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Misión de vida

Durante estos tres meses en la primera línea de combate contra la COVID-19, la red de hospitales militares del país ha demostrado estar a la altura de la confianza depositada en ellos por el General de Ejército Raúl Castro Ruz

Autores:

Marianela Martín González
Odalis Riquenes Cutiño
José Ángel Morales
Hugo García

El santiaguero Eldys García Jerez puso a prueba a la medicina cubana y validó con creces ese motivo de orgullo nacional. Confirmado como positivo a la COVID-19, llegó al hospital militar santiaguero Doctor Joaquín Castillo Duany con un distrés respiratorio que obligó a ventilarlo durante seis días hasta que, respaldado por los más recientes logros de la biotecnología cubana, logró rebasar su estado crítico.

Cuando apenas disfrutaba su mejoría, una bronconeumonía bacteriana y un tromboembolismo pulmonar amenazaban con validar el rumor que más de una vez se extendió en esta ciudad: «Dicen que el chofer falleció».

Los ojos de la epidemióloga Daisy Figueredo Sánchez aún se humedecen mientras evoca las densas jornadas vividas por el equipo multidisciplinario del Puesto de Dirección de la batalla contra la COVID-19 en esa institución hospitalaria.

«Este equipo sufrió por Eldys junto a su familia. Seguíamos su evolución y esperábamos con ansias que el Director preguntara a los especialistas por el estado de los pacientes y en especial por él, que llegó muy, muy crítico.

«Cuando el mayor doctor Jacno Ferrer Castro, jefe del Servicio de Terapia intensiva, dijo que ya estaba en condiciones de desacoplarlo, nos alegramos mucho. De pronto comentó que las radiografías no le gustaban, y cuando los resultados del hemocultivo y otros complementarios arrojaron que tenía un germen patógeno al que llamó «asesinobacter», se hizo tal silencio que podía sentirse un insecto volar.

«Ese germen únicamente es sensible a dos antibióticos de cuarta generación, que por demás no estaban en el hospital en ese momento. La voz del Director nos devolvió a la realidad cuando, enérgico, dijo: “¡Pero ese paciente se tiene que salvar!”. Y así mismo fue».

Son muchos los rostros jóvenes como los médicos del hospital militar Doctor Mario Muñoz Monroy, de Matanzas, que se han entregado a salvar vidas.

Tras 23 días en terapia intensiva (17 en estado crítico, tres de grave, tres más de cuidado y alrededor de diez en la sala de cuidados mínimos), Eldys, el guagüero de 49 años, salió caminando del hospital, curado y agradecido por vencer varias de las complicaciones más letales que puede padecer una persona aquejada de la COVID-19.

Rigor y preparación

Eldys es símbolo de victoria para el colectivo santiaguero, conmovedor ejemplo de la entrega en la primera línea de combate frente a la COVID-19 de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y, en particular, de sus seis hospitales militares y dos puestos médicos de salud territoriales designados para la misión.

Para el teniente coronel doctor Abel Poulout Mendoza, director de esa institución santiaguera, el hecho de que 74 de los 76 pacientes atendidos
en su centro egresaran curados es el mejor fruto del compromiso y el cumplimiento estricto de los protocolos nacionales de diagnóstico y terapéuticos.

Teniente coronel doctor Abel Poulout Mendoza. Foto: Odalis Riquenes Cutiño

«Nuestra fortaleza es que estamos acostumbrados a la disciplina, algo vital para conseguir éxito en cualquier tarea, pues como parte de las FAR cumplimos misiones en tiempos de paz que nos preparan para la eventualidad más difícil que pudiéramos esperar, que es la guerra».

Con él coincide el coronel Julio Andrés Pérez Salido, director del capitalino hospital militar central Doctor Luis Díaz Soto, Orden Carlos J. Finlay (popularmente conocido como Naval), para quien disciplina y trabajo en equipo han sido claves en el desafío a este letal y contagioso virus.

