Dos veces he leído este libro. A veces, a muchos nos cuesta trabajo leer una vez, así que, podría decir cualquiera, cuánto más trabajo se pasará para leer dos veces el mismo libro. Sin embargo, el razonamiento es incorrecto. Se lee dos veces algún libro, entre otras razones, porque la primera vez fue tan liviano y placentero leerlo, que nos hace falta la relectura. Ese libro se titula Pescando recuerdos, de Enrique Oltuski.
He de advertir que Oltuski, nacido en La Habana en 1930 y fallecido en 2013, no es un nombre muy recurrente en el mercado editorial. Y no le hace falta. Con los dos libros que en los últimos tiempos publicó es suficiente para estimarlo como un escritor en mayúsculas, como se suele decir. Primeramente fue Gente del llano, memorias contadas como una novela. Memorias de su juventud estudiantil, de su vida familiar y, sobre todo, de sus días como revolucionario en la clandestinidad, durante los años de 1950 en la lucha contra la tiranía de Batista. Lo recomiendo. Y este, que es el tema de mi nota, tiene también como oficio fundamental el de recordar. Pero no es Pescando recuerdos, de la Casa Editorial Abril, un libro de memorias. Más bien, resulta un volumen de crónicas de remembranzas que buscan, más que fijar hechos, una recreación de lo vivido mediante un lenguaje finísimo, a veces poético.
Por haber vivido el autor cuanto narra, este libro nos interesa. Sobre todo, porque sus incidencias personales las aborda con sinceridad ejemplar. Basta leer el capítulo dedicado al momento cuando lo sustituyeron de sus funciones, para percatarnos del calibre humano y literario de Enrique Oltuski.
En Pescando recuerdos aparece la figura del Che, con quien no se entendió al principio, y más tarde el Comandante severo supo juzgarlo con justicia y entregarle confianza y amistad. Del Che escribió una crónica a raíz de la muerte del guerrillero en La Higuera. Crónica por la cual Julio Cortázar lo clasificó como el mejor escritor de Cuba. ¡Tanto se conmovió al leerla!: «¿Qué he de decir del Che que no hayan dicho? Que he imaginado su muerte…». Y prosigue Enrique Oltuski evocando, en frases dolientes y dolidas, a su jefe y amigo caído, y demostrando que no se requiere escribir y publicar mucho para trascender.