Venta de productos agrícolas a la población. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
Esta serie es un recorrido por los primeros seis meses de vida de las cooperativas no agropecuarias (CNoA) que operan agromercados en la capital. Un primer «vistazo» —inconcluso— a sus interioridades, fardos que las atan, opiniones de la ciudadanía y criterios de los cooperativistas.
Se originó al conocer de las pérdidas económicas reportadas en la ubicada en 1ra. y D, Poey, durante su primer semestre de constituida. También visitamos otras dos cooperativas cercanas, la de Los Pinos y la de El Mónaco, exitosas económicamente por los ingresos personales que lograron obtener sus socios en ese período, entre otros beneficios.
De todas las CNoA surgidas en el país en los últimos siete meses, las que gestionan mercados agropecuarios son las más atadas a imponderables ajenos a ellas.
Amén de la mayor o menor habilidad que puedan tener sus socios para operar la asociación y el establecimiento y para gestionar el servicio primordial: la venta de una amplia gama de rubros agropecuarios —naturales y elaborados—, sus resultados casi se limitan a la ganancia que resulte de la comercialización de unos productos cuyos costos y gastos para ponerlos en tarima crecen por día, y cuando ya de por sí son altos.
A la vez, su margen comercial está limitado —acertadamente— por imperativos legales y morales. Les están vedadas, por ejemplo, las maniobras especulativas. Las CNoA tienen marcado por la nación un gran objetivo: «la producción de bienes y la prestación de servicios mediante la gestión colectiva, para la satisfacción del interés social y el de los socios».
Los ahora socios de las CNoA que gestionan agromercados eran en su mayoría «emplantillados» de la Empresa Provincial de Mercados Agropecuarios (EPMA). No son «ángeles» —indisciplinas, ilegalidades y delitos han signado a no pocos—, sin embargo, están conscientes de que se deben al pueblo.
No resultó extraño por eso que tanto en el mercado agropecuario de Los Pinos, Vladimir Crespo Salas, hoy socio de esa CNoA, y su colega de El Mónaco Léster Cruz Correa, coincidieran en que «sí, con la cooperativa nos está yendo mejor que antes con la EPMA», pero si bien desean «mejorar en lo personal», también quieren ayudar al pueblo. «Solidaridad».
Se alquila
Un análisis de la tríada Poey-Los Pinos-El Mónaco hace surgir, al momento, varias interrogantes. La primera es el arrendamiento. Por metro cuadrado, Poey y Los Pinos tienen que pagar mensualmente ocho pesos, mientras que el espacio de El Mónaco se cotiza a seis pesos el metro.
Entre Poey y Los Pinos hay una interesante diferencia. La CNoA de 1ra. y D dispone de un «hábitat» más grande. Debe pagar a la EPMA por arriendo 5 482 pesos mensuales, mientras que su coterránea eroga por ese concepto 4 950 en igual tiempo.
No importa que por el lugar y la afluencia de público, la primera esté en franca desventaja con la otra. En el primer trabajo de esta serie dijimos que la de Poey perdió 1 300 pesos entre enero y diciembre de 2013; sin embargo, la de Los Pinos tuvo utilidades por 275 328 pesos en ese período...
Zoila Valdés Ramírez, subdirectora de la EPMA, nos explica que en Los Pinos se le da utilización a cada metro. Todo es espacio útil para la venta u otras necesidades de la cooperativa, mientras que la de Poey tiene un jardín que no se usa.
¿Pero acaso un jardín que da un toque personal al lugar debe ser suplantado por una tarima —sea de pajaritos o plantas ornamentales— por el imperativo de la ganancia? ¿Acaso ese jardín no es parte de la paisajística de la comunidad? ¿Se debería pagar arriendo por él como si fuera un espacio para uso directo de las labores de comercialización?
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La comparación Poey-Mónaco en cuanto al arrendamiento es igual de reveladora. La cooperativa de Diez de Octubre es uno de los mercados más famosos de la ciudad, está en un lugar céntrico, tiene numerosas líneas de transporte público que pasan por allí, por lo tanto le tributa a un gran público.
Una sola cuenta esboza lo redituable de su privilegiada posición: en su primer semestre de vida tuvo ventas brutas por 3 563 000 pesos, con utilidades por 469 363 «guayacanes» —aplicando un margen de ganancia de solo el 19 por ciento.
Estructuralmente el agromercado de Poey es una instalación con todas las condiciones arquitectónicas que exigen estos comercios, y El Mónaco prácticamente es un pasillo con toldos que con el primer viento platanero salen volando todos. ¿Pero acaso lo que ha de pesar más en el cálculo de estos arriendos no debería ser —entre otros análisis— su potencial de venta?
Para tener una idea más clara del impacto del arrendamiento sobre la gestión económica de Poey, baste otro ejemplo: entre enero y diciembre de 2013 debieron pagar a la EPMA 32 892 pesos por alquiler del local; o sea, casi dos tercios de los 50 000 pesos de préstamo bancario que se les otorgó.
Los ocho pesos que El Mónaco también paga mensualmente por metro cuadrado pueden estar bien, ¿pero y los de Poey…?
Audacia e ingenio
Harina de otro costal es la gestión propia de los socios del emprendimiento. La 1ra. de Poey solicitó para iniciar operaciones un crédito por 50 000 pesos, a amortizar en cuatro meses y con un interés muy blando: 2,75 por ciento, muestra de la voluntad del Estado por promover estas cooperativas.
La de El Mónaco también solicitó uno. Luego de completar los aportes dinerarios de sus 21 miembros, se dieron cuenta de que no lo necesitaban, pero quisieron cumplir con su palabra.
La de Los Pinos, empero, sí que fue arriesgada. Su capital inicial exclusivamente se formó con el aporte de los socios; el resto, puro ingenio, aunque peligroso.
«No pedimos crédito. Convencimos a los productores para dejar la mercancía y pagarles a la vuelta», dice su Presidente.
—¿«Al dedo»?
—Sí... «al dedo».
Los redactores de JR no recomiendan esas prácticas. Pueden ser un bumerán. Si el zapato aprieta, solicitar créditos es lo más natural del mundo, y muy conveniente con tasas de interés como las que el Banco les está ofertando a las cooperativas, que casi son un regalo.
No obstante, esta anécdota no deja de ser una salida audaz que revela que nuestros socios de cooperativas no agropecuarias deben mostrar iniciativa y buscar soluciones sagaces a los entresijos que enfrenten. Claro, siempre que se muevan en el terreno de la legalidad. Lo otro es un «suicidio».
Sueños y flexibilidad
Más allá de las cuitas de la CNoA de Poey —que pesan sobre otras que gestionan mercados agropecuarios—, en las tres visitadas hay consenso sobre debilidades propias y limitaciones ajenas que les impiden dar un mejorar servicio a la población, en especial, bajar los precios de los productos agropecuarios.
Juan Galarraga, vicepresidente de la cooperativa del agromercado de El Mónaco, con largos años en el «giro», fue el más explícito y argumentativo. Sus testimonios son de primera mano, imposibles de conseguir por un periodista así no más.
Habla de intimidades que solo se comentan entre amigos. Aunque lo que cuenta en esta parte al parecer vulnera las Normas específicas de contabilidad para las cooperativas no agropecuarias —contenidas en la Resolución No. 427 de 2012, del Ministerio de Finanzas y Precios—, reproducirlas puede ayudar a Galarraga con uno de sus desvelos.
«Nosotros —mira de reojo a Caridad Herrera, la presidenta de su CNoA, quien lo deja discurrir con asentimiento— llevamos la contabilidad y el “papeleo” como si fuéramos un agromercado estatal; pero algunos colegas que vienen y nos ven preparando el depósito para el banco y otras conciliaciones, nos dicen “que por qué seguimos con eso”, “que ya no hace falta”, “que ahora somos cooperativas”, “independientes”, “autónomos”...
«Estamos teniendo problemas desde el inicio. No debemos dejar que empeoren. Es tiempo de pasar revista. Hay que salvar al hombre. No podemos permitir que se cometan errores para luego meter presos a buenos compañeros…».
Al despedirnos, Galarraga insiste en la primera parte de la conversación, la «más importante», dice: «el objeto social de las CNoA que gestionan mercados agropecuarios».
Y así es. Estas cooperativas nacieron encorsetadas en un objeto social muy limitado si se toman en cuenta sus potencialidades. Tal vez era necesario en su inicio —experimental, para ver «por dónde cogían»—; ahora, quizá, puede que sea hora de ampliarlo.
Las CNoA de los agromercados, de forma general, tienen casi como única tarea la venta de productos agropecuarios y sus derivados, incluida una elemental oferta de jugos y refrescos naturales.
Galarraga considera que puede permitirse mucho más, «en beneficio de la cooperativa y también de la población».
«El contrato con la EPMA no nos permite vender comidas elaboradas, como caldosas y almuerzos. Aquí en El Mónaco tenemos una cafetería con todas las condiciones, pero prácticamente está vacía; solo jugos podemos ofertar. Sin embargo, la venta de meriendas y almuerzos le daría salida a cosas que se rechazan, como esas yucas “flaquitas” que nadie compra pero que podríamos vender en mojo o en una caldosa.
«Si eso fuera posible, no perderíamos y le sumaríamos a nuestros servicios mayor valor agregado. No tendríamos que trasladar esas pérdidas a la población incrementando precios.
«Hasta podríamos rebajar los precios de los productos frescos, porque la gastronomía da valor agregado. En una cafetería se pueden hacer un millón de cosas que hoy no podemos.
«Otra limitación está en la falta de transporte propio para ir a comprar a las bases productivas en donde estén. Si nosotros pudiéramos ir al campo a comprar, seguro conseguiríamos mercancías a mejor precio y así disminuiríamos los que pesan sobre la población de La Habana».
—¿Un camión «solito» para ustedes?
—No, para varias cooperativas. Fusionarnos.
—¡Fusión a casi seis meses de ustedes surgir!
—...Trabajar juntas.
—¡Ah!, cooperativas de segundo grado.
—...
—Es posible. Está en el Decreto-Ley No. 305 de 2012, De las cooperativas no agropecuarias. Aunque todavía no conocemos que haya alguna. Pero eso no representa fusión. «Muy por arribita», una cooperativa de segundo grado significa que dos o más se unen para agenciarse servicios complementarios de beneficio mutuo, como el uso del transporte y otras negociaciones, pero sin perder la independencia jurídica que tiene cada una.
—Bueno, sí, cooperativas de segundo grado, para ir con nuestros propios transportes al campo, a buscar productos y así bajar los precios en la ciudad.
(Continuará. Última entrega: Tomate verde; aguacate podrido)
Vea además
Una cooperativa en aprietos (I) La 1ra. de Poey
Una cooperativa en aprietos (II) Échale la culpa a El Trigal