Lecturas
El Ford color naranja que conducía Olimpio Luna se adelantó al Packard en que viajaba el millonario Eutimio Falla Bonet e hizo un giro a la derecha, con lo que las defensas delanteras de ambos vehículos quedaron trabadas. Olimpio descendió de su auto y con naturalidad se aproximó al coche de Eutimio. Parecía que pediría una disculpa, pero llevaba una pistola 45 en la mano. Era la noche del 3 de abril de 1935 y la intersección de 23 e Infanta, donde había tenido lugar el encontronazo de los dos automóviles, lucía oscura y solitaria.
—¡No se muevan! ¡Están detenidos! —dijo Olimpio a Eutimio y a su chofer, encañonándolos. A esa altura había llegado ya al lugar del hecho otro auto, también marca Ford, que conducía al resto de los integrantes del comando que Joven Cuba, la organización que lideraba Antonio Guiteras, había activado para el secuestro. Ametralladora en mano, sus hombres rodearon al Packard y dijeron ser agentes de la autoridad. Manuel, el chofer de Falla, intentó resistir, pero su patrón le pidió que obedeciera las órdenes de los recién llegados.
Eutimio y su chofer fueron obligados a descender del vehículo en que viajaban. El Packard, conducido por uno de los militantes de Joven Cuba, se perdió en la noche. Lo esconderían en el garaje de la Calzada de Infanta casi esquina a Basarrate. Los secuestrados, mientras tanto, siguiendo indicaciones de sus captores, abordaban uno de los autos que participaban en la operación a fin de que los condujeran a la casa de la calle 27 entre Paseo y 2, donde los guiteristas pensaban mantener a Eutimio en cautiverio.
El viaje entre Infanta y 23 y la casa de la calle 27 transcurrió en silencio. No hablaban los secuestradores. Tampoco lo hacían los secuestrados, confiados hasta ese momento en que, en calidad de detenidos por agentes de la fuerza pública, verían al jefe de investigaciones del Ejército que quería interrogarlos.
Ya en el interior de la vivienda, sin embargo, la cosa cambió. El chofer, esposado, fue encerrado en un cuarto de criados encima del garaje, donde permanecería bajo custodia, y uno de sus captores comunicó a Eutimio Falla Bonet que estaba secuestrado. El millonario no se inmutó.
—¡Nosotros no somos delincuentes! —explicó el militante guiterista. El dinero que le pediremos es para la causa. Se lo devolveremos cuando triunfe la revolución.
La expresión de Eutimio no evidenciaba temor, ni siquiera inquietud. Restándole importancia al asunto comentó que él podía haber ayudado sin que hubiera necesidad de llegar a la acción del secuestro. Pero se le congeló la sangre en las venas cuando supo que exigían 300 000 dólares de rescate. En un primer momento se negó a creerlo, pero salió de toda duda cuando le dieron a leer una carta escrita por Antonio Guiteras y que debía reescribir. En ella, Eutimio pedía a su familia que, de acuerdo con las instrucciones que recibiría oportunamente, entregara la cantidad indicada.
—Es que yo no tengo tanto dinero en efectivo —murmuró, y sus captores tuvieron que refrescarle la memoria. Claro que los tenía. Poco antes, una compañía de seguros le había pagado 600 000 dólares tras el incendio de la Papelera Cubana, de su propiedad.
Eutimio era un hueso duro de roer. No se dejaría vencer así como así y, por otra parte, 300 000 dólares era una cifra demasiado elevada.
—Bien, tengo el dinero… Aun así no puedo darlo porque el teniente coronel José Eleuterio Pedraza dispuso que los bancos den cuenta al Gobierno de toda extracción superior a los 200 dólares, de manera que…
Pedraza, jefe de la Policía Nacional, había sido nombrado gobernador militar de La Habana en los días de la huelga de marzo, y al decretarse el estado de guerra en la capital estableció, entre otras medidas represivas, el toque de queda a las nueve de la noche y la prohibición de que grupos conformados por dos o más personas circularan por las calles durante el día.
