Luiz Inácio Lula da Silva. Autor: AP Publicado: 09/04/2022 | 09:59 pm
No hay sorpresa en la liza que sin estar siquiera cerca la campaña enzarza ya, de algún modo, a dos personalidades cuya aspiración a la presidencia de Brasil en las elecciones de octubre próximo, era esperada antes de confirmarse.
La de Lula, porque finalmente la justicia que tan mal obró lo ha reivindicado, lo que lo saca del ostracismo político al que se le condenó; y porque no hay otro líder para los brasileños que quieren el retorno al pasado reciente, antes de que el lawfare y la agudización de las guerras mediáticas se estrenaran en su país y se ensañaran contra Dilma Rousseff, hasta destituirla.
Para el inicio de la maniobra mediática en contra de la expresidenta, ya la crisis económica había hecho mella en su popularidad, que llegó a mínimos extremos de diez puntos porcentuales cuando se presentó el impeachment. Así, la coyuntura fue caldo de cultivo para la manipulación, y la maniobra aseguró el acompañamiento de la sociedad.
Dos años antes, en 2014, ella había sido electa, sin embargo, con un sólido 51,6 por ciento en segunda vuelta.
Si vienen estos datos a cuento no es para regodearse en el pasado, sino para, a la luz de hoy, poder calibrar si las contingencias se repetirían, y acercarse un poco a la que pudiera ser arista que influya, o no, en el comportamiento del electorado.
Una puede preguntarse cuánto de las falsas acusaciones y la decena de procesos sin pruebas que se abrieron en 2018 contra el fundador del PT lastrarían su imagen y la del Partido, hecha trizas por Lava Jato, por más que ya Lula ha sido absuelto de todo cargo; como sabemos, la totalidad de ellos injustamente incoados, desnudadas las malas intenciones judiciales del exjuez Sergio Moro, que fueron políticamente infundadas, y hasta ha sido condenado a pagar indemnización a Lula uno de los artífices usados por el antiguo magistrado en la sucia maquinaria jurídica, Deltan Datagnol.
Y también habría que esperar que la criticada ejecución presidencial de Jair Bolsonaro le impidiera repetir en la primera magistratura que obtuvo cuando, precisamente, los procesos contra Lula sacaron a este del juego, y mientras siguen en suspenso decenas y decenas de pedidos de juicio político al mandatario que, gracias a sus allegados en el Congreso, no se han aprobado.
Las encuestas, que hace rato circulan y han sido y serán muchas, parecen a tono con la realidad.
Como pudiera esperarse de su ascendencia entre buena parte de la mayoritaria población pobre y el loable desempeño de sus mandatos (2003-2011), Luiz Inácio Lula da Silva va a la cabeza de los sondeos; según el más reciente, con porcentajes aplastantes que van de un 55 a un 58 por ciento de las intenciones en el escenario de una segunda vuelta electoral, a la que se acudiría si ningún aspirante obtiene el 50 por ciento más uno en la primera.
La cifra es cercana a los sufragios que obtuvo en su última elección presidencial, en octubre de 2006, cuando fue reelecto con más del 60 por ciento, y mayor que las simpatías conservadas en medio de las falsas acusaciones, cuando se le atribuía un respaldo que rondaba el 40 por ciento.
También los números del mismo estudio se comportan de manera consecuente con el cuestionado desempeño de Bolsonaro, un jefe de Estado acusado de todo; lo más penoso, su desprecio por los peligros mortales de la COVID-19, y a quien las encuestas le adjudican un 34 por ciento de adhesiones, dos puntos porcentuales más que los obtenidos el mes pasado.
La diferencia entre ambos guarda casi la misma proporción que hace un mes, cuando las indagaciones arrojaban 42 por ciento a 28 por ciento, a favor de Lula.
Si esto se sigue comportando así a la vuelta de seis meses, ello querrá decir que la deleznable campaña contra la izquierda por medio de la satanización de Lula, se ha virado como un boomerang contra sus artífices.
Y estaríamos viendo en octubre una elección polarizada entre ambos contendientes. Digo, si no hay nuevos outsiders (sorpresas) que, de cualquier modo, obrarían contra el mandatario si se mantiene tan sólido el respaldo con que cuenta el líder de la izquierda.
En todo caso, no existiría la situación de desamparo político e incredulidad que debió atenazar a los electores en 2018, luego del derrumbe institucional que significaron las malas artes aplicadas contra Dilma, su democión, el envenenamiento de la figura de Lula y su obligada ausencia en las papeletas, así como una podredumbre del sistema puesta en evidencia.
Ese fue el coctel que permitió la emergencia del supuesto outsider de entonces, una figura acerca de quien habría advertido el refrán de mejor malo conocido que «bueno por conocer»: Bolsonaro.
Subraya la tesis de la polarización el hecho de que la llamada centro derecha, un núcleo duro de tanto peso que en otro momento Lula decidió una alianza estratégica con ella, aparece con bajos índices, lo que descartaría la posibilidad argüida por algunos de que se abriría paso en Brasil, la «tercera vía».
Figuras conocidas de esa corriente como Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista, aparece con apenas un seis por ciento seguido por João Doria y André Janones (dos por ciento) y Vera Lucia, Simone Tebet y Frederico D’Avila, todos con uno por ciento.
El mejor parado en ese grupo era Sergio Moro (ocho por ciento), todavía con ínfulas como para ser candidato presidencial; pero retiró la candidatura, supuestamente, para aunar fuerzas con otros colegas de tendencia.
Con un escenario político desfavorable y feo panorama de una economía que creció en 2021 un 4,6 por ciento, pero sufre, como en todos lados, los estertores de las medidas comerciales contra Rusia y los remezones del conflicto en Ucrania, Bolsonaro busca paliativos, ya que ahora no basta con el verbo duro y hasta grosero, y su aspecto de cowboy del oeste… brasileño.
Su intento de salvataje mediático ha iniciado con el programa Renta y Oportunidad, un paquete de medidas destinadas a la población de menores ingresos, para las que ha anunciado una inyección a la economía valorada en más de 150 000 millones de reales, equivalentes a 30 000 millones de dólares.
Pero observadores del patio apuntan que quedan sin resolver asuntos cruciales para la vida como la inflación, que anda por el diez por ciento, número que va en contra del poder adquisitivo de la población.
Una se pregunta si la derecha tendría capacidad de articular nuevas jugarretas manipuladoras contra Lula; o cuánto de las anteriores quedarían en el sentir de una parte de la ciudadanía.
O si se confabularán las circunstancias contra Bolsonaro para sumar los efectos de la crisis mundial a su mal hacer.
La «pelea» parece echada y ahora se ve claro el potencial vencedor, cuando parece llegado el momento de poner orden a las cosas. Pero faltan seis largos meses para que abran las urnas.
Jair Bolsonaro.FOTO: AP