Los cubanos ganaron todas las medallas de oro del torneo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:40 pm
Gustavo Oliveros solo escucha. Su mirada está perdida; no se sabe dónde. Cierra los ojos, los abre; aprieta las mandíbulas, mueve ligeramente la cabeza de izquierda a derecha y viceversa. Está a mi lado. No sabe que lo observo.
Apenas concluyó la conferencia de prensa acerca de la esgrima con la participación de varios ex atletas y en la que se abordó, entre otros temas, el Crimen de Barbados, le lanzo la pregunta. «¿Usted los conoció?».
De súbito clava sus ojos en mí como tratando de reconocerme. Disculpe, soy periodista de Juventud Rebelde…
«Sí, fuimos compañeros. Yo estuve diez años en el equipo nacional de espada hasta 1973, en que me retiré para ejercer mi profesión, soy ingeniero mecánico.
Aquella era una familia
«No podré olvidarlos jamás. De esa arma era Ramón Infante García, a quien le decíamos Monchi. ¡Qué muchacho ese! Era de Guantánamo. Muy bromista, el típico jodedor cubano. Llegaba a mi casa y le decía a mi mamá que saliera de la cocina, que él iba a cocinar. Cada vez que miro las fotos de mi boda lo recuerdo, porque está en una de ellas.
«José Arencibia era el romántico del grupo, le encantaban las canciones, la poesía. Quería ser periodista. A lo mejor hoy fuera un cronista deportivo, ¿quién sabe?
«Cabrera (Jorge Luis) siempre andaba callado, serio. Tenía una gran educación. Lo recuerdo bien porque siempre decía: “por favor…, permiso…, usted cree que pueda…”.
«Julio Herrera estaba estudiando técnico medio en Electricidad, unos días antes de salir para Caracas compró un libro sobre esa especialidad y me lo enseñó para que le diera mi criterio.
«Y el entrenador Orlando López Fuentes se ganaba a la gente con su carácter, un hombre muy carismático y exigente a la vez».
Aquella era una delegación extraordinaria. Iba el futuro de la esgrima cubana y algunos consagrados. También perecieron en ese horrendo crimen funcionarios de mucha valía.
Así lo recuerda Hugo César Morales, entrenador de ese deporte y quien, a no ser por la odisea del viaje, hubiera sido otra de las víctimas.
«Manuel Permuy Hernández fue al frente de la delegación como premio por sus resultados en el trabajo del Inder en Ciudad de La Habana. Realmente, su especialidad era el baloncesto, pero la dirección del organismo decidió que fuera a este certamen».
Hugo César hace una pausa en el diálogo. Se llena los pulmones de oxígeno, lo suelta de una bocanada y menciona un nombre como si el dolor no lo dejara aún sacarlo de adentro, de las mismas entrañas: Demetrio Alfonso.
«Estaba al frente de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Esgrima y además dirigía aquí el Deporte Social en el Inder, y antes había sido comisionado nacional de Tiro y Esgrima.
«Junto con él estaba Billito. Todo el mundo lo conocía así, pero se llamaba Luis Alfredo Morales, el director técnico de la Comisión Cubana de Esgrima. Era una institución, muy culto, leía mucho, dominaba el inglés y el francés. Salía de la oficina a las 4:00 p.m. y en vez de irse para su casa, se iba a entrenar con los atletas».
El Salvador, que sí, que no…
—¿Y por qué dice usted que por la odisea del viaje no fue al torneo?
—Esa es una historia que no se ha contado tanto. Los campeonatos centroamericanos de Esgrima empezaron en La Habana en 1972. Se efectuaron todos los años: al siguiente la sede fue Panamá, después México, hasta que en 1975 se la otorgaron a El Salvador.
«Faltaba poco tiempo para la justa cuando los directivos del deporte de ese país dijeron que no podrían organizarla ese año, que se aplazara para el próximo. Y así se acordó. Pero a finales de julio o principios de agosto de 1976 los salvadoreños volvieron a declinar.
«Entonces, el presidente de la Federación de Esgrima de Venezuela, Orlando Suárez Horta, un hombre que hizo mucho por esa disciplina en su país, se comunicó con Demetrio para anunciarle que Caracas podía ser anfitriona del certamen. Solo pidió unos meses para crear las condiciones y sugirió octubre como fecha para la competencia.
«La noticia les levantó el ánimo a los atletas y entrenadores cubanos. Pero había que “correr” pues, como no estaba seguro de que el torneo se efectuaría, el Inder no lo había programado en su calendario oficial y, por tanto, no disponía de presupuesto para él.
«Demetrio, Billito y el nuevo comisionado nacional, Felipe Quintero, empezaron a hacer las gestiones con urgencia para buscar el financiamiento. Poco a poco fue apareciendo. Pero como no había tanto dinero, ni Quintero ni yo pudimos ir.
