Hoy día, si alguien quisiera hacerse una idea del estado del conservador Partido Popular (PP) español, podría evocar la misma imagen, con su carga de división interna. Aunque vayamos despacio: la derecha no se derrumba ni mucho menos, y como segunda fuerza política del país ganó más votos en los comicios generales de 2008 que en 2004. Pero sí hay que decir que el gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no tiene que sudar la camisa para descalificar a su rival, pues él mismo se busca los escándalos.
El último estalló hace poco más de una semana: altos funcionarios del PP son espiados, nada menos y hasta que se pruebe lo contrario, que ¡por otros miembros del PP!
Según datos revelados por el diario El País, que han dado el pie forzado a la investigación, un presunto servicio de inteligencia de la Comunidad de Madrid —donde gobierna el PP—, formado por al menos cuatro ex policías que responden al consejero de Interior local, Francisco Granados, ha estado involucrados en el seguimiento al vicepresidente de esa comunidad autonómica, Ignacio González, y al vicealcalde de la capital, Manuel Cobo, entre otros afectados. Existen fotos, documentos, en fin, material suficiente como para que un juez decidiera, ayer mismitico, iniciar diligencias para esclarecer el asunto.
Gallardón, Rajoy y Aguirre: falsa imagen de unidad. Foto: El Confidencial Con estas cartas sobre la mesa, el aluvión de acusaciones va en todas las direcciones, moja y salpica. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, aznarista dura entre los duros, es tajante al decir que en sus predios «no hay espías»; el alcalde capitalino, Alberto Ruiz Gallardón, más moderado, acusa a Granados, consejero de aquella, de tener «un cuerpo parapolicial» para labores ilegales de inteligencia; el aludido se defiende y amenaza con ir a los tribunales; Aguirre lo respalda y dice que pone «la mano en el fuego» por sus consejeros, sin embargo, un ex policía subordinado de Granados confiesa que, en efecto, le entrega informes a este...
No, no se atormente. El párrafo está para leérselo de nuevo. Hágalo si lo desea, pues la telaraña es un embrollo aun peor. Falta el jefe del PP, Mariano Rajoy, quien al principio dijo que no había que hacer caso a acusaciones aparecidas dondequiera, pero días después dio marcha atrás, y pidió a su segunda, María Dolores de Cospedal, que iniciara la pesquisa para ver qué de verdad había en todo esto. Y la Cospedal ha asegurado, con el correr del tiempo, que ciertos indicios cuentan «con mayor verosimilitud, otros todavía no se sabe».
De comprobarse esta trama, la de una formación política que se espía a sí misma por la existencia de rencillas no ajenas a la opinión pública —a nadie se le escapa la intragabilidad mutua entre Aguirre y Gallardón—, la ciudadanía española, afectada por los malos pronósticos económicos (sobre los que hablaré en otro comentario), tendrá más motivos para desconfiar de un partido que, durante la primera legislatura del gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008), se limitó desde la oposición a avivar la llama de la discordia, lo mismo por el intento del PSOE de dialogar con la organización vasca ETA, que por que el sol saliera por el oriente.
A estas alturas, nadie duda de que el gobierno sufra una baja en la preferencia de los electores. Incluso, en Galicia y en el País Vasco, donde habrá comicios autonómicos en marzo, los socialistas pudieran experimentar algún retroceso, aunque no el suficiente como para que el PP reine.
Sin embargo, cualquier declive en este sentido deberá achacársele al fantasma de la recesión económica en Europa, y con seguridad no a la «buena imagen» de un PP que quiere configurarse como «alternativa de esperanza», según las palabras de Rajoy, pero que juega, como los trozos humanos trazados por Dalí, a la tensión interna y a la fractura.
¡Y a estas horas con esPPías...!