Asela y Fernández han compartido sentimientos e ideales. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 13/02/2018 | 08:04 pm
Le toma las manos con elegancia, cariño y un poco de complicidad. Acaba de confesarle públicamente que el apoyo, confianza y su inestimable compañía han sido imprescindibles para poder realizar su labor a favor de la educación cubana.
Esta historia, por supuesto, no inicia aquí. Se remonta a más de 50 años, cuando José Ramón Fernández y Asela de los Santos cruzaron sus miradas casualmente.
«La primera vez que la vi fue en un acto vinculado con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Ella estaba en el estrado y yo sentado en el público. Luego coincidimos en la Dirección Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Tuvimos bastantes discusiones de trabajo, podíamos decir que “nos fajábamos”. Hubo quien no podía creer que un tiempo después nos casáramos», recuerda Fernández.
«Sí —afirma Asela sonriente—. Nos casamos el 1ro. de mayo de 1969, y los testigos de la boda fueron Raúl y Vilma. Yo había venido de Santiago de Cuba a La Habana para apoyar en la fundación de la FMC durante los primeros años de la Revolución. Pero había muchos jóvenes que se estaban incorporando a las Fuerzas Armadas y eran analfabetos o prácticamente analfabetos.
«Esa realidad había que resolverla, por lo cual empecé a trabajar en la sección de enseñanza de la Dirección Política. Ahí conocí a Fernández y comenzaron las discusiones. Para él, la misión fundamental era la preparación combativa. Luchaba para que el horario del plan de estudios del soldado fuera de preparación militar para la defensa, mientras mi misión era darle la posibilidad de aprender a leer y escribir, y gramática, aritmética. Fueron “choques” lógicos, pero terminaron en boda».
Por cierto —recuerda Fernández— la ceremonia se realizó en una casa por Nuevo Vedado. Raúl fue quien trajo el notario y como un año después nos enteramos de que no estaba registrada la boda. Eran cosas que pasaban en tiempos como aquellos, en que todo era muy urgente.
«Tenemos tres hijos, dos muchachas y un muchacho y cuatro nietos», afirma Asela. «Todos son estudiosos, buenas personas, revolucionarios», acota Fernández.
Razones para una entrevista
La reciente entrega del Premio Nacional de Pedagogía 2017 a Asela y Fernández es pretexto más que justificado para solicitar una conversación con ambos; sin embargo, entrevistar al Héroe de la República de Cuba, general de división (r) José Ramón Fernández Álvarez y a su esposa, la Heroína del Trabajo y capitana Asela de los Santos Tamayo, no es tarea fácil.
Al llegar a su oficina Fernández me recuerda que no le gustan las entrevistas, que accede «porque sabe la importancia de contribuir a la formación de las nuevas generaciones de cubanos». Y Asela comenta: «Me entrego a la tortura». Sin embargo emprenden «la tarea» con amabilidad y paciencia, mientras compartimos un café.
Fernández o «el Gallego» —como le llama afectuosamente nuestro pueblo— dice que debe empezar explicando que él no llegó a la Revolución como Asela, desde dentro. «Yo estaba en la cárcel cuando triunfa la Revolución.
«Me había graduado de la Escuela de Cadetes en Cuba, con el primer expediente, y luego cursé estudios en la Escuela de Fort Sill, en Oklahoma, Estados Unidos. Me quedé trabajando en la Academia cubana, pero ingresé al Ejército inconforme con la situación que había en el país y participé en una rebelión conocida como “Los Puros”. Estuve en el Presidio Modelo de la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud. Fueron tres años terribles; incluso tuve que sufrir meses en una celda de castigo.
«Allí me relacioné con Armando Hart, que dio buenas opiniones de mí al Movimiento 26 de Julio; también con Lionel Soto, quien me enseñó —de manera oral, porque no teníamos textos— elementos del marxismo.
«Inmediatamente que ocurre el triunfo de la Revolución me incorporo a cumplir tareas en la misma Isla de Pinos. La entrada de Fidel a La Habana, el 8 de enero, la vi por televisión. El día 11 me citan a una entrevista con Fidel en Ciudad Libertad. «Designó a todos los presentes como asesores, y cuando llegó a mí me dice que yo sería director de la Escuela de Cadetes. Yo no le digo no, sino que le pido hablar con él en privado.
«Cuando terminó el encuentro, me llevó para un cuartico aledaño y me preguntó qué era lo que yo quería. Le expliqué que no sentía que yo realmente hubiera hecho nada por la Revolución, aunque no tenía nada en contra del Ejército Rebelde y del proceso revolucionario, todo lo contrario. También le manifesté que no tenía interés en volver al Ejército, el cual había que transformar desde sus raíces, y le dije que, además, ya yo tenía trabajo.