Coronel Julio Andrés Pérez Salido. Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

«Tratándose de hospitales militares, respetar los escalones de mando facilita cumplir lo reglamentado con mucho rigor. En la Universidad de Ciencias Médicas de las FAR, de donde procedemos casi todos los que dirigimos y gran parte de los médicos, nos formamos en la doctrina de la guerra y el desastre, y suma como fortaleza insoslayable la preparación político-ideológica y la formación de valores, intencionada y dirigida con exquisitez. Nuestro programa de atención médica es igual al de una instalación civil, pero se complementa con esa otra formación, básica para nuestro trabajo y nuestra vida».

Para el teniente coronel doctor Juan Carlos Martín Tirado, su homólogo en el hospital Doctor Mario Muñoz Monroy, de Matanzas, esta ha sido una experiencia inédita. Nunca antes se habían puesto en función total de una epidemia: «Hemos participado en otros procesos, pero entonces creábamos una sala de aislamiento para enfrentar el problema desde nuestra posición».

Teniente coronel doctor Juan Carlos Martín Tirado.

Todos coinciden en que los momentos iniciales fueron muy tensos. En el de Santiago se comenzaron a recibir casos sospechosos todavía con el tercer piso ocupado por recién operados e ingresos en la sala de terapia intensiva, que por razones obvias no podían ser dados de alta, lo que motivó una rápida y compleja operación de evacuación hacia el hospital provincial Juan Bruno Zayas.

La primera de las tres brigadas de ese centro la conformaron con profesionales que estaban ese día de guardia. En pocas horas fueron a sus casas a recoger lo indispensable, hablaron con su familia y asumieron la tarea.

La doctora Odalis Cardona Gordon, jefa del laboratorio de Microbiología, recuerda el miedo reflejado en el rostro de su hija de nueve años al saber que su madre se integraría a la primera línea del combate contra la COVID-19: «Tuve que sentarme con ella y explicarle la misión con lujo de detalles para luego decirle: “No te preocupes, mamá se va a cuidar; tú te quedas en casa, cuidas a tu abuela y adoptas todas las medidas”». Ahora cada noche la pequeña la espera en la puerta con el alcohol y el baño preparado.

En el Naval ingresó más de un tercio del total de casos positivos de todo el país y solo ocurrieron ocho fallecimientos. Su director, aun acostumbrado a lidiar con la gravedad porque es médico intensivista, dice que siempre recordará como durísima la jornada del 22 de marzo, cuando recibieron a los primeros pacientes: «Ese día comenzó la oleada. No paraban de llegar ambulancias de todos lados. Más de cien pacientes fueron atendidos en cuatro posiciones médicas», rememora.

Desde entonces vivieron horas de trabajo muy intensas durante al menos 40 días, pues en la capital solo esa institución y el Instituto de Medicina Tropical Doctor Pedro Kourí clasificaban a pacientes. «Después nos acostumbramos al ritmo de trabajo, pero aquel fue el bautizo de fuego. El test rápido aún no existía y algunos pacientes se quejaron porque no concebían esperar los tres días estipulados antes de hacerles el PCR para que el resultado no diera un falso negativo».

Para agilizar el trabajo, en el Naval organizaron cuatro brigadas de entre 360 y 380 trabajadores cada una. Trabajan 15 días consecutivos, luego pasan a cuarentena y de ahí el merecido descanso mientras la siguiente asume. «Hubo quienes decidieron permanecer un mes de trabajo continuo; jóvenes intensivistas y pediatras alegaban que mientras más se quedaran en la zona roja más experiencia adquirían, porque esta pelea nos ha hecho revalidar el precepto de que hay enfermos, no enfermedades».

Ciencia y entrega

Al decir del mayor doctor Jacno Erik Ferrer Castro, hasta hoy al frente de la organización y dirección clínica de la zona roja del enclave santiaguero, el enfrentamiento a la COVID-19 ha puesto elocuentemente en el punto de mira nacional el valor de los hospitales militares como instituciones científicas de salud.

«Hubo que consultar mucha bibliografía para entender el manejo de una enfermedad que en muy poco tiempo ha generado una cantidad vertiginosa de información, explica este hombre con siete años en la dirección de Terapia intensiva. «Hay mucha gente buscando solución al problema y eso obliga a estudiar para validar el conocimiento en nuestro medio».

