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El linchamiento no es historia vieja en Estados Unidos. La práctica de las primeras décadas del siglo pasado, cuando ciudadanos negros eran colgados o quemados por hordas bestiales de blancos en el sur de ese país, parece revivir en nueva modalidad, donde un agente del orden, o varios, o un vigilante, hacen las ejecuciones. En los tiempos más recientes no son pocos los casos que se han revelado o que han producido nuevas víctimas entre hombres o mujeres de las minorías, ya sean étnicas o marginales.
Kelly Thomas, un homeless o deambulante sin casa y enfermo mental en Fullerton, California, golpeado hasta masacrarlo por la policía de esa localidad; Trayvon Martin el estudiante negro de 17 años tiroteado por un vigilante voluntario blanco en un vecindario de Orlando, en la Florida; las víctimas del puente Danziger, en la cosmopolita Nueva Orleáns, ejecutados por al menos cinco agentes de la policía tras el paso del huracán Katrina en 2005, son solo ejemplos de esas acciones criminales que en no pocas ocasiones acaban con castigos irrisorios, diluidos en los laberintos de la llamada justicia, o en la impunidad del orden oficial. Lamentablemente hay muchos más.
El sábado 28 de julio, en la calle Haltom de Jonesboro, una población de Arkansas, ocurrió otro asesinato de ese modus operandi de la ejecuciones extrajudiciales, encubierto en esta ocasión como «suicidio», uno que es «definitivamente extraño (la palabra que empleó bizarre, puede tener cualquiera de esas acepciones: insólito, fuera de lo común, peculiar), y desafía la lógica en una primera mirada». Así lo reconoció el jefe de la policía del lugar, Michael Yates, en una entrevista con la prensa local.
Es que Chavis Carter —según los agentes que lo detuvieron, junto a otras dos personas que viajaban en una camioneta pickup, porque estaba en posesión de «alguna marihuana»—, se disparó a sí mismo a la cabeza, cuando estaba dentro del carro patrullero y tenía las manos esposadas a su espalda. Dicen que con un arma que no le encontraron a pesar de que fue registrado dos veces, una inmediatamente que detuvieron el vehículo por uno de los policías, Ron Marsh, y luego repitió el registro antes de introducirlo en el patrullero, según dijo el otro agente involucrado, Keith Baggett. Ambos están bajo investigación…
En la camioneta detenida por la policía viajaban dos amigos de Carter, ambos hombres blancos que la policía dejo ir: el conductor del vehículo, que no se reporta porque tiene 17 años y es menor de edad, y Timothy Teal, de 19 años. Chavis, de 21 años, es el único negro y alegan que originalmente no dio su nombre verdadero y era buscado por la policía de Southaven, Misisipi, su lugar de residencia.
Casi simultáneo a este crimen de raíz racista, se produjo otro con semejantes características, cuando Wade Michael Page, un veterano del ejército especialista en operaciones psicológicas vinculado a grupos de supremacía blanca, tiroteó un templo de la secta Sihk en Oak Creek, un suburbio de Milwaukee y mató a seis personas. El FBI dijo que era un acto de «terrorismo doméstico», y el ejecutor fue ultimado por un equipo especial de la policía.
Y el lunes, siguiendo esa línea de la intolerancia, la discriminación y el racismo más violento, la mezquita sede de la Sociedad Islámica de Joplin, en Milwaukee, fue quemada casi hasta los cimientos, en el segundo incendio sospechoso en menos de un mes.
Un «asesino solitario», un policía actuando por su cuenta, diluyen la culpa de un sociedad que todos los días abre la Caja de Pandora y expande sus males por el mundo, con una política de Estado que multiplica las víctimas y las consecuencias con sus guerras directas o indirectas.