Joe Biden y Donald Trump compiten por la presidencia de Estados Unidos este 2020. Autor: Tomado de Prensa Latina Publicado: 31/10/2020 | 06:46 pm
Pocos días restan para la realización de las elecciones en Estados Unidos. El mundo está atento a sus resultados; es este un proceso muy seguido por lo que significa la elección del presidente en el imperio estadounidense. La pugna por acceder al poder deviene un acto degradante que roza con lo más execrable en política.
Nuevamente se da el clásico enfrentamiento entre los candidatos de los partidos demócrata y republicano, en el que todo vale para sentarse en la silla presidencial. Por estos días hemos visto un espectáculo denigrante en los debates sostenidos entre Joe Biden, candidato demócrata, y Donald Trump, actual presidente y aspirante a la reelección por el Partido Republicano.
Lo que ha presenciado el mundo durante este proceso eleccionario no es más que la esencia del sistema político y electoral del imperio estadounidense, sustentada en intereses hegemónicos de aquellos grupos económicamente poderosos que influyen y hasta determinan en la marcha de la política de Estados Unidos.
Sucede que unas elecciones en ese país son muestra fehaciente de una democracia desdeñada, desprovista de una verdadera participación popular y de un programa político capaz de dar respuesta a los problemas que afronta el país. La incapacidad y desfachatez del Gobierno de turno ante la terrible pandemia que azota al mundo, y que ha sido letal para Estados Unidos con millones de enfermos y miles de muertos, es ejemplo de ello.
Luego, así ha sido históricamente; de ahí que sea preciso esclarecer una vez más la verdad sobre Estados Unidos, sobre las elecciones en ese país. Por eso revisitamos la obra de un hombre que los conoció profundamente, y que en carta a su amigo Manuel Mercado escribió: «viví en el monstruo y le conozco las entrañas» .
La visión martiana sobre el sistema político y electoral estadounidense tiene una actualidad impresionante. Los puntos de vista de Martí son claves para entender, no ya a Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, sino en la hora actual, en la que sus elecciones continúan siendo un espeluznante combate por acceder al poder político; ello movido por el poder del capital, por los intereses de las grandes transnacionales, de los que concentran las riquezas desmedidamente.
Martí, en su estancia en Nueva York, fue testigo de varias elecciones de diferente naturaleza, específicamente las presidenciales, y tuvo la brillantez de hurgar en las esencias de aquellos espectáculos, porque desde entonces, más que actos democráticos serios, eran caóticas puestas escénicas de los dos partidos decisores en la política imperial. Una crónica martiana aborda claramente esta realidad cuando advierte:
«En uno y otro partido se habían creado corporaciones tenaces y absorbentes, encaminadas, antes que al triunfo de los ideales políticos, al logro y goce de los empleos públicos. Nueva York es un estado dudoso, en el que a las veces triunfan los republicanos, y a las veces los demócratas. Estas corporaciones directoras, que solían venir a escandalosos tráficos para asegurarse mutuamente la victoria en las elecciones para determinados empleos, impedían que interviniesen en la dirección de los partidos hombres sanos y austeros, cuya pureza no hubiera permitido los usuales manejos, o cuya competencia se temía» .
A esto súmesele una figura que muy bien describe Martí y que jugaba un papel primordial en las elecciones. Se trata del llamado boss, una especie de jefe que «…no consulta, ordena; el boss se irrita, riñe, concede, niega, expulsa; el boss ofrece empleos, adquiere concesiones a cambio de ellos, dispone de los votos y los dirige: tiene en su mano el éxito de la campaña para la elección del presidente» .
Hoy vemos cómo, en el sistema político de Estados Unidos, especialmente en las elecciones, con independencia de los contrincantes de los partidos, inciden con mucha fuerza los intereses capitales que, sea uno u otro el candidato ganador, el partido vencedor lo que vale es que esos intereses estén a buen resguardo.
En definitiva, el voto que elige al presidente en el norte revuelto y brutal no es el voto popular, son los llamados compromisarios los que ostentan el voto electoral definitivo. Y esos votos, como en el siglo XIX, son comprados y vendidos. José Martí desentraña este fenómeno y su visión va afianzándose en futuras elecciones, al percatarse de una cuestión esencial, y es que la política estadounidense era decidida por los mandatos del capital.
Así, las empresas y los capitalistas obtenían sus votos valiéndose de sus riquezas, de su poder económico. Es evidente que Martí está desentrañando los resortes de un sistema que ya él tenía claro de que no podía ser referente ni modelo a seguir por Cuba y nuestra América. Allí, en Estados Unidos, se aminoraba la democracia, se desvanecía cualquier asomo de justicia social, de derechos políticos para todos, de respeto a la dignidad humana.
Quien ve hoy el fenómeno político y electoral estadounidense desde una visión martiana, coincidirá plenamente en esta reflexión en la que Martí describe lo que es una campaña presidencial en ese país: «Es recia y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde Mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza.
Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidatos a la presidencia a aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda estar bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyan a nombrarlo y sacarle victorioso» .
Y volviendo a los contendientes partidistas, es muy interesante cómo Martí se cuestiona los métodos electorales; el camino al poder está
lleno de mezquindades, ambiciones conductas en extremo reprochables. Queda claro que, ni en tiempos de Martí, ni en el momento que vivimos, las elecciones en Estados Unidos son un reservorio de virtudes, muy por el contrario, son una terrible caja de Pandora.
¿Qué fue el primer debate sostenido recientemente por Biden y Trump?, ¿acaso se plantearon debatir realmente sobre los problemas del país y los programas de ambos para solucionarlos, para enrumbar los caminos de la nación? Evidentemente fue un ejercicio de inmundicia política lo que allí sucedió, maquillado un poco mejor en el segundo debate, pero sin perder la esencia de la exhibición de máscaras, las que pugnan entre sí por sobre millonarias sumas de dinero.
Y como bien nos dice el intelectual Raúl Capote: «más que un debate, aquello parecía una pelea en el lodo, donde uno y otro intentaban sumergir la cabeza del contrario, nada de propuestas, nada de programas políticos. La guerra sucia electoral se intensifica con historias sórdidas en las que se mezclan corrupción, sexo, drogas, y el vale todo... ».
Por algo similar aboga Martí en una de sus crónicas: «Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz, se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aun los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor» .
Muchos se cuestionaron que ambos candidatos de estas elecciones no se centraran en poner sobre la mesa política sus programas, que, por cierto, es práctica demagoga en Estados Unidos que los contendientes se hagan de programas aparentemente de aceptación popular o de sectores determinantes, y que en realidad esto solo es para ganar adeptos e incrementar las encuestas de aceptación y preferencia.
Martí nos da una luz en relación con esto: «los partidos contendientes inscriben en sus banderas, aunque no sea con ánimos de servirlos, aquellos principios que parecen ser más de justicia y popularidad en la hora de la lucha, cuidando de ajustarlos como el pabellón al asta, al cuerpo de doctrina que a cada uno sirve de sostén» . Lo que vale es ganar votos, y no dar cumplimiento a lo prometido. No existe falacia mayor.