Walsh Autor: Tomado de Internet Publicado: 25/03/2019 | 08:38 am
Argentina, 25 de marzo de 1977. Jorge Rafael Videla sostiene, hace un año y un día, una junta militar que gobierna sobre decenas de miles de cadáveres, desaparecidos, desaparecidos-cadáveres y cadáveres-desaparecidos. Todo opositor es enemigo de la patria.
Rodolfo Walsh viste de anónimo. La cédula en su bolsillo nombra a alguien que no existe. Simula a un jubilado con un sombrero de paja y un portafolio viejo en el que lleva cinco sobres, según ha testimoniado Lilia Ferreyra, su esposa. Hace meses Walsh (mal) vive a escondidas, hace tiempo es «enemigo de la patria».
Mediodía en Buenos Aires. Un grupo de tarea de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) le cierra el paso en el cruce de San Juan y Entre Ríos. Walsh lucha con las fuerzas que no posee un hombre de 50 años. ¿Qué puede hacer un revólver calibre 22 contra una decena de armas largas? Tal vez, rehusar el destino de miles de argentinos que aparecen en fosas comunes con huellas de tortura. Tantas veces reportó Walsh sobre ellos.
Delito: dibujar la verdad sobre papel, romper el sitio militar sobre los medios de comunicación, vindicar cadáveres y desaparecidos, restarle madres a la Plaza de Mayo. Status final: desaparecido.
Obras...
«Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial es cosa suya», advertía Walsh en las novelas testimonios que le procurarían un espacio en la literatura y en la vanguardia de un tipo de periodismo que tomaba por asalto tierras americanas.
Operación masacre (1957) resultó ese primer peligroso acierto. Comenzó con un susurro de la existencia de un «fusilado que vive» y acabó por involucrar al aparato gobernante de la «Revolución libertadora».
La novela-testimonio reconstruye el fusilamiento de algunos radioescuchas de una pelea de boxeo en la misma noche que estalla un golpe de Estado, fallido a la postre, para devolver a Juan Domingo Perón al poder.
La policía apretó el gatillo mucho antes del toque de queda oficial. Walsh sigue de cerca el caso paralelo a las autoridades y los intentos de obstaculizar las investigaciones. El escándalo terminaría por involucrar al propio presidente.
Luego de su experiencia en Cuba y en Prensa Latina escribió ¿Quién mató a Rosendo? (1969).A partir de una riña a tiros en una pizzería, relató la fragmentación de la lucha obrera en la Argentina de finales de la década del ´60.
En unos minutos Walsh logró la confesión del asesino de Rosendo García, algo que la justicia no obtuvo en meses. Hizo más: desnudó a los verdugos de las clases bajas al servicio de los dueños de la economía argentina.
Valía literaria y estilo periodístico se conjugaron para evitar la muerte de las historias en la portada de un periódico, pero Walsh sospechaba que «la denuncia traducida al arte de novela se vuelve inofensiva». El escritor de policíacos salvó las historias del abismo, se jugó el pellejo e ignoró su militancia política.
Escribió Walsh en el prólogo a la segunda edición de Operación Masacre: «es cosa de reírse, a siete años de distancia, porque después de revisar las colecciones de los diarios, y esta historia no existió ni existe».
Para dar voz
Walsh se traslada a La Habana en el año 1959 con el triunfo de la Revolución Cubana, invitado e incitado por Jorge Masetti, amigo y cronista de los sucesos en la Sierra Maestra.
Por iniciativa del Che, Walsh, Masetti, Rogelio García Lupo, Gabriel García Márquez y otros periodistas latinoamericanos fundaron la agencia Prensa Latina para dar voz a Cuba, faro de una América que giró a la izquierda.
La agencia reportó hechos como la revolución de Castro León en Venezuela, comentarios favorables de Perón hacia Fidel Castro y anticipó detalles del ataque a Playa Girón con precarias condiciones tecnológicas y en competencia desigual con los establecidos en el negocio.
El escritor que se adelantó a la CIA, a decir de García Márquez, vuelve a su tierra y se asila a orillas del río Tigre para detenerse a escribir. La muerte de su amigo Jorge Masetti en 1964 le sorprende en casa, también la muerte del Che.
No pudo permanecer junto a su máquina de escribir. Decidió implicarse más en la vida política de su país y se acercó al peronismo. No era peronista, pero el pueblo apostaba por Perón.
El tercer mandato de Perón no lo interrumpe un golpe militar, sino un paro cardíaco. Los militares derrocaron a Isabelita, viuda y vicepresidenta de su esposo, en marzo de 1976. Videla se autocoronó presidente. Walsh adoptaría una nueva táctica de combate: circulación de información clandestina.
ANCLA: información vs. dictadura
«El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 impuso el control absoluto a los medios de comunicación y la censura: se establecieron consejos de guerra para encausar a toda persona enemiga de la patria», recoge el destacado intelectual Pascual Serrano en su libro Contra la neutralidad.
