Cristina fue reelecta el año pasado con altos índices de popularidad. Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 05:25 pm
Cuando la nueva América Latina obtiene garantías con la revalidación de Chávez y la Revolución Bolivariana —el indiscutido motor impulsor—, otros retos se abren ante las fuerzas progresistas.
Posiciones legítimas pero quizá demasiado radicales para la complejidad del contexto y, en otros lados, la aspiración neta de acceder a la presidencia sin pensar en un proyecto ulterior, o la consabida persecución contra los actores del cambio, podrían allanar el camino a una derecha hemisférica que no ha cejado en el propósito de conseguir la vuelta de tuerca.
Sin ir más lejos, la Argentina sacada del agujero negro de la crisis neoliberal por el mandato dignificante de Néstor Kirchner se advierte entrampada en los avatares de un proyecto que puede no haber satisfecho las aspiraciones de quienes, desde valederas posiciones de izquierda, aspiran a una ejecutoria más radical. Sin embargo, valdría la pena analizar quiénes se beneficiarían con reclamos que bien sirven a lo que se palpa como una campaña para desacreditar a la Presidenta.
Atenazada desde afuera por las presiones extemporáneas de un FMI al que Buenos Aires no debe obediencia desde que Kirchner le liquidó la deuda en 2005, Cristina Fernández se enfrenta adentro al disgusto provocado por un incomprendido control de cambio para evitar la fuga de divisas y que tenga lugar otra vez un «corralito financiero»: la ausencia de dinero en los bancos, que convirtió las cuentas de ahorro en bonos y provocó los primeros cacerolazos de la enflaquecida clase media de principios de los 2000.
No faltan motivos para pensar que haya hilos de conexión entre las posiciones del Fondo y algunos de quienes hoy se pronuncian contra Fernández.
En otra actitud injerencista, el organismo financiero cuestiona las cifras económico-sociales que ofrece el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), y le ha dado plazo a Argentina hasta diciembre para que los «adecue». Casualmente, legisladores y economistas de la oposición han manifestado también que el Gobierno debe «corregir» esos números.
Tal postura, no obstante, queda pálida ante nuevos e inesperados golpes de cacerola —otra vez la mediana y alta burguesía— cuyas causas no parecen bien precisadas aún. Se habla, por ejemplo, del malestar con el control de dólares, una medida que los medios manipulan y, en general, de molestia con la conducción del país. Pero hay atisbos más preocupantes. Organizaciones sindicales como la Central General de Trabajadores (CGT) y una facción de la dividida Central de Trabajadores Argentinos (CTA) tomaron las calles de la capital el jueves para demandar aumentos de salario en una nación que, como todas las de este mundo, sufre los embates de la crisis financiera internacional, expresada en un aumento de la inflación.
Hace diez años, sin embargo, esos mismos trabajadores estaban, la mayoría, sin empleo, acosados por la fiebre neoliberal instaurada con el mandato de Carlos Ménem.
Cuando Néstor Kirchner llegó al poder en 2003, el 54,3 por ciento de los argentinos era pobre. Hoy los datos oficiales dicen que en esa categoría están el 6,5 por ciento de los ciudadanos y, en la indigencia, el 1,74, aunque mediciones alternativas digan que se trata, en verdad, de 21,9 y 5,4 respectivamente. Con todo, estaríamos hablando de algo nada despreciable: 33 por ciento de pobres menos en una década…
Sin los giros hacia ese modelo más transformador a que algunos sectores aspiran, las políticas de inclusión social profundizadas por Cristina y el buen desempeño económico de la nación han mantenido a Argentina creciendo (el promedio del PIB en los últimos años es de alrededor del ocho por ciento), al tiempo que se revitalizó el país y menguaron las carencias. De cara al exterior, la ejecutoria no podría ser más independentista, integradora y antiimperialista.
Resulta fácil entonces adivinar quiénes ganarían si prosiguen las turbulencias. No pocos ven detrás de los ataques contra Fernández el propósito de impedir que vuelva a optar por la presidencia en algo llamado allí la «re-reelección»; una opción que, dicho sea de paso, tampoco han expresado ni la mandataria ni su partido, y para la cual sería necesaria una reforma a la Constitución. ¿Quiénes sacarían ventaja si lo impidieran?
