Niurka Gónzalez y Silvio Rodríguez, unidos por el amor y la buena música. Foto: Kaloian Santos Cabrera/ La Jiribilla Seguramente usted también se ha dado cuenta: Silvio nos lee el pensamiento. ¿Deberíamos demandarlo por hurgar sin reparo en él, por convertir en elevada poesía nuestros secretos, nuestras ilusiones y pesadillas más acalladas, o deberíamos seguirlo venerando por ser quizá el cantautor más lúcido, el porfiado soñador que en estos últimos años nos ha acompañado con sus incesantes preguntas, con sus amores y desamores, con sus odios y alegrías que, al final, son igualmente nuestros?
Alguna vez, como ahora, deberá ser sana la envidia. Y entonces Rodríguez comprenderá que nosotros, los mortales, buscamos pero no encontramos esas memorables melodías que él hace nacer como la hierba en la tierra fértil, y que también añoramos ser Lennon, McCartney, Sindo Garay, Violeta, Chico Buarque..., pero sobre todo Silvio, y no lo conseguimos. Sin embargo, no es esa la razón por la cual se ha convertido en nuestro trovador, sino gracias a su poder para hipnotizarnos, para provocar que sigamos insistiendo en aprendernos sus canciones, en hacerlas nuestras, que acudamos en masa al Karl Marx, o adonde nos convoque, como sucedió la pasada noche del sábado, en que aceptamos enrolarnos en una expedición, donde quiso cantarle a todos y, al mismo tiempo, especialmente a cada uno de los presentes.
Sí, porque hay que decirlo. Silvio se las apañó para satisfacer hasta a los más exigentes, quienes incluso pudieran decir que faltó Rabo de nubes, Lo demás o Cita con ángeles, pero que quedaron «desarmados» cuando el poeta les regaló La gaviota, Expedición o una hermosa habanera al estilo de En el claro de la Luna que, a pesar de haber sido registrada en 1975, pone en duda el hecho de que este es un género fuera de moda, incapaz de conectarse con los más jóvenes.
Tengo que admitir que imaginé que después de tres años sin protagonizar un concierto en el coliseo de Miramar, Silvio centraría la mayor parte de su fabulosa presentación en los temas que integran el álbum Érase que se era, sobre todo sabiendo que junto a él estarían los mismos virtuosos que lo acompañaron en la grabación de dicho fonograma: la flautista Niurka González, el trío Trovarroco, el percusionista Oliver Valdés y las magnéticas muchachas del cuarteto Sexto Sentido. Sin embargo, de este solo clasificaron El papalote y la lírica Judith (posiblemente para dejarnos con las ganas) en este recorrido de más de dos horas por una música avalada por los tantos años de perenne permanencia en la memoria de medio mundo.
Como mismo sucediera con Érase..., cuyos temas parecían, por su vigencia y frescura, escritos ayer, a pesar de haber sido compuestos esencialmente entre 1967 y 1972, las canciones interpretadas con una voz madura y afinada no fueron una mera repetición de lo ya grabado con el fin de «despertar» nuestra nostalgia, sino que sonaron tan contemporáneas que en ocasiones hasta superaron en lo musical el arreglo con el que fueron concebidas —Días y flores, por ejemplo—, gracias a estos instrumentistas de excelencia que prefirieron poner en función del lucimiento del conjunto sus innegables virtudes individuales. Sin tratar de llamar personalmente la atención sobre sí, todos, abnegados artistas, supieron cooperar exactamente en la parte más conveniente, en todo instante y en cada nota.
Y no obstante César Bacaró ofreció una clase magistral de contrabajo en Son desangrado o El escaramujo; en tanto Maikel Elizarde hacía alardes con el tres lo mismo en un Días y flores con los inconfundibles aires del punto cubano, que en el auténtico y espectacular mano a mano que estableció con Rachid López (guitarrista de concierto) en Me va la vida en ello. Por su parte, Oliver Martínez, dueño de unas manos y una musicalidad prodigiosas, sacaba el máximo provecho a un set de percusión que parecía ser demasiado para alguien tan joven, en temas como La maza, Mariposas o Sueño con serpientes.
En cuanto a las damas, mirándolas embobecido desenvolverse con gran arte en aquel ambiente rancañiano, extraordinario y mágico por lo demás, uno se preguntaba una y otra vez cómo es posible reunir en una persona tanta belleza, inteligencia y talento. Es mucho para un solo corazón comprobar que la González, delicada en el fraseo, impecable en las acentuaciones y exquisita en los matices sonoros, amén de ofrecer una sonoridad y potencia envidiables, mostraba a cada instante su dominio técnico no solo de la flauta sino también del clarinete en piezas como Óleo de una mujer con sombrero, Quién fuera; América, te hablo de Ernesto; Mariposas, El papalote... Y después, como si no fuera suficiente tanto hechizo femenino, fue demasiado para un solo concierto «soportar» a las mulatas de Sexto Sentido.
Herederas de Elena, Omara, la Mora y Rita, pero también de Ella Fitzgerald y Aretha Franklin, las jóvenes impresionaron, primero versionando a capella —como si hubieran sido creadas para ellas—, piezas como No me platiques más, Come together y El necio, del propio Silvio, para luego prestar sus afinadísimas y potentes voces a formidables coros que hicieron más redondas (si eso es posible) canciones de siempre: La era está pariendo un corazón, Sueño con serpientes o Me va la vida en ello —por solo citar algunas—, obsequio divino de Luis Eduardo Aute, a quien Silvio quiso homenajear como mismo hizo con Luis Rogelio Nogueras de quien leyera el estremecedor poema Halt!, en medio de un silencio sobrecogedor que después del último verso y la sentida Sinuhé, se transformara en ovación merecida para quien es «el gran poeta de mi generación».
Haydée y Abel Santamaría, los Cinco y Ernesto Guevara también estuvieron presentes. Los primeros por medio de Canción del elegido, mientras que El dulce abismo, convertida en himno de amor y resistencia, evocaba a Tony, René, Fernando, Ramón y Gerardo. Por último el Guerrillero Heroico revivía nuevamente en América, te hablo de Ernesto y en un Che como solo puede devolvérnoslo Rancaño. Así, de acierto en acierto, fueron pasando las horas que parecieron segundos cuando los presentes olvidaron que justamente Silvio no es amante de los coros multitudinarios, mas no pudieron aguantarse en La maza, ni en Unicornio, ni en Ojalá, ni en Pequeña serenata diurna, ni en...
Silviófilos empedernidos y en una noche de sábado en verdad gloriosa, todos salimos, los viejos y los nuevos oídos, con bríos renovados a «comernos» el mundo, como amigos cercanos, y diciéndo para nuestros adentros: Ay, Dios, ¡Quién fuera... Silvio!