Cuba abraza con fuerza en la eternidad al gran Mario Benedetti. Autor: Tomado de Internet Publicado: 12/09/2020 | 08:39 pm
Mario Benedetti creía firmemente en la poesía. «Es más probable que con esos cultores del verso que se siguen estudiando y citando, se escriba la historia de los pueblos», decía convencido este uruguayo ilustre quien con su escritura inmortal consiguió que todas las tierras de este mundo lo sintieran como hijo propio. Cuba, una de ellas, lo abraza ahora con fuerza en la eternidad sin haberlo dejado morir jamás, aunque ya sumen cien años de su nacimiento en Paso de los Toros, el 14 de septiembre de 1920.
Es que para él la poesía tiene «libertad, una independencia superior que se sobrepone a las presiones del mercado», por tal motivo Benedetti le entregó su voz, consciente de que, como escribiría en un artículo «la poesía muerde. Por ser libre, preguntona, transgresora, cuestionante, subjetiva, fantasiosa, hermética a veces y comunicativa en otras. Por eso muerde».
De su primer contacto con La Habana dio fe la poesía cuando viajó invitado por la Casa de las Américas para integrar el jurado de su Premio Literario. Uno llega/ con sus ojos de buey/ con sus dedos de frente/ o con sus pies de plomo// todo eso y además/ con su vieja aritmética/ con su rengo compás/ con su memoria/ a cuestas// uno llega/ sensato/ dispuesto a transpirar/ a cotejar testigos/ a combustir mulatas// todo eso y además/ a contar hasta diez/ a averiguarlo todo/ a no decir me asombro// uno llega/ a La Habana/ se planta en su febrero/ y a quién le importan viejos/ compases/ simetrías// aquí en La Habana invierno/ sol de un invierno sol/ hay que recalcularnos/ hay que desintuirnos/ hay que saltar encima/ del prejuicio y la pompa/ y empezar a contar/ desde amor/ desde cero.
Empezar a contar desde amor, desde cero. Eso mismo hizo in situ quien encontró en Baldomero Fernández, Martí, Antonio Machado y Vallejo sus inspiraciones iniciales, quien ya admiraba la Revolución Cubana desde la distancia, como se descubre en Palabras en orden, libro de Jorge Ruffinelli:
«El año 59 fue decisivo, no solo para mí, creo que también para todos los latinoamericanos; no solo para la gente de izquierda, sino también para la gente de derecha. Algo aconteció en ese año que cambió la relación de fuerzas, los puntos de vista, las actitudes humanas, y fue la Revolución Cubana. En un país como el nuestro, que había estado tan de espaldas a América, mirando a Europa especialmente, más que a Estados Unidos, ese acontecimiento fue un sacudón decisivo y en relación, hasta más dramático que en otros países de América Latina. Significó un serio tirón de orejas para nosotros, los intelectuales, que estábamos muy encandilados con lo europeo. Para mí fundamentalmente representó la necesidad de ponerme al día conmigo mismo, y en ese sentido hubo toda una etapa de autoanálisis y de autocrítica con respecto a las actitudes que había tenido hasta ese momento. La Revolución Cubana me sirvió también para comunicarme con mi país, para ver de manera distinta el Uruguay, y frutos de eso son evidentemente ciertos cambios que se establecen en el orden literario», dejaba plasmado en el texto La trinchera permanente quien publicara su primer libro a los 25 años, aunque a los 11 años se había atrevido «con una novela de capa y espadas, intentando imitar a Alejandro Dumas».
Después de 1966, Cuba se apoderaría del corazón de Benedetti, y viceversa. No solo sería convocado en cuatro ocasiones más para determinar junto a otras firmas relevantes del continente los ganadores del prestigioso galardón en las categorías de Novela (también en 1974), Cuento (1967), Poesía (1978) y Testimonio (1987), sino que además fundaría el Centro de Investigaciones Literarias que diseñó con el Archivo de la Palabra y la colección Palabra de esta América, destinados a grabar y publicar en soportes fonográficos las voces de los escritores de esta parte del mundo.
Con el Centro de Investigaciones Literarias también organizaría ciclos de conferencias y prepararía más de una decena de textos publicados por el Fondo Editorial de Casa, en los cuales aparecería como prologuista y/o encargado de la selección, entre ellos: Poesías (Rubén Darío), Sobre Julio Cortázar, Cien años de soledad (Gabriel García Márquez), El astillero (Juan Carlos Onetti), Poemas (Juan Gelman) y Poesías de amor hispanoamericanas, que vio la luz en 1997 y se reimprimió en 1998, 2004 y en 2007.
