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Las recientes declaraciones sobre los torturadores que hiciera Navi Pillay, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, trajeron de inmediato a mi mente a las hermanas Brenda y Marlene Esquivel, venezolanas sobrevivientes de la masacre de La Victoria, ocurrida hace más de 30 años, y víctimas de las torturas que les infligiera entonces el Comisario Basilio, que no es otro que el asesino terrorista Luis Posada Carriles, tranquilo transeúnte de las calles de Miami por obra y gracia de la impunidad que le suministra su condición de terrorista de la CIA, y de las políticas agresivas de la Casa Blanca.
La funcionaria de la ONU fue explícita en su declaración, a propósito del Día Internacional por las Víctimas de la Tortura: «Los torturadores, y sus superiores, necesitan escuchar el siguiente mensaje alto y claro: a pesar de lo poderosos que sean hoy, hay una fuerte oportunidad de que más temprano o más tarde ustedes tendrán que rendir cuenta por su inhumanidad».
Y añadía: «La tortura es un crimen extremadamente grave, y en ciertas circunstancias puede ser un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad o genocidio».
Si las torturas y golpes que el Comisario Basilio les propinó entonces a las Esquivel —y que le hicieron perder el hijo que llevaba en las entrañas a una de ellas—, no fueran suficientes para llevar a un tribunal, juzgar y condenar a Posada Carriles, añádale las decenas de venezolanos que cayeron en sus manos como miembro de la DISIP, y no deje de poner en esa lista los nombres de las 73 familias cuyos esposos, padres, madres, hijos, hermanas —cubanos, guyaneses y coreanos— murieron en la voladura de una nave de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976, pérdidas que constituyeron y todavía hoy son tortura psíquica. Agregue, además, el asesinato en atentado con bomba del joven italiano Fabio Di Celmo en un hotel de La Habana, y el dolor del padre…
Cuando la señora Pillay hacía la advertencia de justicia, tenía a muchos torturadores en mente, y a cientos de miles de víctimas. No sé si entre ellos situaba a Posada Carriles, pero le corresponde. Tampoco mencionó por su nombre —y debió hacerlo— a Estados Unidos, cuando señaló a los que ordenaron esas conductas execrables e inhumanas, a quienes les permiten hoy escapar de la justicia, dándole total impunidad. Pidió «acciones firmes» y subrayó: «Nadie sospechoso de haber cometido tortura puede beneficiarse de una amnistía. Este es un principio básico de justicia internacional, uno vital».
Ahí estaría Washington por derecho propio, sumando Abu Ghraib, Bagram, el campo de concentración de la Base Naval de Guantánamo en territorio usurpado a Cuba, las cárceles secretas de la CIA, la complicidad y organización en el Plan Cóndor, el entrenamiento de Dan Mitrione a los torturadores uruguayos, y muchos, muchos escenarios más.
Este martes, un reporte de Human Rights Watch señalaba a Gran Bretaña, Francia y Alemania, por obtener información de inteligencia mediante la tortura como método rutinario en la llamada «guerra contra el terrorismo». Esto daña la credibilidad de la Unión Europea, decía una funcionaria de HRW.
Sin embargo, el comentario de la denuncia por un lector, puntualizaba: «Es un problema de lenguaje o de los traductores de la Agencia France Press», porque decía el documento, refiriéndose a la trilogía mencionada: «ellos utilizan la tortura en sus relativamente “papeles menores” en las invasiones y ocupación de Iraq, Afganistán y Paquistán»… Incluso se preguntaba «cómo habían podido dejar fuera a Canadá», donde «ahora los policías de Toronto golpean y gritan a tranquilos manifestantes contra el G-20».
Cortas se quedan las denuncias, como también tiene brazos demasiado cortos o es totalmente manca esa justicia comprometida con los torturadores y sus superiores.