Fotos: Osvaldo Gutiérrez Gómez
Los pasillos estaban en penumbras. Afuera había una noche de luna llena, y una claridad plateada se adueñaba de los campos. Las palmas se podían distinguir una a una, incluso las más lejanas, quietas, como recogidas en su propio descanso.
Era una tranquilidad común. El mismo sosiego que se percibía por la llanura se notaba en el interior del tren. Apenas se traspasaban las puertas de los salones, un rostro soñoliento de gente grande se alzaba. De inmediato se escuchaba un susurro: «Todo anda bien, no hay problemas»; y el cuerpo volvía a hundirse entre las sábanas, con los ojos cansados pero sin cerrarse.
Así fue durante todo el viaje en cada uno de los 14 coches. Envueltos en sus abrigos, transformados en una especie de ovillos en la butaca, los 672 delegados que viajaban en el tren del Cuarto Congreso de los Pioneros dormían el verdadero sueño de los justos.
Entre los asientos se veían piernas entrecruzadas o pegadas, unas al lado de las otras, con los pies enfundados en medias blancas. No había la picardía ni el bullicio. Solo los suspiros de la respiración o una voz soñolienta que repetía: «Tápate ahí, tápate ahí».
Uno los miraba, detallaba el caminar casi en puntillas de las ferromozas y los sobrecargos, en la expresión de paciencia de los médicos, y acercando un poco las nostalgias se acordaba de Eliseo Diego, con su barba de caballero español, cuando en una lejana entrevista dijo que el verdadero reto de un hombre era crecer y madurar sin dejar de ser niño.
Un incrédulo podría tomar esa confesión como un gesto de cortesía. Sin embargo, tomadas por su lado real, que es el más natural y sincero, cualquiera caería en la cuenta de que aquellas palabras eran la conclusión bien meditada de que sí, que lo mejor de un país puede estar en el aporte que a él hagan sus hijos mayores; pero que este no sería completo si no se escuchaban y se hacían realidad las inquietudes de los más pequeños.
Por eso ayer, cuando a las 7:15 de la mañana el tren avanzó por la Estación Central y se abrieron las puertas de los coches, lo que desembarcó no fue solamente una parte de la delegación de los pioneros a su Congreso. Eran también los sueños más preciados de una nación.