Moisés Finalé junto a una de las obras que conformarán su nueva exposición. Autor: Julio Alvite Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
Todavía en su casa habanera permanece un pintoresco baúl, constancia significativa de la exposición nombrada Se fueron los 80. Su autor, el afamado artista de la plástica Moisés Finalé, ha continuado resonando por el mundo gracias a sus propuestas contundentes, imaginativas, sorpresivas, mas en Cuba se le sigue recordando por aquella genial idea que consiguió la confabulación de muchos.
«Se fueron los 80 surgió después que me propusieran hacer una retrospectiva de mi obra, lo cual me pareció un poco arrogante de mi parte», cuenta en exclusiva para JR este creador que inaugurará el venidero miércoles, en la galería Habana, a las 5:00 p.m., la expo Turista cubano o Problemas de identidad. Finalé explica que como entonces además era casi imposible conseguir las piezas que permanecían en diferentes museos, galerías, colecciones privadas...., decidió preparar una expo sobre esa recordada década en Cuba.
«Debo reconocer que después de concebida, Se fueron... se me escapó de las manos. Ocurrió algo muy interesante pues tuve la posibilidad de lanzar un anuncio publicitario en JR, en Granma..., donde convoqué a la gente para que trajera algún objeto relacionado con sus recuerdos, porque la expo solo tenía sentido si las personas participaban. Así se aparecieron a la galería Servando, donde había un cofre que hubiera podido llegar al techo si no parábamos, con cocinas piker, radios Selena, ventiladores Órbita, adornos de yeso, libros de Esperanto, aretes, discos de vinilo, revistas Sputnik, sobrecitos de citrogal, latas vacías Taoro... Resultó una exposición, impresionante por su acogida, sobre nuestra memoria afectiva».
Finalé se halla entre esos artistas quienes para montar una exposición necesitan primero «madurar muy bien las ideas. «En mi caso, dice, no aparecen fortuitamente, sino que voy buscando con extrema seriedad el tema, las ideas.
«Turista cubano... se inició hace unos cinco años cuando en Francia inauguré Problemas de identidad. Y es que me había percatado de que los africanos, los árabes..., cuando llegaban a París intentaban integrarse a aquella cultura. Por supuesto, traen sus vestuarios, tradiciones, costumbres; sus comidas que a mí me fascinan y, sin embargo, no pocas veces los franceses detestan, sobre todo esos olores fuertes en la mañana. Al final, los extranjeros no logran encajar. Entonces se me ocurrió ubicar en los metros parisinos las esculturas africanas que colecciono, para llamar la atención sobre este asunto.
«Luego, en Cuba, empecé a darme cuenta de que ciertos cubanos en ocasiones van echando a un lado su identidad, porque quieren parecer un turista, por eso insisten en vestirse con brillos, letreros, como si fuera un norteamericano o un europeo; o se hacen pasar en los espacios públicos por un turista porque suponen que lo tratarán diferente.
«Desde el momento en que alguien vive fuera de la Isla y regresa, los amigos, los vecinos, por lo general, lo reciben de otra manera. Si estoy en el agro la gente me dice: “Ay, pero ¡qué bien tú hablas el español!”, a pesar de que ando vestido como tú o como aquel. ¡Pero si yo soy cubano!... Por eso Turista cubano o Problemas de identidad.
«Como te decía, me encuentro entre quienes no se lanzan a preparar improvisadamente. Para mí la pintura tiene que ser de ideas. No quiero hacer una obra convencional ni tradicional. Conozco muy bien la técnica porque estuve 13 años en la academia, puedo hacer un cuadro al estilo de Da Vinci. Pero no es lo que me inquieta artísticamente, no es mi manera de expresarme en el arte. Ahora, eso sí: no soy un sociólogo, sino un pintor a quien le parece que este es un fenómeno social que amerita estudiar y seguir de cerca».
—La experiencia de Francia. ¿Cuánto te ha aportado como artista, como creador?
—Fue muy importante para mí. Ha marcado 25 años de mi vida, casi 30. Llegué a Francia como pudo sucederle a cualquier pintor, pero tuve la suerte de que enseguida empezaran a trabajar sobre mi obra tres importantes críticos: Giovanni Voppollo, Helene Lassalle y Pierre Gaudibert, quien había sido el responsable de prólogos de los libros más significativos de Wifredo Lam. Pierre, un gran estudioso de la cultura africana, se desempeñaba en ese momento como director del Museo de Arte Contemporáneo de Francia. Que ellos se fijaran en mí, que me relanzaran como pintor, me dio una cobertura de prensa, de promoción, de publicidad, impresionantes, y, claro, representó un apoyo decisivo para poder seguir adelante con mi carrera en un país que no conocía. La suerte me tocó. Hay artistas que pueden ser muy buenos y estar en un lugar 30 años, pero si alguien no pone un dedo sobre ellos y no les ayudan, pueden estar 35 más allí, y que no pase nada con sus carreras, con sus obras.