«Vendría entonces la otra tarea titánica, buscarle pasajes a la delegación. Demetrio y Billito viajarían por México, pues debían estar en Caracas para participar en las reuniones previas a la justa.
«Comenzó la odisea para el traslado del equipo. Unos fueron a Santiago de Cuba para volar por allá, pero tuvieron que regresar a La Habana; otros salieron para Jamaica y de allá también volvieron porque no había forma de seguir. Un tercer grupo partió para Panamá, estos debieron ser los primeros en llegar a la competencia y al final fueron los últimos en aterrizar en la capital venezolana».
Hugo César recuerda que un día estaba de guardia en la escuela Cerro Pelado y vio al armero Jesús Gil Páez con el equipaje, y le dijo: «¿Pero tú no te habías ido ya?». Y dice que este le respondió: «Yo lo que no voy a ningún lado, si otra vez tuvimos que regresar del aeropuerto». Era una de las primeras veces que iría un armero en la comitiva, porque antes los atletas hacían esas funciones también.
Sin embargo, siguieron las gestiones hasta que todos estuvieron en Caracas. Había mucha expectación. Existía el compromiso de ganar todas las medallas de oro y los atletas soportaron estoicamente las dilaciones del viaje. Querían ser campeones, demostrar que la esgrima cubana estaba en la élite.
Un solo Himno, un solo rey
En los cuatro días de competencia solo se escuchó el Himno Nacional de Cuba. Nuestros esgrimistas arrasaron. Fue la primera vez que se agenciaron todos los títulos. Como los floretistas llegaron tarde, Jesús Arencibia «se tiró» en esa arma y se coronó campeón en la prueba individual.
Por entonces los hombres competían en sable, florete y espada, y las mujeres en florete solamente. Así que se repartieron ocho juegos de medallas, la mitad en lides individuales y la otra en pruebas por equipos. Y todo ese botín quedó en el arca cubana.
Si había alegría allá, aquí no era menos. Cuentan que se había empezado a organizar el recibimiento. Sería una gran fiesta para nuestros campeones, un premio también a tanto esfuerzo de las autoridades cubanas para que la comitiva pudiera asistir al campeonato del área.
En Caracas, la delegación departió en la sede de la Embajada cubana con la orquesta los Van Van y la cantante Beatriz Márquez, que estaban de gira por allá. Los artistas les informaron que tenían pasaje para Cuba, pero que les habían propuesto un contrato en Panamá y decidieron cambiar el rumbo, así que quedarían varias capacidades en un vuelo del día 6 de octubre para La Habana. Esa era la oportunidad para los deportistas, quienes aún no habían logrado los boletos de regreso.
«Hicieron inmediatamente los trámites. Incluso, Demetrio y Billito cancelaron su retorno por México para viajar junto a la delegación. Querían participar también en el recibimiento», explica Hugo César.
En la madrugada del 6 llegan a Trinidad y Tobago, desde donde abordarían el avión que los llevaría, al fin, a casa, aunque haría escalas en Barbados y Jamaica.
Dos pasajeros de última hora
«Cuando estaban en Puerto España, la capital trinitaria, esperando para abordar la nave, llegaron dos venezolanos interesados en viajar en ese mismo avión de Cubana.
«Incluso —cuenta Hugo César— Billito, el políglota del grupo, los ayudó en la traducción con los funcionarios para que sacaran su pasaje. Nadie imaginaba que eran Hernán Ricardo Lozano y Freddy Lugo, los terroristas que pondrían las bombas a instancias de Luis Clemente Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila».
En Barbados el avión se demoró más de lo previsto, por eso la explosión ocurrió apenas despegó la aeronave, casi en la playa. Si se hubiera retrasado diez minutos más, las dos bombas hubiesen detonado en la pista.
La historia los juzgará
«A veces busco cómo calificar ese crimen y no encuentro las palabras exactas. Todas me parecen enanas para tamaña monstruosidad», afirma Gustavo Oliveros.
«Y todavía no se ha hecho justicia», añade Hugo César. Orlando Bosch falleció en Miami como si hubiese sido un «niño santo». Posada Carriles se jacta en esa misma ciudad de ser uno de los organizadores de la voladura del avión que les segó la vida a 73 personas inocentes, entre ellas los 24 miembros de la delegación atlética (16 deportistas y ocho funcionarios, técnicos y entrenadores).
Gustavo saca de la memoria una espada y corta el aire en dos con su última frase: «Fue ese acto terrorista una artera estocada contra el pueblo cubano. Pero la historia, que sabiamente coloca a todo el mundo en su justo lugar, sabrá juzgar a sus autores».