Los militantes de Joven Cuba no dieron su brazo a torcer.
—En una caja de seguridad de la sucursal de The Royal Bank of Canada, en la Lonja del Comercio, usted guarda los 600 000 dólares. De ahí puede tomar el dinero.
—¿Cómo lo saben?
Uno de los militantes de Joven Cuba le explicó por qué lo sabían, pero no le dijo todo lo que sabían, y Eutimio Falla Bonet se plegó al pedido de sus captores. Más bien se prestó a colaborar cuando advirtió que la carta debía dirigirla a su cuñado David Suero, que era quien llevaba los negocios de la familia.
El escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II dice en su libro Tony Guiteras, un hombre guapo, publicado hace un par de años, que Eutimio puso en la carta que era absolutamente indispensable que siguieran estrictamente las instrucciones en cuanto a la entrega del dinero «por estar en peligro mi vida…». Nada escribe acerca del contenido de la misiva en cuestión el historiador cubano Newton Briones Montoto en Aquella decisión callada (La Habana, 1998), de donde tomo información para esta página. Solo asegura que Eutimio pedía que el dinero debía ser entregado en billetes de a cien.
Briones Montoto añade que Eutimio se quedó en camiseta y, con pulso sereno, copió de su puño y letra el borrador escrito por Guiteras y que le facilitaron sus captores. Luego firmó: «Eutimio».
Tendría sin embargo que repetir el documento cuando le pidieron que lo firmara como mismo lo hacía en los cheques. Preguntó entonces cómo conocían los secuestradores su firma en los documentos bancarios y se desconoce qué le contestaron. Le entregaron otra hoja en blanco para que reescribiera la carta. Lo hizo sin chistar.
Eran las 11 de la noche. Habían transcurrido poco menos de dos horas del secuestro.
David Suero, una vez recibido el aviso no demoró la entrega del rescate más de lo imprescindible. En la mañana del 4 de abril, Ricardo Cervera, apoderado de los Falla Bonet, con los 300 000 dólares en billetes de a cien, esperaba, maletín en mano, en la Plaza de Armas a que alguien le diera la contraseña acordada y le reclamase el dinero. En la misma Plaza, con uniforme de fregador de automóviles, aguardaba Olimpio Luna, el hombre que durante casi un mes había chequeado los movimientos de Eutimio Falla Bonet y que fuera factor decisivo en el secuestro. Un grupo armado, encabezado por Juan Antonio Casariego, hombre de toda la confianza de Guiteras, daba cobertura a la operación y protegía a Olimpio.
El reloj del Ayuntamiento, emplazado en el viejo Palacio de los Capitanes Generales, dejó escuchar 12 campanadas. Olimpio se acercó a Cervera y el maletín con el dinero cambió de manos. Enseguida Olimpio caminó hacia el vehículo donde Casariego y el resto de sus compañeros lo esperaban.
—¡Ahora sí está hecha la revolución! —exclamó Guiteras y empezó a colocar el dinero en montoncitos encima de una cama. Mandó por la esposa de Fernández de Velasco, que había ocupado las carteras de Trabajo y Justicia durante el Gobierno de los cien días, y luego de decirle que ya tenían la revolución en las manos, le pidió que lo ayudara a guardar el dinero en un lugar seguro. Al día siguiente la señora viajó a Miami con 80 000 dólares y en el transcurso de los días otras mujeres harían lo mismo con parte del resto del dinero.
El problema, afirma Briones Montoto, era cambiarlo, pues la Policía cubana había dado la numeración de los billetes a las autoridades de Estados Unidos y reclamaban su devolución. Una compra hecha intencionalmente en El Encanto, de Galiano y San Rafael, y pagada con uno de aquellos billetes, puso de manifiesto que su numeración estaba controlada, dice Taibo II en su libro y añade que desde Miami trasladaron el dinero a México, país en el que se adquirirían, por intermedio del presidente Lázaro Cárdenas, armas y barcos para realizar un desembarco en el oriente cubano e iniciar la lucha insurreccional.