—En tu pintura se nota una fuerte presencia de la figuración...
—De una forma u otra, desde los inicios, siempre ha sido así. Es algo muy «extraño», pues a la hora de elaborar un cuadro lo concibo de un modo totalmente abstracto. Sin embargo, después la obra se vuelve por entero figurativa. Utilizo la figuración a mi manera, que no creo que sea siquiera como lo aprendí en la escuela —mientras pinto trato de obviar siempre lo que me enseñaron. Pero sí, soy un pintor figurativo que responde a tendencias, a movimientos pictóricos contemporáneos.
—Se dice que no eres de esos pintores a quienes no les gusta trabajar en medio de la soledad...
—Nunca quise ser un pintor de caballete, recluido en el estudio, si al vecino, al otro y al otro no le interesa mi propuesta. Quiere decir que desde mis inicios he tratado de hacer una pintura de participación, colectiva, a la que todo el mundo le puede aportar ideas, como sucedió con Se fueron los 80, con Herido de sombras, aquella donde invité a Natalia Bolívar o esa otra donde me acompañó la artista francesa Maylis Bourdet. No quiero ser un artista aislado, no me interesa. Me siento muy bien cuando puedo intercambiar con la gente...
«Cuando apenas nadie me conocía, por el año 84, preparaba manifestaciones artísticas con gente en Coppelia, en El Quijote, la Catedral de La Habana, la Escuela de Medicina... Es decir que mi nacimiento como pintor ha sido a nivel colectivo. Yo no me veo solo. Turista cubano... surgió a partir de Calle, mi ayudante; de Yami, de un pensamiento común... Cada vez que tengo un proyecto de exposición me encanta invitar a mis amigos a la casa para que dialoguemos sobre las obras, me interesa escuchar sus opiniones.
—¿Cómo conseguiste exponer, hace unos años ya, en el Museo Nacional de Bellas Artes?
—En 1989 ya estaba trabajando en Francia. Me pasé más de diez años alejado del panorama cultural cubano, porque tenía muchos compromisos internacionales, proyectos, exposiciones. No podemos olvidar que durante los 80 se produjo un boom dentro de la plástica en la Isla, cuyos protagonistas (en su mayoría) se fueron a trabajar a otros países como México, España, Italia, Francia... De repente se produjo un vacío notable. Y un buen día en París, en la Embajada de Cuba en Francia, Abel Prieto me propuso que expusiera aquí. Una semana después de esa conversación ya me estaban contactando.
«No niego que de cierta manera me sorprendió, pero es indudable que Abel me recuperó. Esa es una de las tantas razones por la que me casé aquí, y tuve mi pequeña. La exposición se llamó Herido de sombras, porque en la época se decía que yo era un tipo de nostalgia, aunque no lo creo así. No obstante, si tener nostalgia es tomarnos un ron o una cerveza, y hablar de Cuba y sobre lo que pasa en Cuba, entonces los 11 millones de cubanos somos nostálgicos. Eso sí: Cuba es mí país, y mi idiosincrasia, mi forma de ser es surpercubana».
—¿Se puede hablar de un sello, de una marca Finalé?
—Yo creo que eso se da con los años. En la década de los 80, por ejemplo, ni pensar en eso. Entonces, como les sucedió a muchos pintores, comencé, de una forma ingenua, a realizar investigaciones sobre arte popular cubano. Me interesé mucho por el modo como se expresaba la gente que yo consideraba verdaderos representantes de la genuina pintura popular cubana. Y empecé a apropiarme de su figuración. Tanto, que copiaba a esas personas. De hecho luego realicé exposiciones donde les hice un merecido reconocimiento, como la titulada Homenaje a Fela; o el performance que llevé adelante con un limpiabotas que conocí en La Habana Vieja.
«Al mismo tiempo estaba muy al tanto de lo que ocurría dentro de la pintura norteamericana y europea; había puesto el ojo en la neofiguración, en Francis Bacon, Antonio Saura... Todo eso se fue mezclando pero muy espontáneamente. Cuando llegué en 1989 a París —antes había viajado mucho—, ya tenía una manera de hacer muy marcada. No quisiera ser arrogante o vanidoso, pero puedo decir que la gente cuando veía un cuadro mío lo reconocía como tal. Aunque suene feo puedo decir que ya en el 89 poseía un lenguaje muy propio».