En menos de dos días, entre el 17 y el 18 de diciembre de 1982, un total de 3 297 personas fueron ametralladas, acuchilladas, destrozadas por granadas. Eran hombres, mujeres, ancianos, niños. Y eran palestinos.
Sucedió en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, en el Líbano. Los militares israelíes, subordinados a un ministro de Defensa que años después llegaría a ser primer ministro, Ariel Sharon, controlaban el área. Los combatientes palestinos se habían retirado, y solo quedaban allí civiles inocentes. De ello se aprovecharon los ultraderechistas de la Falange libanesa, armada por Israel, para entrar y festinarse de sangre.
«El olor de los cuerpos muertos se podía percibir a varios kilómetros», me cuenta el consejero de la Embajada de Palestina en Cuba, Majed Abu Al Hawa, un jovenzuelo entonces, que pudo escapar a la carnicería. Varios de sus familiares no lo lograron. Los soldados israelíes lo impedían.
Este miércoles, en acto conmemorativo de aquella tragedia, efectuado en la sede diplomática de Palestina en La Habana, Majed citó a un testigo directo, el periodista Thomas Fredman, del The New York Times: «He visto frecuentemente grupos de jóvenes en la edad de entre 20 y 30 años, que fueron alineados junto a las paredes, atados de manos y pies, y exterminados a posteriori con ráfagas de ametralladoras, al estilo de las bandas profesionales de gángsters».
«A todos los caídos en este salvaje crimen contra la humanidad —prosiguió el diplomático palestino—, renovamos nuestro compromiso, el de todos los hombres libres del planeta, de no ceder, y de no olvidar».
En el acto participaron, entre otras personalidades, el embajador palestino en La Habana, Akram Samhan; el vicejefe del Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central, Oscar Martínez; el doctor Rodrigo Álvarez Cambra, presidente de la Asociación de Amistad Cubano-Árabe, y miembros del cuerpo diplomático acreditado en nuestro país.