Al menos a esta distancia parece dudoso que otra fuerza siquiera nacionalista pudiera nuclear las simpatías y el empuje del Frente para la Victoria, a cuya candidata el electorado le dio el 54 por ciento de los votos hace apenas un año. Ello posibilitó el segundo mandato consecutivo de Cristina y el tercero del denominado kirchnerismo.
Triste y lesiva a los intereses latinoamericanos sería una marcha atrás en Argentina. Y la derecha neoliberal permanece agazapada, esperando en cualquier sitio.
Paraguay y Honduras: ¿Se «deshacen» los golpes?
Sin que se haya revertido la asonada parlamentaria que depuso a Fernando Lugo en junio, una mínima posibilidad de hacer justicia en Paraguay parecía abrirse con los comicios presidenciales de abril de 2013.
Pero se acaban de dividir las fuerzas que se mantenían al lado del ex mandatario y podían reivindicar su programa. Cierto que era un proyecto de cambios mínimo, aunque lo suficientemente molesto para la oligarquía terrateniente local y quienes se empeñan en socavar la integración. Así, Paraguay resultó el escenario del segundo golpe de Estado exitoso en Latinoamérica en los últimos años, sin contar el intento frustrado en Venezuela en abril de 2002, ni el amago golpista vestido de insubordinación policial contra el ecuatoriano Rafael Correa, en septiembre de 2010.
Cuando el Frente Guasú, al lado de Lugo, se aprestaba a dar la batalla en las próximas elecciones, la escisión, esta semana, del periodista Mario Ferreiro —uno de los nombres que la agrupación barajaba como su aspirante a las presidenciales—, ha dejado a la agrupación en el desconcierto.
Se trata de un movimiento ya cercenado en comparación con la Alianza Patriótica para el Cambio, el amplio abanico de agrupaciones populares y minoritarios partidos políticos que en 2008 llevaron a Lugo a la primera magistratura. Sin el acompañamiento del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) —que traicionó al mandatario y a las fuerzas sociales al prestarse a la farsa de juicio con que se disfrazó el «golpe suave»—, Guasú sufre ahora, además, el desgaje provocado por Ferreiro, quien lanzó por sí solo la candidatura y quiere arrastrar a otros sectores del conglomerado.
Esa decisión deja de momento a la deriva al ente con más posibilidades de acaparar el descontento provocado por el golpe y el régimen impuesto de Federico Franco.
Una vez más los elementos retrógrados anclados al pasado apuestan a la división de la izquierda mientras los de abajo, sin embargo, siguen unidos en los reclamos de justicia social. Las protestas de todo tipo marcan los últimos días del usurpador. Pero si el Frente no se repone, los dividendos se los llevará otra vez la oligarquía y su representación política: la derecha que fraguó la asonada y asestó un puntillazo a la integración.
Primera víctima en la nueva versión de los golpes no declarados en América Latina, Honduras también se prepara para otra batalla crucial en las urnas.
Noviembre de 2013 es la fecha señalada para las presidenciales en un país donde el gorilazo contra Manuel Zelaya dejó como fruto un nuevo sujeto social, convertido ahora en actor político: el partido Libre (Libertad y Refundación), nacido de la Resistencia. Su presencia en los comicios quizá llegará a romper el bipartidismo tradicional.
Si bien el ahora llamado Frente Nacional Popular de Resistencia también se ha dividido en distintas corrientes, constituye un acierto que existiera entre estas el consenso para que su brazo político proclamara una única candidata presidencial: Xiomara Castro de Zelaya.
Sin embargo, el peligro de la represión selectiva desatada por el golpe y continuada bajo el mandato inconstitucional de Porfirio Lobo, planea sobre los aspirantes de esta nueva izquierda surgida de la inconformidad social.
Las amenazas de muerte denunciadas hace unos días por el dirigente agrario y candidato a diputado por Libre, Rafael Alegría —una de las voces más altas durante los días aciagos bajo la bota militar— adelantan que la persecución y la muerte quieren enturbiar el camino de un año hasta las elecciones.
Los peligros acechan en Latinoamérica. La puja se mantiene frente a la derecha.