Hace unos años —no tantos para bien de mi memoria—, un grupo de amigos y compañeros de estudios solíamos «madrugar» durante algunos viernes y sábados en la Ciudad Deportiva. No nos quedaba otra opción que llegar dos horas antes al Coliseo, si queríamos asegurar un buen puesto donde observar el más mínimo detalle, y participar en aquellas olas humanas que animaban a nuestros voleibolistas cuando recibían en casa a sus rivales de la Liga Mundial.
Lamentablemente, son noches por ahora irrepetibles. Las busco en el recuerdo cuando veo a nuestro equipo jugar en una sala atestada de espacios, como si fuera Alaska y no La Habana la sede de esos duelos. Y más después de que, por dictamen, se privara al joven elenco cubano de su última posibilidad de incluirse entre los seis mejores de la presente edición del torneo.
A pesar de que la Federación Internacional se deshaga en argumentos de índole competitivo, es obvio que la decisión de invitar a Italia a la final de Moscú estuvo basada en aspectos extradeportivos, pues no fuimos los únicos que jugamos mejor que los azurris en la fase eliminatoria.
La otra arista evaluable, la promoción —que suele vincularse al mercadeo y el llenado de los escenarios—, parece haber pesado más para quienes, además de conducir los destinos de este deporte, deben velar por un espectáculo más vendible en interés de sus patrocinadores.
Pero más allá del polémico wild card y sus interioridades —tema para expertos en la disciplina—, es significativo cuanto ha mermado el apoyo de nuestros aficionados con respecto a los años iniciales del torneo—, amén de que no jugamos la Liga para vender entradas ni promocionar productos.
Lo más preocupante reside en que el fenómeno de los graderíos vacíos no es hoy privativo de nuestras más ilustres competencias nacionales —como tratamos alguna vez en este espacio—, sino que se repiten ya en torneos de carácter universal y elevado nivel competitivo, y el Campeonato Mundial de béisbol para universitarios pudiera ser el ejemplo más reciente.
A contrapelo con los enormes esfuerzos realizados en el país para organizar certámenes internacionales, entre cuyos objetivos está el aporte de una opción recreativa más para el pueblo, lo cierto es que las últimas experiencias nos proyectan como una isla «apática» en cuestiones deportivas, cuando a través de la historia hemos sido todo lo contrario.
Con el fortísimo torneo preolímpico de béisbol ya en acción, tenemos la oportunidad de demostrar cuánta pasión atlética corre por nuestras venas. Tanto para los campeones olímpicos, como para quienes salieron del anonimato después de ganar una meritoria medalla de bronce en la pasada Liga, esto será siempre necesario.