Carlos González Penalva, destacado analista español, director y planificador de medios de comunicación social. Autor: Favio Vergara Publicado: 15/03/2025 | 11:54 pm
«Las redes sociales digitales han transformado radicalmente la producción, distribución y consumo de la información, y han generado un ecosistema de comunicación en el que coexisten intereses profundamente divergentes, desde grandes corporaciones y gobiernos hasta movimientos populares y proyectos alternativos de comunicación. Sin embargo, esta aparente democratización del acceso a la información no implica una democratización del poder en la comunicación», aseguró, en un interesante diálogo en exclusiva con Juventud Rebelde, el destacado analista español, director y planificador de medios de comunicación social, Carlos González Penalva.
«Creer eso es una ilusión. Del mismo modo que se decía que, desde la invención de la imprenta, la “libertad de prensa” es la voluntad del dueño de la imprenta, en la actualidad podemos afirmar que la inmediatez y el alcance de los contenidos no son neutrales, pues se articulan en torno a algoritmos diseñados para amplificar ciertos discursos y silenciar otros, respondiendo a intereses geopolíticos y económicos concretos. Lo que los algoritmos deciden que somos acaba convirtiéndose en lo que seremos».
—Hace pocos días leía un mensaje en Facebook que parafraseaba una de las ideas más conocidas de El Principito: «Lo esencial es invisible a las redes sociales». ¿Hasta qué punto pudiéramos asumir o discrepar de esto si tomamos en cuenta los contenidos que se comparten aquí?
—La lógica de los algoritmos y sus sesgos tiende a amplificar lo espectacular, lo emocional y lo polarizante, y deja en las sombras procesos estructurales, causas profundas o análisis más complejos. Ahora bien, afirmar que «lo esencial» es invisible en las redes supone asumirlas como espacios autónomos, como si los árboles no nos dejaran ver el bosque, cuando en realidad son escenarios en los que operan relaciones de poder, confrontaciones ideológicas y mecanismos de control que definen qué se visibiliza y qué queda oculto. Como hemos dicho en otras ocasiones, la comunicación digital es la continuación de la política y de la guerra por otros medios.
—¿Qué pudiéramos decir entonces que se esconde detrás de lo que se manifiesta en las redes sociales?
—Detrás de lo que vemos en redes sociales subyace una ingeniería de la visibilidad orientada por intereses políticos, económicos y culturales, y esto no significa que lo esencial sea invisible en ellas. Si no fuera por las redes sociales, por ejemplo, no hubiéramos conocido —y desarticulado— el bulo de Kramatorsk, en el que Human Rights Watch acusó a Rusia de un ataque contra la población civil basándose en pruebas supuestamente verificadas.
«Considero que lo esencial en la batalla comunicativa no es lo que se ve a simple vista, sino lo que logramos hacer visible a pesar de los mecanismos que intentan silenciarlo».
—Campañas de desinformación, manipulación mediática, ciberdelincuencia... Aunque son fenómenos históricos, hoy están más normalizados que nunca en la comunicación política digital. ¿Cómo podemos reconocer, como ciudadanos, cuándo estamos siendo amenazados por uno de estos peligros?
—Primeramente, debemos resaltar que las noticias falsas siempre han operado en el panorama político. La desinformación no es un fenómeno nuevo, aunque en la actualidad reviste algunas características particulares, como su capacidad de propagación masiva en tiempo real.
«Las campañas de desinformación han sido utilizadas históricamente con fines bélicos y políticos: desde la guerra de independencia de Cuba y la explosión del Maine, pasando por la operación de bandera falsa en el golfo de Tonkín, que justificó la intervención en Vietnam, hasta las mentiras sobre armas de destrucción masiva en Irak o los relatos fabricados para intervenir en Yugoslavia.
