Carlos Alberto «Tin» Cremata y La Colmenita se han propuesto formar, más que infantes talentosos, hombres y mujeres de bien. Autor: Alejandro Azcuy Publicado: 08/02/2024 | 08:56 pm
«Jamás, ni remotamente», así respondió «Tin» Cremata cuando le preguntamos si alguna vez imaginó que La Colmenita se convertiría en lo que es hoy. «Éramos un grupo de teatro que decidimos trabajar para y con niños, eso nos pareció interesante, hasta que se convirtió en algo maravilloso».
La conversación transcurrió en la sede central de la Compañía Infantil, la misma casa que habitan desde 1997. Aunque ha sido sin proponérselo, cada vez que la visitamos Tin nos recibe en un lugar distinto, y de cada espacio nos cuenta su historia. Esta vez nos reunimos en el Salón Azul, donde los niños guardan sus pertenencias; está acondicionado para que puedan estudiar.
Llegamos con la idea de dialogar sobre el libro La Colmenita ¡Mi vida!, que el próximo 10 de febrero presentará la editorial Ocean Sur. Pero el pretexto nos llevó a hablar de arte, pedagogía y —tal vez para sorpresa de quienes no lo conozcan— de José Martí.
Confesó su fascinación con el fragmento final de Meñique: «Tener talento es tener buen corazón; el que tiene buen corazón, ese es el que tiene talento». Tanto así que la frase forma parte de una de las canciones que ha popularizado La Colmenita, una compañía teatral que, más que infantes talentosos, se ha propuesto formar hombres y mujeres de bien.
La mística niñez que Iraida Malberti y Carlos Cremata se inventaron para sus hijos, la pasión del pequeño Carlos Alberto por dirigir breves sketch primero en la escuela y luego —ya adolescente— con sus compañeros de los «Camilitos», los estudios teatrales que cursó en la Unión Soviética, su posterior matrícula en la especialidad de Dirección Teatral del Instituto Superior de Arte (ISA) de Cuba y aquel espectáculo acuático que llevó por título Sinfonía para una Perla en Mar Mayor, en la base náutica de la Casa Central de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, conformaron una secuencia de hechos importantes que antecedieron al 14 de febrero de 1990.
Habían transcurrido unos meses del espectáculo acuático cuando, siendo aún estudiante de tercer año en el ISA y precisamente con algunos de los que más se destacaron en aquella función, Carlos Alberto funda una agrupación teatral que primero se llamó La Colmena, y cuatro años después, en 1994, sería rebautizada como La Colmenita.
—Obviamente ustedes han cambiado, y han sido distintas también las generaciones de niñas y niños colmeneros. ¿Han modificado también la manera de enseñar?
—Los fundadores de La Colmenita no fueron mis compañeros de aula del ISA, tal vez por eso no tenían lo que pudiéramos llamar ambiciones teatrales. Trabajando con ellos me di cuenta de aquello que decía Lorca: el teatro es para la gente, pero para la gente de verdad. No para los intelectuales o los sabichosos.
«Al principio quería que los niños aprendieran cosas de teatro. Después me di cuenta de que los niños no son, ni pueden ser jamás, artistas profesionales. Ellos son escolares. Quizá los que matriculan en escuelas de arte sí van a estudiar una carrera para ser actores, para ser actrices, pero en La Colmenita tenían que variar las cosas. Posiblemente en el séptimo, octavo o noveno año me percaté que había que escuchar más lo que querían hacer los niños en aquel juego teatral. Al principio éramos los adultos dictando qué queríamos que hicieran los niños. Hasta que descubrí que lo que tenía más valía era que ellos fuesen los que propusieran».
—¿Sientes que La Colmenita te ha alejado del teatro cubano?
—Creo que nunca estuve. Cuando regresé de la Unión Soviética, quería ser un gran director teatral, mi objetivo era ser Stanislavski. Era eso o nada. Pero me fui dando cuenta de que las buenas experiencias teatrales cubanas eran tan grandes que nunca iba a llegar a eso. El Público, Argos teatro, Teatro de la Luna, Teatro de las Estaciones, lo hacen tan, pero tan bien.
Y con los niños descubrí sus cualidades extraordinarias. Cuando uno dirige actores a veces se crean contradicciones en los ensayos. Y después uno sale por la puerta a convivir con su compañero actor, y descubre que quedan reminiscencias. Con el niño eso no pasa jamás. El niño es el ser humano que mejor entiende que lo que pasa allí es parte del juego del teatro, y que en cuanto cruzamos la puerta todo queda atrás.
***
Martiano de vocación e inspiración, Tin ha llevado a La Colmenita, a sus amigos, a los trabajadores de una empresa, a los peloteros del equipo Industriales, ese hábito de —como él le llama— bucear en Martí.
