Las remesas hacia el Tercer Mundo aumentaron de 20 mil millones de dólares en el 2000 a 60 000 millones el año pasado, y en algunas regiones su monto es mayor que las inversiones directas y que la ayuda al desarrollo que deberían destinar los países ricos a esas naciones.
El fenómeno fue abordado durante un panel del Encuentro sobre Globalización, y en el que especialistas del Banco Interamericano de Desarrollo describieron las acciones de esa institución para reducir los costos de transferencia de las remesas y potenciar su efecto benefactor en las familias y economías que las reciben, en tanto otros llamaban la atención sobre la necesidad de implementar políticas de desarrollo que garanticen que los ciudadanos de los países pobres no estén obligados a emigrar para asegurar la subsistencia.
De tal suerte, la emigración fue vista desde su ángulo financiero y práctico, pero también desde el prisma humano y social, por el impacto que vivir en otro país —donde casi siempre se le discrimina— tiene para el inmigrante.
Más recientemente gana espacios la emigración ilegal, resultado de las trabas con que las naciones ricas cierran cada vez más sus fronteras, y ello añade peligros a quienes, allende los mares, buscan fuentes de empleo.
Aunque especialistas como José Antonio Alonso, director del Instituto Complutense de Estudios Internacionales en Madrid, aseguran que las corrientes migratorias se mueven hoy en la misma proporción de sur a norte que dentro del mismo norte o entre países sur-sur, y que el PIB mundial se doblaría si las personas pudieran moverse con libertad, la realidad invita a recapacitar en los vínculos existentes entre la pobreza y la necesidad de buscar nuevos destinos.
Por ejemplo, para mantener en los próximos diez años los escasos índices de empleo y subempleo existentes hoy en los países del norte de África —fuertes emisores de emigrantes hacia Europa— haría falta crear nada menos que 35 millones de fuentes de trabajo cada año, y ello ha resultado insuficiente, detalló Andrea Gallina, de la Universidad Roskilde de Dinamarca.
Es la realidad que impide a Estados Unidos —principal receptor de emigrantes procedentes de América Latina— detener a los ilegales. El paso de mexicanos y ciudadanos centroamericanos hacia allí por la frontera sur de México, creció entre los años 2001 y 2004 en más de un 41 por ciento, apuntó Antonio Aja, del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales de la Universidad de La Habana.
Llamados a hacer respetar los derechos humanos de los migrantes y evitar el robo de cerebros que sigue hipotecando el desarrollo de las naciones del sur, se escucharon en más de una intervención.
Los ciudadanos del mundo seguirán emigrando. Y es probable que el debate haya revivido en más de uno la pregunta: ¿habrá que aceptar el fenómeno como un hecho irreversible y natural?