De estos meses intensos le ha marcado la dedicación de sus compañeros y compañeras: unas con niños pequeños, otros con padres ancianos postrados… «Trastocaron su sistema de vida para priorizar a nuestros pacientes», elogia.

En la experiencia del Naval ha sido muy importante la vigilancia. Pacientes mayores de 80 años y aquellos con enfermedades subyacentes se ingresan en terapia y quienes padecen de insuficiencia renal, tanto sospechosos como confirmados, se hemodializan diariamente.

Picando cerca

El capitán doctor Adrián Ramiro Castelnao Sánchez, clínico responsable de la sala abierta de la zona roja en el matancero hospital militar Doctor Mario Muñoz Monroy, nunca olvidará el ingreso de los 18 colegas del hospital Comandante Faustino Pérez positivos a la COVID-19: «Esa masividad fue un récord y además nos impactó. Ese día nos pusimos tristes, pero compartimos el trabajo, asumimos la tarea y todos fueron rápidamente internados y puestos bajo tratamiento», refiere.

«Nos dimos cuenta de que con esta enfermedad había que estar un paso adelante; no se puede esperar al otro día para remitir a terapia: lo que se piensa hay que llevarlo a la práctica con rapidez para que no se complique el paciente», argumenta este profesional de 37 años.

Al decir del director de esa institución, el teniente coronel doctor Juan Carlos Martín Tirado, otro momento difícil fue cuando debieron recibir a casos sospechosos teniendo otros ya confirmados. Sus días se tornaron igualmente tensos cuando el relevo de un grupo se retrasó por 72 horas porque los resultados del PCR no habían llegado. Por fortuna todos estaban bien.

El hospital Doctor Mario Muñoz Monroy ha realizado en este tiempo varias intervenciones quirúrgicas y añadió a su historia un parto y dos cesáreas, la última a una embarazada confirmada como positiva, retos que vencieron porque saben manejar con eficiencia los recursos puestos a su disposición.

De cara al futuro, hablan de habilitar una sala de aislamiento con todos los requerimientos modernos y disponer un mayor número de camas para la asistencia intensiva, y formar recursos humanos para ambos servicios. Otra lección que nuestros entrevistados agradecen es el modo en que se estrecharon los
vínculos entre los Servicios Médicos de las FAR y el sistema de salud pública de la Isla.

El teniente coronel doctor Ernesto Sánchez Hernández, desde hace cuatro años vicedirector general asistencial del hospital santiaguero, explica que para completar las brigadas incorporaron a profesionales de las especialidades que necesitaban (pediatras, obstetras, clínicos, sicólogos, de enfermería y laboratorios), formados en la vida civil.

«Al principio teníamos dudas sobre si iban a adaptarse a nuestro régimen de trabajo, pero todo fue mejor de lo que pensábamos. Cuando salieron no se sabía quién era del militar y quién de otros centros asistenciales y mutuamente se hacían bromas sobre las experiencias vividas. En fin, se generó un solo colectivo y eso era lo que necesitábamos».

De ello da fe la especialista en Higiene y Epidemiología Daisy Figueredo Sánchez, plantilla del Grupo de Control Sanitario Internacional del aeropuerto Antonio Maceo. Ante el cierre del aeródromo y la incorporación a la brigada Henry Reeve del jefe de Epidemiología del hospital santiaguero, se integró al trabajo en esta institución.

«Llegué preocupada con la fama de “ordeno y mando” que caracteriza la profesión militar y porque nunca había trabajado como epidemióloga en un hospital. Sin embargo, ha sido una experiencia maravillosa. Me integré a un grupo muy bueno, con muchos conocimientos, que ya había empezado a organizar el hospital en función de la epidemia, a revisar normas de bioseguridad e integrar el conocimiento epidemiológico a su trabajo cotidiano».

Esencias y detalles

En el quehacer tenaz de estos días en los hospitales militares, como en muchas otras instituciones sanitarias, la heroicidad ha estado en las esencias y también en los detalles. Una amplia sonrisa ilumina el rostro del teniente coronel Abel Poulout Mendoza cuando evoca momentos singulares de este enfrentamiento: «Esta tarea implicó asumir por primera vez la atención de pacientes extranjeros y pediátricos.