Todo empezó en 2014, cuando conoció a cuatro jóvenes del Centro Memorial Martin Luther King. «Yo siempre estoy procurando maestros para La Colmenita, Adalberto, Formell. Vi a esos muchachos, martianos reales, no solo de libros, y les pedí que hicieran un taller que se llamara Crecer con Martí, como un "entrenamiento en valores". ¿Qué es la sinceridad? No solo pongamos ejemplos, sino inventemos ejercicios que les permitan entrenarse como niños y niñas sinceros, que es el primero de los enunciados de sus versos sencillos».
Y así Tin, los niños y las niñas de La Colmenita, y sus familiares, empezaron a sumergirse, primero, en los versos sencillos.
«Después empezamos a descubrir que Martí es el mejor del mundo para enamorar. Él tiene unos versitos iniciales, de cuando estaba en Zaragoza, que para enamorar son lo más grande de la vida. Así los niños le fueron cogiendo el gustico y después empezaron a conocer la vida de Martí».
Cremata tiene la teoría de que, para sumergirse en la vida y obra de José Julián, no se le puede estudiar como un héroe, sino conocerlo como uno conoce a su propio abuelo.
«Los cubanos somos privilegiados: tuvimos a Martí, eso no lo tuvo casi nadie. Si Martí es tu abuelo, tú conoces el nombre de sus hermanas, quién lo sacó de las canteras de San Lázaro, quién fue el amigo que allá en España le costeó la operación que le salvó la vida». Hace una pausa, y enfatiza: «Hay que leerse Martí a flor de labios».
Tin supo de aquel libro, escrito por Froilán Escobar González, cuando después de una función de Meñique en Guaro, Holguín, se le acercó un viejito llorando, emocionado, y después de agradecerle por la alegría que habían llevado a la gente de aquel lugar distante, le regaló un ejemplar. «El tesoro más grande que tengo», así le dijo.
En el viaje de regreso a la capital Tin dudó si empezaba a leerse «otro libro sobre Martí». Cuando vio que el prólogo había sido escrito por Cintio Vitier, y que el consagrado martiano afirmaba que si alguien pudiera prologar aquellas líneas sería únicamente José Martí, no pudo dejar de leer los testimonios de los niñitos que el autor conoció en 1973, ya nonagenarios, y que todavía vivían en los mismos lugares intrincados en los que, a finales del siglo XIX, habían conocido al hombre que fue capaz de unir a pinos viejos y nuevos en pos de la independencia.
¿En qué obra de La Colmenita es más palpable Martí? La respuesta de Tin sorprende por lo rápida: «la que hicimos cuando el cumpleaños 90 de Fidel». «Era, sí, un homenaje a Fidel, pero a través de Martí. Se hicieron cosas muy hermosas, como un fragmento de Abdala. Era un ¡Gracias, Martí!, pero la obra te llevaba a que toda esa savia martiana desembocaba en Fidel.
***
—Además de un repertorio inagotable y para nada finito, han generado tres películas, un documental, varios discos musicales, tres temporadas del programa de televisión La Colmena TV, ¿cuáles son las próximas metas de La Colmenita?
—Tenemos la aspiración —que llegué a contarle incluso al mismísimo Raúl Castro— de fundar una Colmenita en Haití; son nuestros vecinos más cercanos y los que más lo necesitan. También queremos crear una Colmenita en Turquía.
«También anhelamos tener nuestra propia escuela. La Colmenita ha dejado de ser un proyecto artístico para convertirse en un proyecto pedagógico. Ahora mismo visualizamos esa posibilidad: tener un centro propio, con una metodología propia donde no solo se enseñe lo artístico, lo curricular, sino también lo cultural, los valores, una docencia integral y siempre desde Martí».
—Una última pregunta a propósito del título del libro: ¿qué tiene Tin de La Colmenita y qué tiene La Colmenita de la vida de Tin Cremata?
—Voy a empezar al revés. La Colmenita tiene mi infancia, se los juro. Mi infancia fue una Colmenita en la que mi papá era el director. Yo siempre hice lo mismo desde chiquitico: dirigía a mis amiguitos que querían actuar. Me pasé toda la escuela montando obras, pantomimas, y lo aprendí en mi casa, con mi mamá y mi papá. Después en los «Camilitos» empezamos a montar obras que alcanzaban premios en los festivales. Era mi vocación. Mi papá, mi mamá, mi tío Luis Alberto Ramírez, que vivió en mi casa en Santos Suárez, interpretaba el personaje de Erik el Rojo, en la serie Los vikingos, llevaba las espadas para mi casa ¡y yo me batía con mis amiguitos del barrio usando la espada vikinga de Erik el Rojo! Por eso, les repito, lo que tiene La Colmenita es mi infancia.
«Y La Colmenita ha sido mi vida. Cuando siento que voy perdiendo virtudes, este es el espacio que me las recuerda. Hay acciones que solamente producen los niños o los padres bajo el influjo de los niños. La Colmenita es corregirme, es enrumbarme. ¡Es tanta la vocación diaria! La Colmenita es felicidad multiplicada, y es el sentido de mi vida».