Y ser enemigo de la patria no resultaba complicado. Videla cerró el congreso, atacó la «subversión» con su ejército, disolvió huelgas con tanques, desapareció obreros rebeldes, cazó la resistencia, y las sucursales extranjeras de autos agradecieron el favor.
EE.UU. nunca intentó invadir por una crisis humanitaria o algo parecido, y en el primer año del golpe militar, Videla agrupaba bajo la alfombra del miedo y el silencio más de 30 mil desaparecidos, 10 mil prisioneros, 4 mil muertos y 10 mil desterrados.
Carter retiró fondos del Congreso a algunos dictadores, pero los bancos privados norteamericanos procuraron 500 millones a Videla y el rango de giro de Argentina con el FMI creció más de 10 veces para 1977, según recoge Eduardo Galeano en su obra Las venas abiertas de América Latina.
La FIFA concedió el Mundial de 1978 a Argentina muy a pesar del rechazo internacional. Videla celebró su Copa del Mundo. A fin de cuentas, Mussolini tuvo su mundial en 1934 para vender el fascismo con envoltorio de fútbol.
Johan Cruyff, ariete holandés y uno de los cracks del momento, se negó a participar como protesta, Henry Kissinger, Secretario de Estado de EE.UU. (1973-1977) y señalado como ideólogo de la Operación Cóndor, asistió de invitado de honor y celebró el progreso de un Buenos Aires teñido en sangre.
En aquel contexto, «Walsh creó ANCLA, a través de cuyos despachos hizo llegar a quienes apenas tenían la sensación de lo que estaba pasando en las calles y cárceles de aquellos años la verdadera noción de ese horror», explica el texto Rodolfo Walsh y la prensa clandestina. Oficios Terrestres
La agencia informó sobre secuestros, torturas, fusilamientos, allanamientos, matanzas, torturas, desapariciones, vejámenes, situación de las cárceles, relatos de sobrevivientes, contradicciones en los cuerpos armados, hallazgos de cadáveres... Sus cables sostienen esa página borrosa de los libros de historia argentinos.
No doler como debía
Vicki, para su padre, Hilda en la clandestinidad, prefirió quitarse la vida antes de caer en manos de sus sitiadores del ejército. María Victoria Walsh articulaba medios de comunicación entre fuerzas combativas y clases sindicales.
Cayó junto a otros cuatro miembros de la Secretaría Política de Montoneros, la organización a la que había dedicado sus últimos cuatro años de vida. Tenía solo 26.
Walsh investigaría los hechos en la clandestinidad y, tres meses después, compartiría la historia en una carta (Carta a mis amigos) mezcla de luto, dolor y repudio: «Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, solo su sonrisa se volvía más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos (…)».
Walsh condensó el trabajo de ANCLA en Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, fechada el 24 de marzo de 1977. «Su último envío a las redacciones fue un registro exhaustivo de las acciones salvajes de la dictadura redactado en forma epistolar, (…) nadie se atrevió a publicarla», se cuenta en el libro Las armas y el oficio, de Rafael Grillo. Llevaba cinco copias de la carta en un portafolio viejo.
Rodolfo viste de anónimo. Un grupo de tarea de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) le cierra el paso, lucha con las fuerzas que no posee un hombre de 50 años, pero qué podía hacer un revólver calibre 22 contra una decena de fusiles FAL. Cae ametrallado en aquella riña contra la policía de la dictadura.
«Muchos años atrás, el escritor era (Jorge Luis) Borges y él sólo un autor de novelas policiales. Pero en 1977, y ahora, las cosas han cambiado. El escritor, el escritor de verdad, es Rodolfo Walsh», se enuncia en el prólogo de la obra El violento oficio de escribir.
Walsh pudo huir de su patria, pedir asilo, incriminar desde el extranjero como tantos, estrechar la mano de general Videla, como hizo Borges, mas eligió conscientemente el bando más numeroso y débil, el que pone las víctimas del conflicto.
Borges pujó durante 30 años por el Nobel de Literatura, falleció el año en que la Corte Suprema condenó a Videla. Perón tuvo el entierro de un gran líder, cientos de miles acompañaron los restos del que venció en tres elecciones libres en época de dictaduras. Videla murió en prisión de muerte natural, nunca se arrepintió de sus crímenes.
Cuarenta y dos años después de su muerte pocos conocen su legado más allá de terribles historias reales contadas como novela negra. La muerte de Walsh no dolió a tantos como debía, ni inmediatamente ni por mucho tiempo. Nunca se encontraron sus restos.
Grupos por derechos humanos y admiradores de su legado reclaman aún que su casa argentina sea considerada sitio de interés cultural, pues la vivienda fue expropiada tras su asesinato. Foto: Tomada de Aire digital