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Una advertencia desoída y un pronóstico que solo nos concede hasta 2050

Cada Jefe de Estado disponía de siete minutos para hablar ante la Cumbre de la Tierra. El orador número 15 utilizó cinco. Le bastaron para exponer con profundidad los desafíos de hace 30 años para conservar a la especie humana

Autor:

Juana Carrasco Martín

La sentencia pronunciada hace hoy 30 años todavía conmociona porque está dramáticamente vigente: «Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre».

Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, está el 12 de junio de 1992 en Río de Janeiro y habla ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo. No pocos de los presentes harán oídos sordos a sus previsoras advertencias. Son los gobernantes en las más extremas sociedades de consumo que solo velan por los intereses de las grandes transnacionales que estimulan el despilfarro. Al darle la espalda a la tragedia que se cierne sobre el planeta y los seres vivos que la habitan contribuirán al aceleramiento del grave problema.

Dado el panorama actual, apunta el reporte IPCC 2022 (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), es prácticamente imposible detener el avance de la crisis climática y los científicos apuestan por el mínimo de mitigar los efectos devastadores que tendrá en la humanidad y otras especies que habitan el planeta.

Si las emisiones de carbono no bajan en pico en 2025 nos enfrentaremos a olas de calor extremo y tormentas sin precedentes, según ese informe que reúne los estudios de miles de científicos de 195 países que forman parte del IPCC, y que aseguran que si eso no ocurre es poco probable que el planeta sea habitable para 2050.

La alarma, que no es nueva, sigue sin despertar a no pocos, cuando todos los seres humanos somos responsables de esos cambios para mal que aseguran nuestra desaparición, tal y como ocurrió la de los dinosaurios hace 66 millones de años, supuestamente por los efectos de un meteorito que impactó en la Tierra.

Pero el meteorito devastador somos nosotros mismos, nuestra irracionalidad y el egoísmo de una minoría poderosa que se encierra en búnkeres lujosos para evitar pandemias y ante las penurias y escasez de cientos y hasta miles de millones de seres humanos disfruta de lujos sin precedentes que inequívocamente llevan a la próxima —y quizá final para la Humanidad— catástrofe ecológica.

La ONU considera que hay una emergencia en el medio ambiente:

La pandemia de la COVID-19.

El resurgimiento de los incendios forestales.

Las crisis duraderas por el cambio climático.

La pérdida de biodiversidad.

Hoy, más que nunca, se necesita revitalizar la cooperación internacional y la acción colectiva.

En este mes de junio tuvo lugar Estocolmo+50, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente. No debe haber sido muy halagüeño el pase de revista a la Declaración de Principios de Estocolmo de hace cinco décadas en la que se dijo: El hombre tiene derecho fundamental a la libertad, la igualdad y el disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio ambiente de calidad tal que le permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne obligación de proteger y mejorar el medio ambiente para las generaciones presentes y futuras.

Más que palabras se requieren hechos de los gobiernos, la tan llevada y traída sociedad civil, las empresas, y los responsables de la formulación de políticas.

Obviamente, vale recordar lo que Fidel nos señaló. 

Discurso pronunciado en Río de Janeiro por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, el 12 de junio de 1992.

Sr. Presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello;

Sr. Secretario General de Naciones Unidas, Butros Ghali; 

Excelencias: 

Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.

Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.

Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies
se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.

La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan. Lo real es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente.

Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre.

Cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del planeta?

Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo. 

Gracias.

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