Según dice Aznar al diario francés Le Figaro, «la historia hará justicia» a su amigo, una criatura entregada a causas «nobles y justas», y que combatió «la tiranía y la barbarie».
No os preocupéis, Su Señoría, que el mundo no olvidará estos laaargos años de Jorgito en la Casa Blanca.
Los iraquíes, los que quedaron después de que los F-16 bombardearan «libertad», «democracia» y «progreso» sobre Faluya, Ramadi, Ha-ditha, la bagdadí Sadr City, etcétera, etcétera, de seguro evocarán por mucho tiempo el frondoso árbol genealógico de tan magnánimo caballero.
Y los ahorristas norteamericanos, y los que perdieron sus casas, y los que han quedado sin empleo, y los que se empeñaron hasta el cuello para poder pagarse cirugías no cubiertas por los seguros de salud promovidos por indecentes empresas favorecidas desde Washington, también le guardarán un rinconcito... junto al cesto de los papeles.
Su herencia, su legado, estará también en la memoria del mundo cada vez que se retransmitan las imágenes de dos torres neoyorquinas cayendo, mientras el presidente lee «Mi amiga la cabra».
Y cada vez que un niño pregunte qué extraños seres son esos individuos enfundados en trajes anaranjados, con las manos atadas a la espalda y arrodillados contra una cerca de púas.
¿Cómo habrá el mundo de olvidarlo? Responde, Chema...