El ingenioso reparador ya ha imbuido de su pasión restauradora a su hijo, Frank Martínez Cartaya. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:54 pm
Allá en su casita de Marianao, el ingenioso y cabecidura de Ricardo Martínez burla con su trabajo la «obsolescencia programada», ese maridaje del desarrollo tecnológico y el mercado, que impone la necesidad constante de comprar y renovar en el mundo de hoy.
Ricardo es un trabajador por cuenta propia, con licencia de reparador de equipos de oficina. Con boleros e instrumentales como fondo sonoro, en el tallercito improvisado en la sala de su casa, resucita viejas impresoras Epson LX-300, tanto en cabezales como en cintas y otros dispositivos de esos equipos. Con ese esfuerzo de recuperación, heredero de las glorias del movimiento de innovadores y racionalizadores cubanos, este inquieto personaje navega un tanto «a contracorriente» de la implacable «tecnofilia» de cierta tecnocracia.
Sí, porque le enerva ver «cómo en muchas entidades estatales, del mundo emergente y del empresarial tradicional, se desechan las viejas impresoras y las envían a chatarra electrónica». Como si viviéramos en el mejor de los mundos, y el país andara boyante de capitales para comprar más y más, y renovar al ritmo del vertiginoso avance tecnológico.
«Esta es mi guerra de Murphy», sentencia, aludiendo, en su batalla contra el conformismo, a aquel viejo filme británico, en el cual un soldado pertinaz, interpretado por el gran Peter O’Toole, persiste en desafiar solitariamente a un submarino nazi, para vindicar a sus compañeros caídos.
Y no es para menos. Con la introducción de las tecnologías de la información, que son tan céleres, en estos años se ha fomentado entre no pocos en Cuba una mentalidad de quita y pon, de cambia-cambia y renueva, en detrimento de la recuperación, que le hace el juego a la tiranía renovadora de la sociedad de consumo.
Quizá una impresora Epson LX-300 ya no pueda figurar en una red de procesos continuos, pero sí en muchas oficinas de servicio público, que todavía andan en la era de las máquinas de escribir. Por eso usted percibe el gozo con que Ricardo salva la cinta electromecánica y espeta: «Por este plastiquito les dan baja a las impresoras».
Repara, y los deja como nuevos, cabezales, tarjetas motherboard, carros mecánicos... Vuelve a entintar cintas de impresión con un aparatico ingenioso y manual. «Esta es mi felicidad, mi soledad revolucionaria; sé que estoy fastidiando al fabricante, aunque él nunca se entere».
Ya ha imbuido de su pasión restauradora a su hijo, Frank Martínez Cartaya. Y me asegura, mirando con picardía al joven, que «ese cerebro está creciendo, él es también mi obra».
A partir de la Resolución 101/2011 del Banco Central de Cuba, que elimina los restringidos límites de valor para las relaciones contractuales entre personas naturales y jurídicas, y de la Instrucción 7/2011 del Ministerio de Economía y Planificación, que establece las indicaciones a las entidades estatales para la contratación de trabajadores por cuenta propia, Ricardo ha ensanchado sus posibilidades.
Labora, mediante contrato, prestándole servicios a muchas entidades, entre estas de Salud Pública, la Radio y la Televisión, Acinox y la Empresa de Ganado Menor (Egame). Y su trabajo ha sido valorado de excelente, en tanto mantiene en activo las viejas impresoras. Y ello no ha impedido que más de una vez haga sus trabajos sin cobrarles a muchos necesitados, por pura generosidad.
Sin embargo, no ha dejado de sufrir la cuota de incomprensiones y prejuicios que tienen aún ciertos «dinosaurios» —como él gusta llamarlos— acerca de la potencialidad del trabajo no estatal.
«A pesar de que se ha legislado para favorecer e interconectar al sector estatal con el privado —señala—, subsisten muchas trabas subjetivas en no pocas entidades, al punto de que prefieren agotarlo todo antes de contratar a los trabajadores por cuenta propia».
Muchas veces, apunta, el camino está plagado de burocratismo, dilaciones, consultas y temores: como si se estuvieran jugando el puesto para solicitar un servicio y pagar por él.
Ricardo sigue empeñado en su labor de recuperación, porque tiene fe y fundamento en la utilidad pública de lo que hace, por más incomprensiones que encuentre. Su casa es su trinchera para ayudar al país, sin altisonancias ni declaraciones. Y se califica como un ser que está ayudando a fundar un nuevo modelo de trabajador por cuenta propia comprometido con la Revolución.
No está lejos de la verdad. Es un personaje inclasificable con los cánones estandarizados. Mientras trabaja en su tallercito, escucha a Ñico Membiela y José Tejedor, en verdaderas exploraciones de arqueología musical. Sin embargo, lleva melena de los ‘70, gestos beatlemaníacos y cierto aire de rebelde… con causa.
¿Qué diría la Epson? ¿Qué dirían los que acá en Cuba envían las impresoras a la chatarra electrónica?