«Hay que destacar que la desinformación, como filosofía, siempre se hace contra alguien, se piensa contra alguien y se miente contra alguien. Las fake news son la continuación de la guerra por otros medios: una guerra cognitiva que busca saltar de las redes a las calles y, de las calles, a las instituciones públicas».
—¿De qué modo podemos hacerles frente, tanto a nivel individual como social, a la intoxicación informativa en un contexto de «infodemia»?
—A lo que pudiera llamarse política-ficción, a los bulos, a las campañas de desinformación y a las derechas no se les combate con ficción ni con relatos emotivos, sino con organización y políticas que involucren a las mayorías sociales y trabajadoras. La clave no es solo cómo convocar, sino cómo articular.
«Si concebimos nuestra intervención política en redes sociales como una simple convocatoria, corremos el riesgo de creer que basta con trasladar las formas de organización tradicionales del activismo a lo digital. Sin embargo, la presencia en redes es constante: la gente no está ahí de manera intermitente, sino que se expone, se relaciona y se refleja en ellas.
«Las redes son un espacio que ya no es virtual en el sentido peyorativo del término, sino un ámbito en el que lo digital y lo analógico se entretejen. Aquí entran en juego el big data y los algoritmos, que, como ya anunciaba, no solo registran lo que somos, sino que también condicionan lo que podemos llegar a ser.
—¿Dónde radican hoy, en un mundo de grandes concentraciones y alianzas (económicas, políticas, tecnológicas, mediáticas) los grandes desafíos de la comunicación política para los proyectos o movimientos de izquierda?
—En la asimetría del campo de batalla. Nos enfrentamos a una estructura de poder comunicacional dominada por conglomerados mediáticos, plataformas tecnológicas y dispositivos algorítmicos diseñados para moldear el sentido común en función de los intereses del capital y del imperialismo.
«La concentración mediática no solo implica la propiedad de los grandes medios, sino también el control de la arquitectura digital: los algoritmos, la censura selectiva, la manipulación de tendencias y la segmentación del discurso público.
«En este contexto, uno de los retos centrales es la construcción de capacidad comunicacional propia, capaz de disputar la hegemonía informativa en entornos hostiles. La izquierda históricamente ha comprendido la importancia de la batalla de las ideas, pero hoy debe reformular sus estrategias en un entorno donde el monopolio del relato se impone no solo desde los medios tradicionales, sino también desde plataformas digitales que operan con lógicas de fragmentación, polarización y espectacularización de la política.
«La instrumentalización de fake news, la intoxicación informativa y la guerra sicológica son parte de la ofensiva contra los proyectos emancipadores. La respuesta a esto no puede ser meramente reactiva; necesitamos una estrategia proactiva de generación de contenidos que no solo desmonten las mentiras del adversario, sino que sean capaces de instalar una visión alternativa del mundo, anclada en la verdad y en las necesidades de los pueblos. La disputa no es solo por la información; es igualmente por la capacidad de transformar la conciencia social en organización política.
—Se habla cada día con mayor fuerza de la inteligencia artificial (IA) en la generación de contenidos mediáticos. ¿Qué opinión le merece el tema? Me gustaría que pongamos en una balanza ventajas y oportunidades, pero también amenazas y riesgos…
—La inteligencia artificial aplicada a la generación de contenidos mediáticos representa una de las transformaciones más significativas de nuestro tiempo. Su desarrollo ha traído consigo oportunidades innegables: la automatización de procesos permite a medios independientes optimizar la producción de noticias, mejorar la accesibilidad a herramientas de comunicación y analizar datos en tiempo real para comprender mejor a la audiencia.
«Sin embargo, esta aparente democratización está atravesada por profundas contradicciones, ya que la infraestructura tecnológica sigue estando controlada por un puñado de
corporaciones transnacionales que imponen su sesgo ideológico y mercantil en la gestión de la información.
