Una conclusión científica no lleva, por su exclusiva comprensión intelectual o teórica, a una acción revolucionaria; es necesario asumirla a partir de una dimensión ética. El uso y empleo del conocimiento es lo que les da carácter ideológico a las verdades descubiertas en las ciencias sociales.
Engels, al despedir a Marx sobre su tumba, lo hizo describiendo primero sus grandes descubrimientos filosóficos y científicos y señalando más tarde que este era solo la mitad del hombre, e inmediatamente reseña con amor al Marx luchador, combatiente, comprometido con la causa de los pobres y explotados del mundo.
Con estas contribuciones la filosofía, como sistema, se abría en posibilidades hacia el abanico infinito de la práctica. Todo dogma que se le imponga a la disciplina filosófica es contrario al más profundo pensamiento materialista dialéctico.
Como se sabe, ellos sostuvieron que con Hegel había culminado la filosofía clásica. La filosofía se planteó desde entonces entrar en el terreno de la acción orientada a la transformación revolucionaria de la vida. Sin embargo, los enemigos de los trabajadores pueden llegar a aceptar consciente o inconscientemente las verdades científicas descubiertas por Marx y Engels y en la práctica utilizarlas en contra de los intereses revolucionarios.
De hecho, las ideas sociales y económicas del capitalismo, después de estas inmensas creaciones intelectuales, se apoyaron en muchas de sus conclusiones.
Tras la muerte de Lenin, las ideas marxistas fueron distorsionadas por la política que se impuso al movimiento comunista internacional desde la URSS, pero el pensamiento cultural forjado por ellos, como también por Lenin, forma ya parte de la cultura universal y esta no se destruye como los muros y los estados.
Un siglo más tarde, si vamos a ser consecuentes con las enseñanzas de estos pensadores, debemos plantearnos el problema en los siguientes términos:
Tal como hemos dicho, la clave esencial está en la cuestión ética. Las normas y principios que pueden orientar la conducta humana tienen que ver con la educación, la cultura y, en especial, la formación política y ética ciudadana. Es sabio guiarnos y apoyarnos en los resultados de las ciencias sociales e históricas y en los fundamentos de la filosofía, pero ello solo sirve —y ya es bastante— de pauta y orientación para la actividad humana.
Engels había caracterizado al marxismo como un método de estudio e investigación, y Lenin planteó estas mismas esencias y las llevó al plano de la práctica cuando las definió como «una guía para la acción». Se produce, así, la síntesis de pensamiento-acción, que es una de las líneas clave del materialismo de Marx.
Hace años, me pregunté: «Para andar por la vida promoviendo la justicia entre los hombres, ¿basta con estas lúcidas definiciones de Engels y Lenin?». Martí me dio la respuesta, cuando planteó en la primera línea de su crónica sobre la muerte de Marx: «Como se puso del lado de los débiles, merece honor». Está también lo señalado por José Martí, en carta a Fermín Valdés Domínguez, en que subraya cómo los dos peligros que tiene la idea socialista están en las limitaciones culturales y en las grandes fallas de la ética.
Hay, pues, una opción ética, porque no basta con un método científico o una guía para la acción, es necesario emplearlos en función de la liberación humana. Así lo hizo Carlos Marx, y así podríamos entender mejor su ética humanista de valor universal.
Para Marx y Engels la esencia de los antagonismos sociales en la historia se halla en la contradicción entre explotados y explotadores, y esto tiene raíces económicas y adopta formas de confrontación violenta.
Los antagonismos y contradicciones sociales de raíces económicas, y sus formas explosivas y violentas de comportarse, poseen la carga espiritual de la lucha entre la injusticia y el egoísmo, de un lado, y la justicia y la vocación social del hombre, del otro. Es ahí donde está la esencia ética del pensamiento de Marx y Engels.
