hondureños, ahí está su descarada convocatoria al Congreso para que analice la restitución de Manuel Zelaya solo el dos de diciembre, ¡tres días después de la fecha pautada para las elecciones!
Consumados los comicios ilegítimos del próximo 29 bajo la manipulación, la fuerza y la falta de transparencia que propicia el régimen de facto, sentar a Zelaya entonces en la presidencia sería el toque final de la mentira que resultaron las negociaciones erigidas sobre el Acuerdo de San José, y acabar de santificar a los golpistas y su prolongación: el gobierno que salga «electo» en tales condiciones. Limpios de polvo y paja quienes violentaron las leyes y los derechos de los hondureños incluso con la represión, solo quedaría bregar un poquito más para obtener la venia de la comunidad internacional y, «aquí no ha pasado nada». Irreverente como siempre, el títere Micheletti ha asegurado que el Estado tiene dinero suficiente para sobrevivir a las sanciones, hasta marzo.
Llegar incólumes hasta aquí para que la coyuntura electoral resolviera el dilema de su ilegitimidad, ha sido el juego de los gorilas. Así como se lava el dinero malhabido, aspiran a «blanquear» el golpe. Eso explica la decisión dada a conocer por Zelaya el pasado fin de semana cuando anunció que, a estas alturas, no accedería a ser repuesto.
Aunque indignante, la burla de una convocatoria formulada tan a destiempo a ese Congreso que, en mayoría, se prestó a la maniobra disfrazando la asonada como «sustitución», no sorprende. En verdad, la estocada final a la reversión del golpe la dejó ver el todavía subsecretario de Estado para América Latina, Thomas Shannon, hace dos semanas, cuando declaró que EE.UU. no podía imponer la vuelta del Presidente, desvinculó su reposición del gobierno de conciliación acordado por las partes, y dejó entender que Washington reconocería los comicios con Zelaya o sin él.
Tal postura terminó de desatar el desacato e irrespeto de los usurpadores hacia quienes demandaron la restitución incondicional, y marcó lo que pareció ya el punto de no retorno. De ese modo, el propio Departamento de Estado daba un puntapié al castillo de naipes de la salida dialogada que impuso, precisamente, Hillary Clinton, con una posición aparentemente ambigua que termina por avalar abiertamente a los golpistas. El despacho ahora a Honduras de un nuevo enviado especial estadounidense sigue tratando de aparentar una actitud equidistante que ni resuelve... ni convence.
Negados a formar parte del montaje, decenas de aspirantes a alcaldes y concejales de las bases hondureñas renunciaron ya a sus aspiranturas, posición adoptada también hace una semana por el candidato independiente Carlos H. Reyes, miembro de la resistencia y quien cuenta con el apoyo del Frente. Mientras, los golpistas siguen impulsando la farsa de la que darán «garantías» una Corte Suprema de Justicia y un Consejo electoral plegados igualmente al golpismo.
No pocas lecturas de los hechos acontecidos en casi cinco meses desde la asonada quedan pendientes cuando, por ejemplo, ha quedado a la luz el poder de esa ultraderecha estadounidense que presionó y chantajeó al Departamento de Estado y a la Casa Blanca para proteger al gorilato. O lo que de este capítulo pueda utilizar la derecha latinoamericana, como nefasto precedente en sus deseos de volver la historia atrás.