«Sí, vinimos a combatir por la libertad
de Cuba y no nos arrepentimos
de haberlo hecho», decían uno por uno
cuando eran llamados a declarar…
Fidel. La historia me absolverá
En una lista de honor
se publicarán todos estos nombres
¡será como un libro de orgullo,
como un libro de hermanos!
José Martí
En la calle que llevaba al cuartel estallaron unos disparos y un timbre de alarma, particularmente fuerte y estridente, comenzó a sonar de manera ininterrumpida en las cuatro esquinas del cuartel.
Para comprender el encadenamiento de los hechos es preciso volver unos segundos atrás. El auto No. 2 en que manejaba Fidel, seguía al auto No. 1 a unos 30 metros aproximadamente, y muy despacio, para darle tiempo a que realizase su misión. Al lado de Fidel, en el asiento delantero, estaba sentado Reinaldo Benítez y al lado de él, Pedro Miret, el gran maestro armero del Movimiento.
En el asiento de atrás, de izquierda a derecha, se habían situado Gustavo Arcos, Abelardo Crespo, Carlos González e Israel Tápanes.
Entre el pequeño hospital y las casas de una planta de los suboficiales, a la izquierda de la calle, hoy una pequeña avenida, y mientras que el auto No. 2 sobrepasaba el hospital militar, la atención de los combatientes que ocupaban el asiento de atrás fue atraída por un sargento del ejército que bajaba por esa pequeña avenida a pasos rápidos, llevando en la mano un cartucho con víveres. Mientras caminaba miraba al auto No. 2 y al auto No. 3 con aire a la vez sospechoso y espantado, y llevó con un gesto maquinal la mano al revólver. Fidel no vio a ese sargento. Tenía la vista fija en los dos soldados con metralletas de la guardia cosaca, que en ese instante estaban de espaldas a él. El grito de Renato Guitart: «Abran paso, que ahí viene el general» les había paralizado de sorpresa, y miraban estupefactos a los sargentos del auto No. 1 desarmar a los centinelas…
(Relatos. Compilación del Centro de Estudios de Historia Militar de las FAR, tomo II, El Moncada: La Acción).
Nota: Juventud Rebelde reproduce la sección Anecdotario, que publicó en julio de 1983 como recordación del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.