«Entonces me interrumpió y me preguntó: “¿Qué trabajo tienes?”. Le informé que administrador de un central. Volvió a preguntarme: “¿Cuánto ganas?”. Le respondí que mil pesos —vale decir que en aquella época era mucho dinero—. Y me dijo: “Yo no sé si podría pagarte tanto” —como si él fuera quien lo pagara— y yo seguí argumentando…
«Fidel comenzó a dar pasos dentro de aquel pequeño salón, de un lado a otro. De repente se detuvo, se dirigió hacia donde yo estaba, me puso la mano en el hombro, y me dijo: “Creo que tienes razón; tú te vas para el central, yo voy a escribir un libro y la Revolución que se vaya para el carajo”. Ese mismo día, en horas de la tarde, tomé posesión como director de la Escuela de Cadetes de Managua. Así fue como conocí a Fidel».
—¿La dirección de la Escuela de Cadetes fue entonces su primera tarea como militar después del triunfo de la Revolución?
—Comencé dirigiendo esa escuela y luego Fidel me fue dando tareas adicionales, pero los oficiales no alcanzaban para la cantidad de cosas que había que hacer.
«Fidel me visitaba muchas veces en la escuela, y le planteé el problema que tenía, pues por distintas razones muchos de aquellos oficiales abandonaban el país. Mandó a convocar a jóvenes para ingresar y formarse como oficiales del Ejército Rebelde. Se presentaron 300, ingresaron al centro 175 y se graduaron 55. El 29 de octubre de 1960, en el acto de esa primera graduación, Fidel habló de la importancia de esos oficiales y anunció que muy pronto se graduarían 500 jefes de milicias —porque se creó la escuela para oficiales de las Milicias Naciones Revolucionarias (MNR) en Matanzas, también a las órdenes mías. De ese centro se graduaron 1 427 oficiales en dos cursos.
«En su discurso Fidel dijo: “Significa que estamos creando; sin eso no habría milicia, sin eso no habría defensa, sin eso no habría poder revolucionario, porque a la gran masa de milicianos hay que organizarla, hay que constituirla en unidades de combate, con máxima disciplina y máxima eficiencia, y esa es la tarea”.
«Fidel tenía la convicción, que tuvo siempre, de que había que llevar adelante la defensa del país y a esa defensa nos dedicamos nosotros. Vale decir que tres días después de ese acto el primer batallón de milicias estaba recibiendo instrucción. Todos los batallones de La Habana pasaron un curso de dos semanas y recibieron la preparación muy elemental». Ellos fueron, en su mayoría, los de La Habana, que combatieron en Girón, epopeya en la que Fernández tuvo un papel relevante, aunque no se menciona en este diálogo porque es más conocido y así podemos enfocarnos en aspectos humanos y en la responsabilidad de ambos en la educación cubana.
«Cuando terminó el curso Fidel ordenó: “Ahora hay que formar y organizar militarmente a todos los hombres y mujeres revolucionarios capaces de defender a la Revolución”».
Fernández busca en sus papeles, y me lee varias frases de Fidel, pronunciadas el 4 de abril de 1972, en la clausura del 2do. Congreso de la UJC, en las cuales advertía la necesidad de revolucionar la educación cubana hasta los cimientos. «El 1ro. de septiembre de ese año asumo la dirección del Ministerio de Educación», precisó.
«Asela tiene un papel decisivo en Educación. Un valor incalculable. Ella es graduada en Pedagogía; además es mujer y comparte las mismas ideas que yo, por lo tanto no hay dudas de su lealtad. Y lo que no resolvemos en la oficina, se resuelve en la casa. De ahí su gran importancia en esta historia».
Cambiar desde los cimientos
«La educación cubana no tenía un sistema; eran instituciones por niveles de enseñanza. La primaria no articulaba con la enseñanza media, y esta no se acoplaba con el preuniversitario. Además, por el camino se quedaba un número de alumnos, porque no tenían acceso, mientras la enseñanza técnica era muy deficitaria y la preescolar no se valoraba en toda su capacidad», expresó Asela.
«Por ponerte un ejemplo. En el caso de la Matemática, la escuela primaria tenía su programa de estudios, pero cuando se llegaba a la secundaria básica era otro, no se articulaban los conocimientos. Eran diferentes conceptos, formas de enseñanza y hasta contenido.
