Camagüey —. Un placentero volumen, Chistes de isleños, atesora una auténtica faceta de la identidad cubana, la cuentística picaresca del cubano, que casi siempre ha quedado en el argot popular y, salvo contadas excepciones, se ha recogido en textos.
Chistes…, escrito por el canario—cubano Ramiro Manuel García Medina, es un proyecto que vio la luz en la Feria Internacional del Libro del 2007, y que aglutina cuentos, bromas… de inmigrantes canarios, que han permanecido durante años en la cuentística representativa cubana.
García Medina regala en sus 150 páginas no solo un modo peculiar de contar pasajes de la Cuba que dio albergue a esa población extranjera, sino, además, revela un minucioso estudio histórico que informa al lector acerca de pasados contextos del país y de aristas históricas de esta entrañable y querida presencia legendaria.
El texto por su amenidad y características de utilizar el recurso también muy cubano del equivoco, la picardía innata del criollo; a través de guasas éticas, tuvo una excelente aceptación por el público.
JR desempolva estas páginas amigas y muestra algunas de estas «historietas verbales», que han atrapado a no pocos lectores de la geografía nacional, pues para nadie es un secreto que el cubano es un jaranero por excelencia, al extremo de que esta cualidad ha pasado a formar parte ineludible de su idiosincrasia.
I
La fotografía, Este cuento versa sobre cómo el isleño Francisco Pérez (Paco), al llegar a Cuba y conocer las cámaras fotográficas que sobre un trípode hacían fotos al minuto, no dudó en tomarse una instantánea.
Fue tanta su sorpresa que, justamente en el poblado El Suspiro, en Santiago de Cuba, del municipio de San Luis, se consumó el flashazo. Paco, sin aceptar las ofertas del experto que podía transformarlo —a las usanzas de entonces— en un vaquero o remero, decidió hacerse su foto junto a su yunta de bueyes. Así lo narra García Medina: «Retratado sonriente con el brazo izquierdo apoyado en la cabeza de uno de los animales que, a ambos lados de él, quedaron fijados en la imagen».
Muy Feliz, y sin casi saber escribir, el paisano Paco pidió ayuda para enviar un sobre con destino a su Isla natal, La Gomera, en el que no solo incluyó su fotografía, sino también una sencilla dedicatoria: «Madre: El del medio soy yo. Paco.»
II
La vaca Cebú, Es este otro de los relatos que reflejan certeramente las virtudes y defectos del recurrente personaje isleño.
Durante la época de las «vacas flacas», en el gobierno de Menocal, en un modesto bohío del campo cubano, un isleño era atendido por el dueño de un humilde lugar. El visitante al pedir trabajo al guajiro hospitalario, este solo pudo ofrecerle ordeñar a unas de sus vacas cebú, para que saciara la sed y hambre.
El campesino le entregó al necesitado un cubo y un pequeño banco, para que ordeñara la vaca, al tiempo que le advirtió que tuviera cuidado con el animal arisco.
Al transcurrir el tiempo el campesino, preocupado, siente que algo anda mal, pues el isleño no regresaba. Al rato el guajiro lo observa venir de lejos con la vasija rebosante de leche, y muy sudado, sucio y enfangado.
Asombrado el campesino le interroga: «¿Qué pasó, isleño?». Este solo respondió: «Oiga, guajiro, ordeñarla me fue fácil. ¡Trabajo fue el que me costó sentar a la puñetera vaca en el banquito para ordeñarla!».
III
La yegua de Jacinto es un acertijo que describe cómo un isleño; solterón, radicado en Consolación del Sur, recibió a un animador andante, allá por la década del 20.
El visitante alegó a Jacinto: « Oiga, isleño, yo puedo, por algunas viandas para comer o un poco de dinero, demostrarle cómo sus animales pueden hablarle».
Ante la curiosa proposición Jacinto ofreció sus animales para validar aquella afirmación. El artista le dijo a la gallina: « Buenos días, señora gallina, ¿cómo la trata el dueño de la estancia?». El invitado, cambiando la voz, hizo que la gallina «contestara»: «Buenos días, señor. No muy mal».
Jacinto, asombrado, comentó: «¡Increíble!». El hábil imitador muy seguro, pues sin dudas había encontrado un excelente cliente despistado, se esmeró en su arte, que repitió con otros animales hasta que le llegó el turno a la hermosa yegua. Pero el isleño muy apurado interfirió: «No, hombre. A ver si le da por contar cosas íntimas y la muy puñetera… ¡Con lo mentirosa que es…!».
IV
El amor no escapó a la mirada profunda y relajada del investigador Ramiro García. El enamorado es un cuento sintetiza que, en materia de picardía, el cubano se le escapó al mismísimo diablo.
Lo que es enamorarse le ocurrió a Ezequiel, un isleño de Puntagorda, en La Palma, radicado en la zona de Zaza del Medio. Ante su total desconocimiento amoroso y el deseo de desposar a una guapa campesina consultó a un amigo cubano, quien le afirmó que enamorarse era fácil.
El amigo orientó a Ezequiel. «Al llegar a la casa de la muchacha, mostrando educación, tú dices: «buenos días si es de día, buenas tardes si es de tarde y buenas noches si es de noche. Debes tener presente que aquí se suele llevar un regalo a la joven y otro al padre».
Ante el consejo Ezequiel se vistió con su mejor atuendo y escogió como regalos caramelos para la muchacha y tabacos para el padre, los cuales cubrió de una forma muy insólita. El paquete de caramelos lo puso bajo la guayabera, sujeto a su cinto en la parte delantera, y el de tabacos, en la parte trasera, a la altura de sus glúteos.
Mientras el apasionado era recibido por la familia expresó. «Buenos días si es de día, buenas tardes si es de tarde y buenas noches si es de noche. ¡Ah, y antes que se me olvide, lo de alante es para la muchacha y lo de atrás para su padre».
V
Una de las condiciones a las que tuvieron que adaptarse los canarios al llegar Cuba fue al clima caliente y a las enfermedades tropicales. El cuento Catarro menciona cómo una gripe larga y tediosa se incubó con fuerza en Lourdes, hermosa joven veinteañera, hija de Inocencio, isleño oriundo de Frontera, en el occidente de la isla de Hierro.
La familia, al ver que la salud de su hija se deterioraba, decidió llevarla a la consulta del doctor don Ambrosio, ubicada entonces en el batey del central Punta Alegre, en Morón, hoy provincia de Ciego de Ávila.
El galeno, atento, escucha a los padres. Ausculta a la muchacha, mientras le indica: «Esputa», para continuar con el examen clínico. Sorprendido y muy serio el padre responde: «Bueno, doctor, desvergonzada mi hija no es».