«Cuba ha sido siempre una palabra muy importante para mí. Incluso antes de viajar a este país, la Revolución Cubana fue para muchos uruguayos una alerta, nos sacudió porque vimos la posibilidad de enfrentar de alguna manera esa presión que es política, económica, militar, cultural… de EE. UU.», le dijo a la periodista Magda Resik, a quien le comentó sobre aquella etapa en la que tuvo el privilegio, según sus propias palabras, de integrar el Consejo de Dirección conformado por cubanos excepto Manuel Galich, el guatemalteco, y aprender «desde adentro cómo funciona un organismo cultural en Cuba».
Cuando en 1979, para la edición 20 del Premio, pronunció el discurso inaugural, hacía ya tres años que el autor de Montevideanos, Gracias por el fuego, El cumpleaños de Juan Ángel y Primavera con una esquina rota (todos dentro del catálogo de Casa), permanecía exiliado en la Mayor de las Antillas, una de las cuatro patrias que lo acogieron hasta que pudo regresar a su país en 1985, tras el derrocamiento de la dictadura instaurada después del golpe militar de 1973.
«El exilio es al principio una experiencia no muy agradable, porque es una decisión que otros toman por ti. Es un fenómeno de ósmosis: uno trata de dar lo que puede a esa nueva sociedad que lo acoge, pero también ella ofrece cosas a uno, y cuando vuelves a tu patria, resulta que encuentras un país distinto, pero tú también eres distinto. Primero viví en Argentina, luego en Perú, después en Cuba, y por último en España. Son exilios distintos que van enriqueciendo espiritualmente, a pesar de lo tristes que resultan al principio», expresó quien consideraba que «el socialismo es la mejor solución para el género humano. Tal vez no la perfecta… Creo que no hay soluciones perfectas.
«No me arrepiento de nada por lo que he luchado aunque he cometido mis errores como cualquiera, pero las posiciones que he tomado han sido de acuerdo con lo que en ese momento me dictaba mi conciencia. No padezco de insomnio, siempre he podido dormir tranquilo, salvo cuando andaban recogiendo a la gente de izquierda para llevársela presa. Pero eso no tenía que ver con mi conciencia sino con la de ellos».
El gran escritor que fue Mario Benedetti, con más de 1 300 ediciones de un centenar de libros, traducidos a 28 idiomas, igual disfrutó de la novela «por tratarse de un mundo mágico que creas, de personajes con los que cargas durante un tiempo como si fueran familiares cercanos». La vez que conversó con mi colega Maribel Acosta de aquellas que más han marcado a los lectores: de La Tregua; de Gracias por el fuego, «un conflicto generacional donde un hijo descubre que el padre está traicionando muchas cosas. En cambio, Primavera con una esquina rota es la doble relación de amor entre una mujer, el esposo preso y esa misma mujer en el exilio con un amigo del marido…».
La cuestión era comunicarse con la gente. «Las relaciones humanas —le decía a Acosta— son de los hechos más importantes de la vida, con una mujer, con amigos, compañeros. Y también en las relaciones humanas están el odio, el rencor y sentimientos nada positivos. No es que uno se ponga a observar o hurgar en las vidas ajenas, pero sí está mirando las cosas que pasan a los demás y a uno mismo y que se les pueda sacar partido literario. Hay que tener intuición para reconocerlas«.
Y en todas partes, sin excepción, el amor y el desamor haciendo de las suyas. «Y es que el amor también es un conflicto. Yo tengo un poema que dice: el amor es un centro/ pero también es un conflicto… No es tan fácil amar», se explicaba.
Le parecía lindo «que un viejo como yo pueda comunicarse con los jóvenes» a través de su poesía. Creía que tal vez había ayudado en ese hechizo la musicalización que de algunos poemas habían realizado con éxito varios cantautores. Sabía que seguramente «quienes entraron a mi obra por la zona de la canción terminan invadiendo la de la poesía».
A los jóvenes de hoy y de mañana los seguirá conquistando, cuando encuentren en sus versos las palabras que a ellos se les agolpan en el pecho: si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos... Porque ellos muchas veces reconocerán junto a él que Tengo miedo de verte/ necesidad de verte/ esperanza de verte/ desazones de verte/ tengo ganas de hallarte/ preocupación de hallarte/ certidumbre de hallarte/ pobres dudas de hallarte/ tengo urgencia de oírte/ alegría de oírte/ buena suerte de oírte/ y temores de oírte...
No hay dudas, Mario Benedetti seguirá conquistando a quienes creen en las utopías. «Los buenos pasos que han dado los hombres en toda su historia han sido gracias a los utópicos, entre ellos Jesús, Freud y Marx, que quizá no materializaron totalmente lo que predicaban, pero de muchas formas ayudaron al progreso de la humanidad. Y como antípodas aparecen los antiutópicos: que constituyen los verdaderos perdedores de la Historia».