Recientemente leí uno de esos análisis con atisbos de certificados de defunción. La nota estaba firmada por la agencia Europa Press y fechada en Madrid. Decía así: «Los medios de comunicación digitales “eliminaron” 3 600 puestos de periodistas en la última década en Estados Unidos, según afirmó Rosental Alves, director de la Cátedra de Periodismo de la Universidad de Texas, en el marco de la tribuna iberoamericana Periodismo digital: tendencias y apuestas desde América y Europa, organizada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
Para el especialista, el perfil del periodismo digital aún no está definido y ni los medios de comunicación tradicionales ni los periodistas saben cómo reaccionar ante él, generando incertidumbre. «Lo único cierto es que anualmente los diarios de papel pierden el 10 por ciento de su publicidad», aseguró Jean Francois Fogel, asesor ejecutivo del diario francés Le Monde Diplomatique.
Por otro lado, apuntó que los grandes periódicos han encontrado en sus páginas digitales la manera de «interactuar» con los internautas y han tenido que «reinventar» sus contenidos para adaptarse a un nuevo medio de comunicación. «El diario que viene para decirnos lo que pasó ayer morirá pronto, por eso debe reinventarse y apostar a otros desafíos», insistió Fogel.
Visto así, simplemente, parece enteramente cierto. Y en alguna medida no dejan de tener razón los especialistas. Pero sus miradas analíticas solo están puestas en los países del denominado Primer Mundo, donde el índice de habitantes con acceso a Internet es altísimo, al igual que el de quienes disponen de teléfonos fijos y móviles. Porque el desarrollo es el desarrollo.
Pero Jean Francois Fogel, asesor ejecutivo del diario francés Le Monde, no extendió su mirada hacia el Sur, donde vive la mayoría de los 854 millones de personas hambrientas en el mundo, quienes no pueden siquiera comprar un diario en los estanquillos de venta, y si lo hacen, solo leen algunos titulares y los guardan celosamente para cubrirse del frío en las noches invernales.
No meditó en África, enorme continente que dispone en todo su conjunto de naciones de menos líneas telefónicas que la ciudad de Nueva York.
Es verdad que los diarios impresos pierden anualmente el 10 por ciento de la publicidad —los que la tienen como sustento económico esencial—, porque las páginas en Internet son más interactivas y dinámicas, cómodas y asequibles.
No obstante, a muchos seres humanos de todas las partes del mundo, les sigue y seguirá gustando ojear el diario matutino o vespertino con las noticias de ayer, anoche o madrugada, con la visión del criterio especializado, profundo y objetivo, aportado por los periodistas.
Lo que sí ocurre es que hay muchos diarios en el mundo —Latinoamérica no está exenta— que repiten como papagayos tal cual las noticias que se han cansado de transmitir los canales de televisión y las emisoras radiales. Esas, de nada valen ya, porque son, simplemente, viejas. Ahí está el reto, el cambio necesario e imprescindible.
Los apocalípticos también apostaron por la desaparición de los libros impresos porque serían sustituidos por los digitales. Nada ha ocurrido con certeza en ese sentido, porque nada sustituye el placer de tener entre las manos esa suerte de acumulación de vocablos y frases que nos deleitan y enriquecen como personas.
Esos certificadores de la muerte de los diarios no han tomado en cuenta que no es lo mismo leer en la pantalla de la computadora que en una hoja de papel impresa. Las razones no las sé; pueden ser quizá de carácter psicológico, pero es enteramente cierto que así ocurre.
Resulta mejor afirmar que convivirán «en paz y unión» los sitios digitales y los diarios, porque cada uno tiene sus receptores. Quizá dentro de cien años el panorama será diferente. Si alguien lo ve que me cuente después. (Tomado de Cubaperiodistas.cu)