Personalidades como Gramsci, Mariátegui y el Che, entre otros, hicieron generosos aportes que sirven de antecedentes a quienes quieran estudiar el papel de los factores subjetivos o espirituales y, por tanto, de los sistemas éticos desde el plano del pensamiento materialista histórico.
Hay un elemento clave que resulta esencial para la opción ética: la aspiración a la justicia y la promoción de la solidaridad entre los hombres.
Los cubanos contamos con aquella definición de José de la Luz y Caballero que postula que «la justicia es el sol del mundo moral». Ese sentido de justicia entre los hombres se halla en el fondo de una ética de dimensión universal que, en el camino de su concreción, encuentra en el pensamiento de Marx y Engels un decisivo punto de referencia.
La clave del problema se halla en la interpretación dogmática del pensamiento de Marx y Engels que lo convierten en una doctrina cerrada.
Para entender las ideas socialistas en América Latina y el Caribe hay que partir de la tradición de nuestro «pequeño género humano», y para esto es imprescindible diferenciar dos liberalismos: el que nació en Europa, del que se recibió y modificó en América Latina.
El primero exaltó la consigna Libertad, Igualdad y Fraternidad, pero no se aplicaba a la totalidad del mundo, sino a una parte del mismo. Esto porque su origen está en la defensa del derecho de propiedad extendido además a la propiedad de los esclavos. Nació en el enfrentamiento al feudalismo, pero se aplicó en sociedades bien distintas, sobre todo en el hemisferio occidental. El segundo, el de América Latina y el Caribe, se asumió en defensa de los esclavos, a partir sobre todo de la revolución de Haití. De esta forma, el liberalismo latinoamericano abarcaba a la totalidad de los seres humanos y constituía una conquista de redención universal.
En Estados Unidos, incluso, se mantuvo el derecho a la esclavitud cien años después de la independencia y aún prevalece la discriminación. En Nuestra América, el pensamiento liberal que nació con la revolución de Haití y proclamó la abolición, se extendió hacia el mundo entero. Este era el pensamiento fundamental de Francisco de Miranda, Simón Bolívar, y en Cuba, de Félix Varela y José de la Luz y Caballero.
La expresión más alta la encuentro en Don Benito Juárez: «A cada cual, según su capacidad y a cada capacidad según sus obras y su educación. Así no habrá clases privilegiadas ni preferencias injustas (...) Socialismo es la tendencia natural a mejorar la condición o el libre desarrollo de las facultades físicas y morales».
Estas ideas sirvieron como antecedente al pensamiento antiimperialista y universal de José Martí. El Apóstol es, de seguro, la personalidad que con mayor rigor analizó el proceso que condujo al nacimiento del imperialismo yanqui en los tiempos anteriores a su advenimiento en 1898. Fue la intervención norteamericana en la guerra de Cuba contra España la que marcó el alumbramiento del imperialismo tal como lo analizó después Lenin. Esto es importante estudiarlo en una época como la actual cuando se está produciendo una crisis global del sistema clasista de las sociedades que llamaron de occidente.
Existe, efectivamente, una crisis muy profunda en la cultura llamada occidental, derivada de la quiebra de lo que fueron sus fundamentos históricos. Las tres columnas vertebrales de la cultura occidental: el cristianismo, la modernidad científica y el socialismo entraron en aguda crisis. Un descrédito y una confusión comparable a lo que se produciría en la física y en las ciencias naturales en general, si rechazáramos el legado de Newton, de Einsten, de Mendeléiev o de Pasteur, por solo nombrar algunos.
Con estas premisas podemos estudiar el pensamiento de los enciclopedistas del siglo XVIII y de los más consecuentes socialistas de los siglos XIX y XX, pero tomándolos como antecedente, porque la real composición de las sociedades de nuestro hemisferio fue distinta a las luchas entre explotadores y explotados de la vieja Europa y, por tanto, fueron también distintas las premisas, el desarrollo y los resultados de esas luchas.
Ver artículo relacionado: ¿Qué es el socialismo?