«El primer caso fue precisamente un francés que no hablaba nada el español, imagínese los malabares que debimos hacer para comunicarnos con él. Sus hábitos alimentarios complejizaban el servicio porque no comía arroz; solo se alimentaba con jugos, frutas y vegetales. ¿Se imagina buscar tomates en marzo?

«Otro desafío sui géneris fue el aseguramiento para atender a pacientes pediátricos de diferentes edades. Tuvimos una bebita de dos meses, otra de cuatro, otra de 18 y otros de cuatro y siete
años. De pronto nos vimos cayéndoles atrás a los culeros desechables por toda la ciudad y aprendiendo a preparar fórmulas y purés para infantes. Tuvimos que preguntar a cada madre qué comía su hijo y cómo hacerlo».

La santiaguera Lisbet Lavalle Gómez, jefa de la sección de Enfermería, se emociona cuando habla de sus colegas: «No se trataba solo de cumplir complejos procedimientos de enfermería: había que calmar ansiedades, pasar la mano, dar consuelo a esas personas sometidas al estrés de una enfermedad con un impacto tan negativo a nivel mundial.

«En ocasiones tuvimos a niños separados de sus madres porque ellas tenían más de un hijo confirmado o sospechoso; hubo pacientes discapacitados, ciegos o con alguna necesidad especial que ingresaron solos. Nos tocó ser compañía de quien así lo necesitaba.

«Cuando se anunciaron las medidas de protección laboral para las madres trabajadoras con niños en la escuela y trabajadores mayores de 60 años, llegué a decir: ¿con qué vamos a trabajar?, y experimenté la satisfacción de ver que muchos dieron el paso al frente. Hasta personas con peritaje médico me dijeron: “Seño, no se preocupe, no es momento de decir que no”.

«Me convertí en mensajera de sus familias, para mantenerlas al tanto de cómo estaba su mamá, qué les pasaba a sus hijos… Al niño de una de mis enfermeras hubo que llevarlo al Pediátrico por sospecha de apendicitis y me tocó decírselo y calmarla. A otra le falleció el padre estando ella en zona roja y no pudo ir a su funeral… En fin, hemos vivido de todo.

«A esta altura se impone el agradecimiento a nuestras familias: hemos estado aquí gracias a su respaldo, y al de algunos vecinos que apoyan con todo lo que hay que buscar».

Empeños y moralejas

La relación entre el hospital Doctor Luis Díaz Soto y el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) es ponderada por el teniente coronel Abraham Beato Canfux, jefe de Ciencia y Técnica del Naval, en cuyos predios se desarrollan varios ensayos clínicos relacionados con la COVID-19, como el del uso del péptido CIGB-258 para pacientes graves y críticos, con el que se logra controlar la tormenta de citoquinas que descompensan al organismo.

La teniente coronel Teresita Montero González, jefa del Centro de Desarrollo, cuenta que se han investigado mediante técnicas de Anatomía Patológica hasta dónde llega el virus en el organismo, continuidad de otros estudios con patógenos similares. Las lecciones que les deja la COVID-19 enriquecerán la bibliografía sobre Pediatría y sentarán pautas para la medicina profiláctica.

Desde el 9 de mayo el hospital militar Doctor Joaquín Castillo Duany, de Santiago de Cuba, se mantiene sin pacientes confirmados, y la pausa, sin que nada se desmonte, se aprovecha para sistematizar las rutinas y derivar lecciones.

Aspectos de la enfermedad como el manejo ventilatorio de pacientes, el uso de medicamentos cubanos novedosos, la caracterización clínico-epidemiológica de pacientes adultos y pediátricos y los trastornos de coagulación, entre otros tópicos, ocupan su interés científico.

«Estamos escribiendo artículos y hacemos las coordinaciones para publicarlos, además de mantenernos dispuestos a apoyar al país donde haga falta, ratifica el vicedirector general asistencial santiaguero, teniente coronel doctor Ernesto Sánchez Hernández.

En las tres instituciones visitadas, y en las otras que también han estado trabajando de forma sincronizada, es visible hoy un halo de madurez profesional superior y el sano orgullo de haber estado a la altura de la confianza depositada en ellos por el General de Ejército Raúl Castro Ruz y toda la dirección del país.

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