«Frente a este contexto, no pueden ignorarse los riesgos del uso indiscriminado de la IA en la comunicación política. La manipulación algorítmica, la producción masiva de desinformación y el desarrollo de deep fakes amenazan con distorsionar la percepción de la realidad. La automatización del discurso, si no se regula de modo crítico, puede erosionar, justamente, el pensamiento crítico y la creatividad, y reducir la comunicación a una producción mecánica y estandarizada.
«Por ello, es fundamental establecer marcos regulatorios que limiten su uso como herramienta de control social y restrinjan la vigilancia masiva o la manipulación política.
«La respuesta no puede ser ni el rechazo tecnofóbico ni la adopción acrítica, sino una estrategia que combine el uso inteligente de la IA con el fortalecimiento de la autonomía comunicacional.
«El sur global debe apostar por el desarrollo de IA propia para la salud, la educación y la agricultura, y asegurar que esta respete los derechos humanos y no reproduzca dinámicas de dependencia tecnológica.
«La IA, como cualquier otra herramienta, es un terreno de disputa. Si la dejamos en manos del capital y del imperialismo, será un arma de opresión; si la utilizamos estratégicamente, puede ser una herramienta poderosa para la transformación social».
—En un planeta hiperconectado, dependiente de la tecnología, ¿cómo salvaguardar la inteligencia natural, o sea, la capacidad de los hombres para transformar, crear y construir su propio bienestar social?
—En un mundo hiperconectado, donde la automatización y la dependencia tecnológica se han convertido en ejes centrales de nuestras sociedades, la revalorización de la inteligencia natural no es solo un desafío; es una necesidad estratégica. La inteligencia humana no puede ser reducida a simples cálculos algorítmicos ni a patrones de comportamiento predecibles, como intenta hacer el capitalismo de plataformas.
«La clave radica en recuperar la capacidad crítica y creativa de los pueblos para transformar su realidad, alejándonos de la idea de que el progreso es únicamente un asunto tecnológico. El desarrollo humano
no puede medirse solo en función del acceso a la inteligencia artificial o a los sistemas automatizados, sino en términos de autonomía, soberanía y bienestar colectivo. La lucha por preservar la inteligencia natural es, en última instancia, la lucha porque la humanidad no sea reducida a un engranaje dentro de la lógica extractivista de datos y la mercantilización del conocimiento.
«Para ello, es imprescindible fortalecer sistemas educativos que no solo capaciten técnicamente a las nuevas generaciones, sino que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad y la capacidad de análisis. No se trata de rechazar la tecnología, sino de aprender a utilizarla estratégicamente, con conciencia de su impacto en nuestras estructuras sociales. La inteligencia natural no debe quedar subordinada a la inteligencia artificial, sino que debe ser la base desde la cual definamos cómo y para qué se desarrollan estas herramientas. La batalla hoy no es solo tecnológica, sino cognitiva: debemos evitar que la automatización del conocimiento desplace la capacidad de los pueblos para construir sus propias narrativas, sus propios modelos de desarrollo y su propia idea de futuro.
«En este sentido, la soberanía tecnológica juega un papel fundamental. No podemos depender exclusivamente de infraestructuras diseñadas para perpetuar la hegemonía del capital y la dominación imperialista. La construcción de alternativas tecnológicas propias, el impulso de una educación que priorice la formación en pensamiento estratégico y la consolidación de espacios de comunicación autónomos son claves para garantizar que la inteligencia humana siga siendo el motor del cambio social. Como afirmaba Fidel, “no hay arma más poderosa que la verdad”, y hoy esa verdad solo puede defenderse si logramos que la inteligencia natural no sea reemplazada por la imposición de una única visión del mundo, programada y controlada desde los centros de poder global».
Ilustración: Adán Iglesias
—Ahora mismo en Cuba se ha vivido otra vez la desconexión del Sistema Electroenergético Nacional. ¿cómo se relaciona este evento con las nuevas formas de guerra no convencional que se aplican contra la Isla?
