El verano de la mayoría de los cubanos empieza por la televisión. Cada año, llegada esta etapa, los canales aumentan sus horarios y ofertan nuevos espacios. Por tal razón, mientras dure la habitual programación audiovisual, usted, estimado lector, podrá contar con estas líneas donde confrontar sus criterios sobre cuanto dramatizado, filme, espectáculo, etc., proponga aquella. Claro, en la medida de las posibilidades. No olvidar que tengo solo dos ojos.
Cuéntame, poeta fue la carta de presentación de la nueva temporada de Historias para contar. Con guión y dirección de Elena Palacios, el conflicto, con tintes tragicómicos, de su protagonista —un joven con talento para la escritura, que dadas las urgencias cotidianas se ve obligado a buscar una entrada de dinero «estable» al hogar—, reafirmó la capacidad de su autora para revelar zonas de la realidad cubana menos gratas, sin recurrir a bocadillos vulgares, ni a situaciones, que, si bien parten del gracejo popular, han sido ya agotadas por humoristas mediocres. Precisamente, la calidad de los diálogos dejó apreciar el crecimiento de Palacios, quien, desde hace ya un tiempo, se pasea entre los mejores creadores del teledrama cubano. Lástima que la proyección vocal de algunos actores —que no sus interpretaciones: todos logran un nivel admirable y es justo aplaudir desde ya a Tomás Cao (Reynaldo) y a Yailín Rodríguez (Ivonne, «la extranjera»), auténticas revelaciones— empañara un tanto la comprensión de aquellos.
A esto cabe sumar la atinada puesta en escena, registrada con lucidez por la fotografía de Huberto Valera —brillante en la composición de algunos planos en el malecón—, francamente realista, por mucho que los filtros quieran dar otro aire. El trabajo de puesta, propiamente dicho, regaló escenas bien calculadas como aquella donde el abatido Reynaldo cede al juego de El Mochy, y la cámara aprovecha el ambiente de la cantina para desplazarse, ondular (todo con mucha discreción) y crear así la sensación de abismo al que se arrima el protagonista; a la vez que la edición se encarga luego de armar una alternancia de puntos de vista, mediante la cual inferimos el inminente rol que asumirá el primero de ellos.
Paradójicamente, el guión de Cuéntame, poeta no supera la dirección. Y digo esto, porque se sabe que Palacios es una de nuestras más arriesgadas y triunfadoras escritoras para el medio. Pero, en esta ocasión, se echan a ver algunas rudezas en el diseño dramático, como el despeje brusco de las moralejas —una de ellas expuesta por un fugaz estribillo musical: «Lo barato, te sale caro»—, y el cierto descuido que sufre el personaje de la amante de Reynaldo, cuyas vacilaciones no bastaban para justificar el paso final que dio.
Ahora bien: estos deslices no enturbian grandemente el resultado de sus autores. La honestidad de los sucesos, muy verosímiles, por lo demás, y esa imagen que cierra la historia, en la cual el poeta, lápiz y papel en mano —ya que hasta su computadora perdió en el jueguito—, mantiene su empeño por la creación, hablan de una voluntad conmovedora y de un alcance impredecible. Tan solo por eso, ya el resto vale la pena.