«Partimos de un diagnóstico, porque era necesario conocer qué teníamos y cómo abordarlo. Era preciso darle a la educación un sistema, no solo estructural, sino fortalecer las enseñanzas, sobre todo la técnica; así comienza el primer perfeccionamiento», destacó.
—El país solicita asesoría a la Unión Soviética para realizar este trabajo. Se introduce lo que entonces se conocía como Matemática Moderna, y también el Marxismo como asignatura.
—Sí, vienen asesores soviéticos y también alemanes, que traen la Matemática Moderna, responde Asela. Consistía en no basarnos solamente en la aritmética para la enseñanza primaria, sino también introducir un poquito de cosas que tienen más que ver con el álgebra. Esas teorías los matemáticos cubanos las estudiaron; algunos de ellos fueron a Alemania para conocer la metodología; esa era la tendencia en aquel momento y la más desarrolladora.
«Pero no se aceptó ningún cambio que no estuviera acorde con la tradición de la escuela cubana, con los conocimientos que tenían los maestros con que contábamos en aquellos momentos para poderlo hacer; no se podía soñar más allá. Y realmente muchos de esos libros son los que se usan todavía».
Entonces Fernández lee algunos de los nombres de los intelectuales cubanos que apoyaron el Primer Perfeccionamiento: «Mirta Aguirre, Vicentina Antuña, Eliseo Diego, Herminio Almendros, Pedro Cañas Abril —un genio en la Geografía, que fue mi profesor en el preuniversitario de Santiago de Cuba—, Julio Le Riverend, Nicolás Guillén. Y por supuesto José Martí, su pensamiento pedagógico y humanista estuvo siempre presente en cada decisión.
«La Unesco también nos apoyó, los escuchamos a todos, pero cuidamos siempre de la cultura cubana, nuestra idiosincrasia, lengua e historia», destacó Fernández.
—¿Enfrentaron alguna resistencia a los cambios?
—Asela fue fundamental para eso, para discutir, persuadir —comenta Fernández.
«Con integrantes de la intelectualidad fue con quienes hubo que hablar más —destaca Asela—. Los maestros asumieron muy bien los cambios que se planteaban, porque había confianza plena en la Revolución, en los planteamientos de Fidel, que seguía de cerca y aprobaba o verificaba cada paso importante. El magisterio cubano se sumó al trabajo que se desarrollaría para perfeccionarlo con mucha fe en las cosas que estábamos haciendo, como necesarias y convenientes; no había rechazos».
—En esos años surge también la escuela en el campo, un cambio trascendente que introduce el elemento de estudio-trabajo.
Asela y Fernández han compartido sentimientos e ideales. Foto: Roberto Ruiz
—Cuando surgen esas escuelas de nuevo tipo la demanda de los padres y los muchachos para obtener una beca era de una presión constante.
«En realidad se crean como una necesidad para absorber toda la población rural y semi-rural que no tenía escuela. Había un crecimiento poblacional, debido a la seguridad que dio el triunfo de la Revolución, pero los alumnos llegaban a sexto grado y no había secundaria básica. Muchas de las figuras más talentosas y brillantes con que contamos hoy fueron a ese tipo de centro escolar. Desgraciadamente llegó el período especial y la situación económica del país no permitió sostener esa maravillosa experiencia. Porque no era solo la docencia combinada con el trabajo, sino un régimen de vida que incluía el deporte, la recreación, la cultura. Muchos organismos colaboraban para que esa institución fuera como Fidel la había soñado», subrayó.
«Le doy un dato —acota Fernández—: en 1977 tuvimos 3 628 000 estudiantes. Teníamos maestros excedentes, miles, y ahí surge la idea de Fidel de la cooperación internacional en materia educacional, que llega hasta nuestros días».
—Fernández, hay una historia muy conocida, las cartas que Ud. le enviaba a los maestros cuando era ministro.
—Fidel me dice que cuando él era representante por Cayo Hueso por el Partido Ortodoxo escribió 30 000 cartas a quienes residían en ese lugar, y para ello había utilizado la guía telefónica para tomar los nombres y las direcciones, y me insta a realizar ese trabajo hombre a hombre.
«Mis cartas eran dirigidas a los maestros, a los directores de escuela. No eran demagógicas, sino que explicaban las tareas, lo que se necesitaba. Se convirtieron en un símbolo, pero en realidad eran documentos de trabajo.
