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Desde reaccionario sin escrúpulo hasta repelente de los votos femeninos, pasando por los calificativos de hipócrita en política fiscal e hiperambicioso carrerista político, el congresista republicano de Wisconsin Paul Ryan motivó los comentarios en toda la línea política estadounidense cuando resultó ser «el elegido».
El sábado 11 de agosto, en una melodramática presentación llena de símbolos, Mitt Romney, virtual candidato a la presidencia por el GOP (el gran viejo Partido Republicano), anunció que Ryan era su acompañante de boleta para las elecciones del 6 de noviembre. Y no podía ser más emblemático el escenario, junto a una pieza de museo que hizo su vida activa disparando cañonazos por esos mares del mundo donde Estados Unidos ha sido el pirata mayor, el acorazado Wisconsin, coincidente con el nombre del estado donde el designado es congresista. Quizá para dar a entender que había seleccionado a una pieza de envergadura en su enfrentamiento al presidente Obama.
Por supuesto hay que buscar todos los mensajes y posibilidades que trae el candidato a vicepresidente a la contienda, cuando habitualmente ambos partidos buscan un equilibrio en la candidatura presi-vice que permita la arribazón de votos y la garantía de que ocuparán el Despacho Oval para los próximos cuatro años. Pero en este caso, Romney se fue por el hombre que agrada el movimiento ultraconservador Tea Party.
Presidente del Comité de Presupuesto de la Cámara de Representantes, experto en gasto fiscal y tenaz adversario de Obama en política económica, Ryan duplica la condición de Mitt Romney como hijo de privilegiados, es decir, de abolengo y capital en una familia con próspero negocio en la construcción desde el siglo XIX, así que de poco contacto con la vida real, como dicen algunos de sus críticos desde las filas liberales, progresistas o de izquierda.
De hecho, con esta invitación a correr en pos de la Casa Blanca, se van cumpliendo de seguro los pasos previstos desde mucho antes en su carrera política, iniciada como ayudante en el Congreso, luego tanque-pensante y escritor de discursos de un miembro de la Cámara de Representantes, también estuvo en el personal de un senador, y desde 1998 pasó a ocupar él mismo un escaño en el Capitolio de Washington, con un alto porcentaje de votación en las elecciones bienales que le han ratificado.
Algunos aseguran que se considera a Paul Ryan un émulo de Dick Cheney en su papel de poder como mentor a la sombra de George W. Bush, el hijo. Pudiera ser, si se tiene en cuenta que Mitt Romney tendrá muchos millones, pero comete también dislates al estilo bushiano y en el espectáculo junto al acorazado en la ciudad-puerto de Norfolk, estado de Virginia, con la fanfarria para la presentación dijo: «Y les presento al futuro presidente de Estados Unidos», una frase que fue tirada a broma, pero que dejó el tufillo de la incompetencia en el ambiente.
Ahora bien, más allá de lo anecdótico, la llegada de Paul Ryan trae a primera fila de la carrera presidencial el debate de la economía, especialmente el cómo reducir los gastos y la deuda, y la de Estados Unidos, hablando en términos bien populares, no la brinca un chivo.
Desde su posición de presidente del Comité de Presupuesto, Ryan encabezó la batalla para recortar el plan de cuidados de salud de Obama, una reducción de 500 000 millones en Medicare en la próxima década, y por supuesto que eso no tiene nada de popular, al punto que los demócratas lo acusaron también de querer privatizar esa ayuda médica y la Seguridad Social, eliminando un buen número de servicios que la ciudadanía —que vota— espera que el Gobierno le suministre. Por el contrario, sí arrima a su costal a quienes más abono financiero aportan a la campaña electoral y devuelven favores, porque aboga por la disminución impositiva a los más ricos.
Agregue que votó contra la Ley Lebderer, que buscaba igual salario para las mujeres, y también Ryan aboga por un financiamiento para el Pentágono sin reducción alguna. Por citar solo dos de sus posiciones en el Congreso.
Y si queremos saber cuánto nos puede tocar a los cubanos de ese binomio —por cierto muy interesado en cantar victoria en un estado de balanceo como el de Florida y su sur mayamense—, el ex congresista Lincoln Díaz-Balart congratuló la decisión con estas palabras: «Mitt Romney ha hecho una selección absolutamente brillante con Paul Ryan».
Sin embargo, pudiera ser una alabanza de dientes para afuera, puesto que con una visión más pragmática del tema Cuba, Ryan ha tenido posiciones contra el «embargo» —lea usted el término exacto: el bloqueo—, una controversial apreciación en su historial político.
Esto es apenas un boceto para tratar de entender la campaña. Las etiquetas que acostumbran los medios ya están puestas, será una lid entre un conservador moderado, es decir Obama, y los conservadores extremos Romney-Ryan. Veremos qué pasa el 6 de noviembre, y más allá…