—Los apagones en Cuba son una de las expresiones más visibles de la compleja situación energética que atraviesa el país y, al mismo tiempo, un elemento que afecta directamente
la vida cotidiana de la población. Todo ello, cuando se sostiene en el tiempo, genera un estado de desgaste emocional y social que se convierte en un terreno fértil para la fractura del tejido comunitario y el malestar, lo que no es un efecto colateral, sino un objetivo estratégico dentro de la guerra no convencional que enfrenta Cuba.
«La crisis energética en la Isla no puede analizarse de manera aislada, sino dentro de un contexto más amplio en el que el bloqueo estadounidense juega un papel determinante. La infraestructura del Sistema Electroenergético Nacional cubano opera con plantas de generación antiguas, cuya modernización se ve limitada por las restricciones impuestas al acceso a financiamiento internacional, a la compra de repuestos y a la adquisición de tecnologías de vanguardia. Además, el bloqueo afecta la importación de combustibles, ya que las navieras que transportan petróleo hacia Cuba enfrentan sanciones y amenazas legales, generando una dependencia de fuentes de suministro irregulares y costosas. Esta situación hace que cualquier avería, mantenimiento programado o fluctuación en la disponibilidad de combustible pueda derivar en apagones a gran escala.
«El Gobierno cubano ha buscado alternativas para paliar la crisis, incluyendo el impulso de energías renovables, la reparación de infraestructuras obsoletas y la diversificación de proveedores de combustible. Pero la solución no es sencilla.
«La actual situación energética en Cuba requiere inversiones sostenidas y estabilidad en el acceso a recursos, dos factores que el bloqueo intenta impedir precisamente para prolongar el descontento social.
«Más allá del impacto material de los apagones, su efecto más profundo está en la dimensión sicológica y social.
«En ese sentido, la guerra no convencional no solo se libra en el plano económico, sino en la percepción que la población tiene sobre su propio futuro. Justamente las campañas de desinformación en redes sociales y la manipulación mediática buscan amplificar este malestar y dirigirlo exclusivamente contra el Gobierno, ocultando el papel activo de la política exterior estadounidense en la crisis».
—Por último, ¿qué ha significado el Coloquio Patria, que ya llega a su 4ta. edición, para la articulación de los movimientos de izquierda?
—Patria nació con la voluntad de articular proyectos, experiencias y estrategias en el ámbito de la comunicación que, si bien resultaban diferentes, no eran distantes. Lo hacíamos con el objetivo de hacer frente a los modelos de comunicación unánimes y dominantes que continúan las guerras por otros medios.
«El 2do. Coloquio supuso la consolidación de una iniciativa que fue tejiendo redes y sumando pueblos y, con su 3ra. edición, cristalizábamos el paso de articular los análisis y las voluntades para organizar personas, estructuras e instrumentos con los que hacer frente a la guerra cognitiva global. Ahora, en la 4ta. edición del coloquio internacional Patria alcanzamos la mayoría de edad, de las “palabras” a los hechos. Hoy, en el contexto mundial de guerras híbridas, esto supone, como apuntaba Marx, pasar del idealismo al materialismo, transitar de las armas de la lógica a la lógica de las armas, de organizar los instrumentos necesarios para enfrentar la guerra al imperialismo cognitivo. ¿Qué quiere decir esto? Que en la articulación de más de 400 personas y 47 países, y la participación de 22 ministros de Comunicación, debemos hacer frente al impulso de tecnologías críticas como semiconductores, software, infraestructuras de telecomunicaciones que permitan romper, por una parte, con el bloqueo tecnológico y económico y, por la otra, con la dependencia de la metrópolis imperialista ante un posible escenario de desacople tecnológico y de apagón digital.
«Estas cuestiones entretejen tres elementos cruciales: soberanía, tecnología y seguridad nacional. Impulsar un nuevo orden tecnológico global es una emergencia en la actualidad, y Patria es la articulación estratégica global, cuyo epicentro es La Habana, para ese nuevo orden».