Asela y Fernández durante un intercambio en el Museo Nacional de la Alfabetización, en septiembre de 2015. Foto: Calixto N. Llanes
«Para hacerlas utilicé un mecanismo no estatal: estudiantes del preuniversitario José Martí me ayudaban y recibían como premio una merienda con helado. Fue así, como te cuento. Las personas las han coleccionado. Hay jóvenes que tienen guardadas cartas enviadas a su mamá, a su abuela…
«Debo destacar aquí que les debo a Fidel y a Raúl lo que he podido hacer. Confiaron en mí, me dieron tareas y mando. Hoy todavía tengo la responsabilidad de asesorar al Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y cumplo con ello. La educación responde a su tiempo, es difícil educar en los nuevos tiempos. La ciencia, la tecnología, la innovación caminan a una velocidad increíble; lo que antes demoraba un siglo ahora es en un año. Hay que adaptarse a las nuevas condiciones, y seguir cumpliendo con el legado de Fidel y de Martí, para que nuestra escuela siga teniendo sus raíces en la pedagogía cubana», destacó.
Fernández asegura que los problemas en la educación no se resuelven en un día, y recuerda que le dijo a Raúl la propuesta de que los maestros jubilados se reincorporaran al sistema, con el incentivo de recibir el salario completo. «Unos 12 000 se reincorporaron, y sirvieron como tutores de los que tienen menos conocimientos», destacó.
«También alerté acerca de la necesidad de incentivar la enseñanza técnica. Todos no pueden ser profesionales universitarios, lamentablemente, y se dio un impulso a la formación de técnicos y obreros calificados, que está dando buenos frutos».
—Asela tenía una experiencia pedagógica anterior al triunfo de la Revolución.
—Me gradué de Pedagogía en la Universidad de Oriente. Debo decir que ese centro nació con una tendencia de izquierda; hubo un especial interés de la intelectualidad de esa región del país a la hora de formar su claustro. Se combatían los males de la época y puedo afirmar que allí me hice revolucionaria.
«Por esa universidad pasaron indiscutibles líderes, como Frank y Pepito Tey, también Vilma Espín, con quien tuve una gran amistad; ellos ya se destacaban incluso desde antes del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952».
—Usted participa en la clandestinidad y luego se va a la Sierra.
—Colaboré en algunas acciones, y en 1958 me incorporé al Ejército Rebelde en el II Frente Oriental Frank País. Allí dirigí el Departamento de Educación; porque se pusieron en funcionamiento y se crearon para los niños más de 400 escuelas y se formaron grupos para la alfabetización de combatientes en los diferentes campamentos.
«La influencia que tiene Asela en la educación y esta a su vez en el desarrollo del país es fundamental —afirma Fernández—. Yo, que llegué mucho después, he ayudado en todo lo que he podido. Y si Fidel fue siempre custodio del trabajo de la Revolución, Raúl no es menos celoso y cuidadoso, y yo me siento conforme y dichoso de tener la posibilidad de estar ahí».
«Fernández dice que yo lo he ayudado —acota Asela— y lo he hecho en el sentido práctico, porque he entendido lo que se quiere hacer. En la política educacional que trazó Fidel y que mi esposo asumió lo ayudé en el área pedagógica, para que él pudiera dirigir y se cumpliera lo orientado, pero Fernández también me ha enseñado a mí en lo organizativo, porque desde muy joven se vinculó en lo docente a organizar planes de estudios, horarios de profesores y estudiantes... Me apoyó con su capacidad y experiencia.
«He entendido a la escuela cubana desde que estudiaba en la universidad, y desde que mis profesores nos decían cómo debía ser, a diferencia de como era entonces».
—Ustedes son una pareja bien llevada, pero tienen que tener discrepancias. ¿A usted le gusta el deporte?, le digo a Asela un tanto en broma.
—Bueno… ahí hay un problema, porque quiere ver la novela, me responde Fernández. Y ella, sonriente, afirma que, «en las noches hay que disipar un poco de tantas responsabilidades». Él le da un beso en la cabeza; ella le toma de las manos. Es un momento íntimo que la cámara prefiere obviar.
«Tenemos un agradecimiento eterno por lo que nos permitieron hacer», refiere Fernández. «Esperamos que las nuevas generaciones lo comprendan, respeten la historia y la tradición de lucha de nuestro pueblo y también las raíces pedagógicas que están en lo más profundo de la Revolución Cubana.
«Esperamos que los jóvenes sean mejores que nosotros, alcancen más, incorporen la ciencia, la tecnología y vayan a la velocidad del mundo de hoy, para que tengamos una sociedad mejor, más justa que la actual. Una nación soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible».