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Un Sol para el explorador

Discurso de Carlos Higueras Ramos, embajador del Perú en Cuba, el 7 de octubre de 1986, con motivo de la condecoración a Antonio Núñez Jiménez con la Orden del Sol

Autor:

Juventud Rebelde

Todos hemos escuchado con especial emoción la decisión del Gobierno del Perú de distinguir a uno de los hombres que más ha hecho por la vinculación entre nuestras dos naciones y que, de esa manera y de su propia dimensión, ha contribuido así a la unidad latinoamericana que todos ansiamos.

Acostumbrados como estamos a leer y a escuchar de la crisis política y económica que vive la humanidad, asombrados de cómo se maneja la moral internacional y de la forma cómo se combaten las ideas y las esperanzas de nuestros países con la violencia y la amenaza militar, la diplomacia hace un alto esta tarde para reflexionar sobre el trabajo de un abnegado capitán de la Revolución, Antonio Núñez Jiménez. Antonio se incomodará hoy pues tendrá que escuchar como decimos en el Perú, «cuatro verdades» de elogio y de reconocimiento a su persona, pero estoy seguro que comprenderá que este momento es el triunfo de las causas buenas por las que vale vivir y, si es necesario, morir.

Antonio Núñez Jiménez, con su talento de escritor, científico y paleontólogo, llega a las costas peruanas como embajador de Cuba, el primero después de un ingrato alejamiento. Expectantes todos, peruanos y cubanos, pero seguros todos de sus dotes y calidades, en poco tiempo su misión en Lima se transformó en una verdadera cruzada de amistad y acercamiento, pero no solo en el plano diplomático y social, sino en lo que constituye la verdadera esencia de la diplomacia del siglo XX, llegar a lo más profundo de nuestros pueblos, conocer de sus realidades y opinar sobre lo visto, siempre con objetividad y respeto a su soberanía interna.

Es así que Antonio es un embajador itinerante sin descuidar un minuto los intereses de su país. En contacto con las universidades, con la producción y el comercio, con las organizaciones campesinas y con la ciencia y la cultura, el embajador Núñez Jiménez conoce cada milímetro del Perú, mejor, más que muchos peruanos. En descargo de esta afirmación, sin duda alguna que Antonio conoce esta Isla más que los propios cubanos a quienes en su mayoría les serán desconocidos lugares tales como el Valle de las Dos Hermanas, el Valle del Ancón, la Cueva del Ciclón y la Gran Caverna de Santo Tomás.

Es entonces que lo aprecia desde sus propias venas y cumple su rol generoso de difusor de nuestras cualidades, nuestros avances, en suma de lo inconmensurablemente bueno que es el Perú. No puedo dejar de recordar hoy que es en Lima, que el escritor Núñez Jiménez culmina una de sus más hermosas narraciones que titula La Abuela, homenaje maravilloso a Julia de la Osa y Sierra, en cuyos relatos a su nieto Antonio se puede tener una imagen de los sufrimientos del pueblo cubano a fines del siglo pasado en su lucha por su independencia.

La década del 80 lo ve culminar uno de sus mejores estudios Petroglifos del Perú y verá el fin de sus investigaciones sobre una de las más antiguas culturas peruanas. Solo esto ya lo hace acreedor al reconocimiento de mi país. Es así que el país de entonces lo consideró su amigo, el de hoy lo recibe como un hermano.

Esta tarde, queridos amigos, este agradecimiento justo se plasma en lo que constituye la más alta recompensa del Perú a sus hijos más queridos, presea que se enaltece con la presencia del vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministro, el doctor Carlos Rafael Rodríguez; así como de tantos amigos, discípulos y colegas. Y este reconocimiento nacional crece porque al lado de Antonio Núñez Jiménez está Lupe Velis, maravillosa mujer y compañera que no solo lo acompañó en la vida diplomática sino en la mayor parte de sus expediciones, travesías y libros. Estoy seguro que todos coincidirán conmigo en que el nombre de Lupe aparece, invisible pero merecido e imborrable, en el Diploma de la Orden.

Doctor Antonio Núñez Jiménez, por encargo especial del Presidente de la República, doctor Alain García Pérez, tengo el honor y la emoción de imponerle la Gran Cruz de la Orden El Sol del Perú, creada por nuestro Libertador José de San Martín, seguro de que será un vínculo más con el Perú, que recompensa hoy a quien ha dado testimonio fiel de lo que vivió y sintió en cada momento de su permanencia en su suelo generoso.

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